Hogar, dulce hogar

33 2 0
                                    

El canto de los pájaros en mi pequeña y redonda ventana resonaron en mi cabeza; no tenía ganas de despertar, llegamos a las tres de la mañana a nuestro pueblo, ya ni recuerdo a qué hora me fui a dormir. Me empecé a revolcar como cerdo en mi cama, la luz del sol me daba en toda la cara; mi cama estaba colocada de manera en la que los rayos matutinos me pegaban en todo el rostro a las ocho de la mañana. Mi despertador era el sol.

—¡Elizabeth, el desayuno está listo!

Escuché el grito de mi padre llamándome a desayunar, ellos suelen tener un horario muy marcado, todo gracias a mi madre que le gusta controlar los tiempos.

—¡Ya voy!

Alcé la voz mientras me iba levantando, resignándome a dormir cinco minutos más. Bostecé dirigiéndome a la ventana, los pájaros salieron volando cuando la abrí de par en par, el viento entró de golpe; podía ver cómo algunos coches llegaban al pueblo por esta semana, veía mi antiguo colegio y las casas de algunos de mis amigos; no habían cambiado tanto, algunas cosas se veían más viejas, otras, más nuevas. Sin embargo, la esencia seguía siendo la misma.

Me tomé el tiempo para contemplar el paisaje; a mi izquierda estaba el pueblo, mientras a mi derecha, casi detrás de casa, estaba el bosque junto con la carretera que seguía por la montaña. Saqué mi cabeza para mirar mejor, se escuchaba el barullo de las personas unas calles más abajo; seguro estaban armando el escenario, abriendo las atracciones y algunas tiendas de artesanos que deambulaban por el país.

—¡Buen día!

Se escuchó a un hombre con un acento marcado, haciendo notar a leguas que era un extranjero. Miré discretamente hacia la voz, estaba parado cerca de la puerta de mi casa con la mano levantada; parpadeé varias veces. ¿Me estaba hablando a mí?

¡Biem día!

No sé en qué momento apareció un niño junto al hombre. Supongo que era su padre porque se parecían físicamente, además, saludaron de la misma manera. Miré de nuevo hacia varios lados, no parecía haber nadie, así que también levanté mi mano haciendo el mismo gesto con una sonrisa algo forzada.

—¡Buenos días! —dije sin levantar tanto la voz.

Al terminar mi saludo, dos personas salieron de los arbustos de zarzamoras. El hombre y el niño estaban saludando a esa pareja. Yo no pintaba nada en ese cuento. Bajé mi mano al instante, mi sonrisa se había esfumado, a cambio, ahora tenía las mejillas rojas de la vergüenza. Miré una vez más de reojo, parecía que no se habían dado cuenta, lo cual era un alivio, aunque sentía cómo me ardía la cara. Respiré hondo antes de irme al baño, cuando escucho un agudo, pero fuerte:

¡Biem día, seniorita!

Era el niño, mirándome sonriente con la mano levantada. En ese momento, no sabía si saludar o cerrar la ventana, estaba claro que el crío se había dado cuenta. Me quedé callada un momento; los demás miraron al enano para después levantar la vista. Sin más remedio, levanté la mano haciendo el gesto de "hola"; quería que la tierra me tragase. El niño sonrió e imitó el gesto, sonreí ligeramente y me fui corriendo al baño.

Después de media hora ya estaba bajando las escaleras. A primera vista todo parecía igual; los cuadros al óleo, los barandales, las paredes de piedra, los muebles que le daban ese aspecto rústico, el olor a madera y pino que me acompañó durante tanto tiempo, era como si esa niña de trece años nunca se hubiese ido con sus tíos a otro país por una beca.

Estando abajo se escuchaban los sonidos de la cocina; un dulce aroma de panqueques con miel pasó por mi nariz y, cuál bailarina que envuelve a su público, quedé totalmente embelesada por su cautivador aroma. Ya podía sentir la dulzura de la miel mezclada con la frescura de las frutas y esponjosidad de los panqueques, como se deshacían en mi boca haciendo una fiesta en mi paladar. Los panqueques de mi madre son los mejores de todo el mundo, por ende, mi desayuno favorito por excelencia. Apresuré el paso para llegar a la cocina, sacando la cabeza por el marco de la puerta:

—¿Eso que huelo son los panqueques de mamá?

—En efecto. Son los aclamados panqueques de tu madre. —Padre levantó el plato con una mano como si presentara una joya rarísima.

Una gran sonrisa iluminó mi rostro, estaba admirando con deseo tal manjar.

—Mi olfato jamás se equivoca.

—Siéntate, Elizabeth. Tu plato está casi listo, ¿quieres azúcar glass? —preguntó madre apilando los panqueques.

—Sí, por favor.

Cuando lo vi frente a mis ojos era un sueño, la primera mordida fue gloriosa; hacía años que no probaba los panqueques de madre, por más que probaba en distintas cafeterías, no había alguna que se le comparase. Disfrutaba cada bocado como si fuera el último, deteniéndome un momento a degustar cada sabor. Madre había alegrado mi mañana con tan espléndido desayuno.

—Si no te darás prisa... —murmuró padre tomando con su tenedor uno de mis panqueques.

—¡Oye! —dije extendiendo mi mano, pero antes de que pudiese quitárselo él ya se había engullido mi desayuno—. ¡Papá!

—¿Qué? —Apenas se le entendía con la boca llena.

Estaba tratando de luchar con padre para quitarle uno de sus panqueques o al menos hacer que escupiera el mío; él se jactaba de su atraco exitoso mientras esquivaba mis intentos de robarle uno. Miré a madre que estaba comiendo tranquila, levantó la mirada, observándonos a ambos.

—Mark Edevane.

Ambos miramos a madre; padre tragó de inmediato, no sé si le dio el tiempo de masticar lo suficiente, algo me dice que no fue así. Bajó su plato sin apartar la vista de ella.

—¿Sí, Juliette Bonnet?

—Es usted un avaricioso.

—¿Tiene pruebas de ello, señorita?

En ese momento, aproveché ese mortal cruce de miradas para robarme el último panqueque de mi padre. Él ni se inmutó, así que empecé a degustar de su parte; tal vez sea verdad eso de: "Fruta de huerta ajena, es sobre todo buena", quién sabe.

Padre se apoyó en la mesa para mirar más de cerca a madre, ambos comenzaron a hablar, antes, no le hubiese prestado atención; sin embargo, ahora podía notar como coqueteaban en mis narices. ¿Habrá sido así desde que era una niña? Sea como sea, es un poco incómodo, aunque me alegra verlos así de enamorados, son graciosos. Miré a mi alrededor, la cocina tampoco había cambiado mucho; mis padres coqueteando en la mesa, yo con ellos comiendo el panqueque que le robé a padre, el dulce aroma mezclado con el fresco aire de las mañanas. Todo esto hizo que mi corazón se sintiese cálido. Estaba en casa.

Fin de esta parte :3.

Nota del autor I.- ¿Qué harían en ese momento en el que les están quitando la comida?
Nota del autor II.- Se haría una batalla campal, mi comida es sagrada >:c.
Nota del autor I: Me pone más nerviosa el hecho de que los guiones no se mantengan largos D:.

Espero les haya gustado, si es así, nos ayudarían mucho que comenten y voten. ¡Muchas gracias!

Dulces sueños y pedasillas~.

Tras la sombra de la OsaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora