"Peligro. Animales cruzan por la carretera".
Vi el cartel mientras nuestro coche subía la montaña, era de noche. No se veía muy bien, pero, se podía distinguir lo suficiente para que todo aquel que pasase por la carretera lo viese. Pasar a esas horas de la noche es como comprar un boleto de lotería; no sabes que aparecerá ante ti, puede sea una alegría o una desgracia, como también puede llegar a ser un viaje normal. No tenía miedo; madre estaba al volante, ella siempre ha sido una conductora prudente, confío en ella. Padre, en cambio, estaba roncando en el asiento del copiloto. Me pregunto que estaría soñando, él dice que no suele soñar, "duermo como un tronco, Elizabeth. Nada podría despertarme" repetía cada vez que le preguntaba; tal vez no quería contarme sus sueños, pero eso de que nada lo podría despertar es una completa mentira, ya lo averigüé hace unos años.
Bajé por completo la ventana, el camino sería largo, necesitaba sentir la brisa helada de las noches para no quedarme dormida. Saqué mi cabeza por ella, sabía bien que estas cosas no debían hacerse, pero no pude evitarlo, era muy tentador. El viento hacía que mis párpados quisiesen cerrarse para no dejar que mis ojos se secaran, la punta de mi nariz y mejillas iban colorándose por el frío. Mi cara estaba siendo golpeada por el fresco, pero seco viento de las montañas.
Cuando venía de vacaciones de verano e invierno siempre hacía esto; puede que haya sido porque desde pequeña jamás quise quedarme dormida en un coche, no sé, no quería perderme de absolutamente nada; cada mariposa, cada árbol, cada cartel. Todo era visto por mis ojos y, si por algún caso no veía algo, siempre tenía el camino de regreso para no perdérmelo de nuevo. Esta vez, ya no soy una niña que viene de vacaciones. Bueno, sí, vengo de vacaciones, pero ya no siendo una niña.
Acepté venir con mis padres para pasar mi mes de vacaciones con ellos. Tuve que viajar en avión durante unas doce horas; al lado de la típica señora que intenta buscarte conversación con el fin de obtener una exclusiva al grupo de señoras de confianza, teniendo detrás al niño que le gusta patear el asiento de al frente y, a su madre, que no le dice nada porque se encontraba demasiado ocupada durmiendo. Sin embargo, regresar al pueblo donde crecí hace que esas doce horas valiesen la pena.
Hablaba seguido con ellos, cada noche una llamada por aquí o por allá. Les hacía tanta ilusión estar conmigo estas vacaciones que no pude negarme, además, tenía curiosidad sobre los cambios que había pegado el pueblo.
—¿No quieres dormir un poco, Elizabeth?
Habló madre mirando a través del retrovisor. Yo me limité a negar con la cabeza.
—Estoy bien, hacía tiempo no pasaba por aquí.
—El viaje en avión debió ser agotador, ¿estás segura?
—Sí, madre. Estoy segura —respondí mirando por la ventana.
—¿Segura?
—Segura.
Ella no dijo nada, se quedó centrada en el camino, en silencio. Pasaron unos diez minutos, de vez en cuando la miraba de reojo, entrecerrando los ojos; la conozco.
—¿Segura?
Miré a mi madre por el espejo del retrovisor, se veía cómo tenía pequeños aunque notorios tics.
—Sí, mamá. No te preocupes, fue un viaje largo, pero pude dormir en el avión.
Parpadeó cuatro veces y asintió.
—De acuerdo, si tú lo dices.
Sonreí ligeramente para regresar a admirar el cielo estrellado. Mi madre siempre fue así; suele preguntar lo mismo más de una vez, "debo asegurarme" decía cuando alguien le cuestionaba. Cuando hace eso comienza a tener tics; para que esté segura debías darle una explicación, cosa que la tranquilizaba. Su mente le juega malas pasadas; si le decía que no dormí bien o que apenas dormí, podría parar en algún sitio para descansar e incluso dar media vuelta hacia la ciudad más cercana. Se preocupa mucho, se lo agradezco, pero se preocupa mucho. Ya lo hizo cuando era más pequeña, no tenía dudas que podría hacerlo ahora, así que preferí mentirle: una mentira piadosa.
La Osa Mayor se alzaba en el cielo nocturno, es preciosa. Algunos extranjeros venían solo por eso: la Osa Mayor. Nuestro pueblo está ubicado justo debajo de la constelación y al ser una zona no muy céntrica entre las montañas, las estrellas podían verse a la perfección.
—¿Extrañabas las estrellas, cariño? —preguntó mamá.
—Sí, en Lishna no se pueden ver tan claras, como mucho se ve la Luna y eso que a veces no se ve nada, solo humo.
Vi que esbozó una sonrisa.
—Me alegra que estés con nosotros. ¿Sabes? Llegaremos justo en la semana del Noctem Ursis.
—¿El Noctem Ursis será esta semana? —Por primera vez me acerqué a su asiento, desviando mi mirada del camino.
Me miró y amplió su sonrisa.
—Sí. Justo por eso queríamos que vinieras, sabíamos cuánto te emocionaba el Noctem Ursis.
Estaba escuchando atenta, aunque madre no dejase de mirar al frente, noté su emoción al ver que me acerqué a ella. Sonreí al verla; siempre fui cercana a ellos, sin embargo, al irme no hablábamos muy seguido; cada noche, pero no más de diez minutos.
—Amo el Noctem Ursis —dije, levantando el pulgar como gesto de aprobación.
—Llegaremos en veinte minutos, ve poniéndote los zapatos.
—A sus órdenes.
Comencé a buscar mis zapatos entre mis cosas debajo de los asientos, ya había encontrado uno, aunque el otro se me resistía. El Noctem Ursis es una fecha muy especial para nosotros; en Lishna me preguntaba si llegaría a verle cambios después de tanto tiempo, parecía que estas preguntas serían respondidas esta semana.
¡Fin de esta primera parte!
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¡Hasta pronto!
Dulces sueños y pesadillas~.
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Tras la sombra de la Osa
RandomElizabeth regresa a su pueblo natal después de cuatro años en el extranjero, en la víspera del Noctem Ursis. Contenta y guiada por la nostalgia, recorre los caminos de su niñez. Sin embargo, lentamente se dará cuenta de que los años no pasan en vano...