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Estaba acostado en mi habitación, mirando el techo. Intentaba dormir, pero no pude. Tenía muchas cosas en la cabeza. Y aún me seguía doliendo el cuerpo. Di vueltas, intenté leer, puse música suave… nada. El silencio amplificaba mis pensamientos. Después de un rato, me rendí y bajé a la cocina en busca de agua. 

Me apoyé en la encimera, y saqué el celular. Abrí tu chat y escribí: ¿Estás despierta? Esperé. Nada. Los mensajes ni siquiera te llegaron. Un nudo incómodo se instaló en mi pecho.

Sin pensar demasiado, deslicé por las historias de mis compañeros. Vi que Esteban, un chico de clase de literatura con quien casi no hablaba, estaba en una fiesta. La música, las luces, las sonrisas. Por un momento, sentí ganas de estar allí.

Mi pulgar flotó sobre la opción de responder. No éramos amigos, apenas habíamos intercambiado palabras. Pero la inquietud me ganó. Escribí: ¿Puedo ir?

Para mi sorpresa, la respuesta llegó rápido: ¡Dale! Te paso la ubicación.

Miré hacia las escaleras. La casa estaba en silencio, mis padres dormían. Podría quedarme, volver a mi cama y esperar que el sueño llegara. Pero… ¿y si no?

El cursor parpadeó en la pantalla. Tomé aire. Y sin pensarlo más, respondí: Voy.

No toleraba seguir pensándote. Necesitaba olvidarte. Subí a cambiarme y por un momento, dudé en hacerlo. Le escribí a Víctor, mi amigo del trabajo, y ya con eso sabía que no había marcha atrás.

Me recogió en su auto y al ver mi brazo se sorprendió. Le conté el accidente y mi noche en el hospital. Preguntó si me encontraba bien para salir de fiesta, y yo respondí que no siempre se encuentra una fiesta un lunes por la noche.

—Si tú te sientes bien, entonces no encuentro razones para seguir estacionado fuera de tu casa.

Tras decir esto, presionó el claxon de su auto y condujo. Recé para que mis padres no se hubiesen despertado.

Tan pronto como nos acercamos a la casa de Esteban, la música inundó nuestros oídos. Era la primera vez que me escapaba de casa en la noche. Era la primera vez que salía de fiesta de esta forma. Era la primera vez que salía con Víctor. No me estaba deteniendo a pensar.

Tomamos un vaso de cerveza apenas ingresamos. No estaba nervioso, pero sí me sentía un poco fuera de sitio. Mi mente no estaba en ese lugar. Y necesitaba estar ahí. Perdón, pero quería dejar de sentir esas cosas.

Víctor reconoció a una amiga en la fiesta, y tras presentarme con ella, se fueron a bailar. Me quedé solo. Bebí mi cuarto vaso de cerveza intentando estar en el ambiente.

No estaba funcionando. Seguía pensando. Seguía sintiendo. Necesitaba detenerme.

Salí al patio de la casa, y la música seguía vibrando con intensidad. Deseé que la música fuera más ruidosa para no escucharme.

Me senté cerca de la piscina y saqué un cigarrillo. Empecé a fumar desde hace un par de meses. Víctor fue quien me enseñó a hacerlo cuando terminó nuestro turno en el trabajo. No te lo conté porque sé que no ibas a estar de acuerdo. Pero ahora no importa.

Miré el cielo estrellado y no sé por cuanto tiempo lo hice, pero me dejé llevar. Me acosté, y en algún punto dejé de pensar.

—¿Te aburres? —preguntó una chica, sentándose a mi lado.

La miré y me sonrió. Era una sonrisa tranquila. Su mirada era un tanto curiosa.

—¿Qué? —pregunté, mientras me sentaba.

Volvió a preguntarme si estaba aburrido. Y yo negué con la cabeza.

—¿Entonces?

Sonreí intentando entender cómo es que llegué a estar en esa conversación. En medio de una fiesta con una chica que hasta entonces no conocía.

—¿Quieres bailar? —pregunté, acercándome a su oído.

Asintió.

Fuimos al interior de la casa y empezamos a bailar. Era extraño. Pero no incómodo. Estaba participado del ambiente, pero no lo disfrutaba. ¿Quieres saber por qué? Porque quise que fueras tú. Quise que estuvieras ahí bailando conmigo.

Sabía que no podía hacerme eso. No quería volver a sentirme triste.

Me acerqué a la chica a preguntarle si quería beber algo. Fuimos a la cocina y entonces bebí mi quinto vaso de alcohol. 

—¿Qué te pasó? —preguntó.

No supe qué responder. "¿A qué te refieres?" Pensé.

Vió mi confusión y aclarando la pregunta, señaló mi brazo vendado.

—Volé algunos metros antes de caer al suelo. —Usé algo de drama al decirlo.

Eso la hizo reir.

El resto de la noche la pasé hablando con Andrea. Me dijo su nombre después de reírnos por mi caída.

Hablamos sobre cosas sin importancia. Sobre la música de la fiesta, sobre las clases que ella odiaba, sobre cómo prefería el invierno al verano porque le gustaba la sensación del frío en la piel.

En algún punto, la habitación empezó a girar un poco. El alcohol me estaba afectando. Me sostuve del borde de la encimera para no tambalear. Andrea me miró con una media sonrisa.

—¿Estás bien?

—Sí. —Mentí.

—Te ves un poco perdido.

Reí y desvié la mirada. Quizá porque tenía razón. Quizá porque, aunque estaba en esa fiesta, en esa cocina, con una chica agradable y bonita, seguía sintiéndome fuera de lugar.

No seguí bebiendo. Y no seguí pensando. Fue cómodo no sentirme triste ni culpable. Fue cómodo estar con alguien que no esperaba nada de mí.

Era como si, de repente, volviera a sentirme normal.

Y me gustó.

Y lo agradecí.

Cartas para nadieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora