El día que me fui, Armel y yo fuimos por última vez al bosque. Ambos caminamos en silencio por un largo tiempo hasta que se paró frente a mí y me tomó de los hombros.
—La traes.
—¿Qué?
—Traes la peste.
Me quedé en silencio, ¿qué tenía que ver la peste en ese momento?
»—¿Es en serio? A veces eres demasiado lenta. —Soltó mis hombros y se dio la vuelta para comenzar a correr.
—¡Espera! —dije detrás de él.
—¡Jamás!
Estuvimos así por, al menos, una hora. Subidas, bajadas, saltos, derrapes, intenté alcanzarlo con todas mis fuerzas, pero nunca hizo amagos de detenerse; no titubeó en ningún segundo, siguió adelante sin mirar atrás, por más que le pedía que me esperara, que parase, que el juego había terminado, que él ganaba: por más que quería hablar con él y despedirme. No sabía cuándo nos volveríamos a ver, solo quería darle un abrazo. Solo quería abrazar al estúpido de Armel.
—¡¿Puedes dejar de ser un imbécil por una vez en tu vida?! —dije abalanzándome sobre él, sin éxito.
Se escuchó un golpe, me choqué contra un árbol, Armel se había escabullido entre los robles y pinos; mi nariz estaba roja, me di el golpe en toda la cara. Miré hacia varios lados, buscando al chico que estuve persiguiendo por tanto tiempo; no estaba, lo había perdido. El rostro me ardía, mi nariz sangraba un poco, sin embargo, lo más doloroso fue que ni se presentó al ver que me hice daño.
Comencé a llorar, no pude evitarlo, por más que les ordenaba a mis lágrimas detenerse, hacían caso omiso; por más que les rogaba parar, seguían derramándose sobre mis mejillas.
Armel no se presentó en clases ese día, por ende, tampoco fue a la despedida que me hicieron en el curso. Fue a unas horas de partir que me habló, desde ese entonces no me dirigió la palabra, solo se limitó a seguir caminando. ¿Estaba molesto conmigo? ¿Quería dejarme en claro que no lo volvería a ver y qué ya no le importaba? No tenía la culpa de irme, yo no fui quien lo decidió, fueron mis padres. Ellos decían que era por mi propio bien, que en Lishna podría estudiar y tener una mejor vida, ellos solo querían lo mejor para mí, los otros padres también estaban planeando en irse; era algo que iba a pasar, no entendía por qué se comportaba así. Los sollozos fueron acompañados de pequeños gimoteos de dolor, dolor y miedo, miedo de haber perdido mi oportunidad de despedirme de él, miedo de saber que no tendría oportunidad para arreglar las cosas.
—¿Estás bien? —Escuché una voz nasal cerca de mis oídos.
No sabría decir por cuánto tiempo estuve llorando a mares. Sea lo que sea, Armel se encontraba a mi lado secándome las lágrimas con un pañuelo con bordes amarillos. Le miré con los ojos hinchados, asintiendo en silencio.
Abrió su mochila y de ella sacó una botella de agua, la cual, me ofreció. Bebí de ella mientras él me acomodaba con cuidado en el mismo árbol con el que choqué para después sentarse a mi lado. Ambos sin decir una sola palabra. Las hojas danzaban al son de la brisa, dejando pequeños recovecos de donde se escudriñaba el sol.
Un día tan bonito para ser el último.
—Perdón.
Escuché el murmullo de Armel, le miré a través del rabillo del ojo; estaba abrazando sus rodillas, escondiendo la mitad de su rostro.
»—El juego no debía acabar nunca, o al menos, ese era mi plan. Si seguíamos corriendo por el bosque no llegarías a irte, seguiríamos explorando los secretos que guarda y, —calló unos segundos— te quedarías más tiempo con nosotros.
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Tras la sombra de la Osa
RandomElizabeth regresa a su pueblo natal después de cuatro años en el extranjero, en la víspera del Noctem Ursis. Contenta y guiada por la nostalgia, recorre los caminos de su niñez. Sin embargo, lentamente se dará cuenta de que los años no pasan en vano...