Capítulo Cuarenta y nueve

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A las afueras de un hogar reconstruido, ligeras grietas marcaban lo que parecía ya imposible de suceder. Tan sencillo había resultado alzar los muros caídos y recoger los jarrones rotos para volverlos a armar... Tan sencillo había resultado cerrar las cortinas y fingir que un ligero viento no tenía la capacidad necesaria para derrumbar la casa entera.

Harry observaba desde la ventana mientras la brisa le golpeaba el rostro y lo acosaba, lo empujaba para que retrocediera. Sin embargo, tan absorto era todo que incluso el mismo hombre olvidaba la fortaleza en su interior. Porque podía convertirse en brisa también, moverse a la par del viento y soportar hasta que hubiera quien se rindiera. Y si nadie se rendía, la eterna lucha podía continuar hasta que la misma alma se acostumbrara a los golpes suaves.

—El traje no le queda —Louis dijo con exasperación a sus espaldas. Cuando giró hacia él, lo encontró sosteniendo un pequeño trajecito azul que Harry no recordaba haber comprado junto a Tay—. No lo entiendo, hace poco se lo puse...

—Los bebés crecen a cada segundo —le recordó con gracia, pero Louis torció el gesto y se encaminó hacia el armario en silencio.

Harry observó hacia Tristán, que esperaba sobre el cambiador. No dejaba de llevarse los pies a la boca, e incluso había aprendido a sacarse los calcetines. Estaba tan grande que Harry se planteaba cambiar la cuna y el portabebés por otros más grandes; incluso en el cambiar parecía ya no caber. Ya no era la pequeña criatura que observó por un mes entero dentro de una incubadora, ahora era un enorme bebé que causaba demasiados problemas, porque también había aprendido a arrastrarse por toda la sala en cualquier ocasión que pudiera. A Louis le provocaba dolores de cabeza y a Harry le producía gracia, pero fingía que no para que Louis no se enfadara con él. Ya tenía suficiente con la última discusión que tuvieron.

Al final, el auto terminó quedándose en casa. De cualquier forma, Harry no lo pudo devolver y Louis tampoco se lo permitió, por mucho que se hubiera mostrado molesto en un principio. Se subía al coche en silencio, eso sí, y miraba todo con nerviosismo, como si temiera que algo se rompiera. Harry lo dejaba porque no quería arruinar la falsa armonía que habían construido hasta que el juicio ocurriera.

De hecho, el día ya había llegado. El único que faltaba de estar listo era Tristán, por quien se pelearían en la corte.

Mitch los esperaba en el juzgado mientras preparaba y revisaba que todo estuviera bien. Se enteró por él que hasta su madre estaría en el público, seguramente a las espaldas de Gemma. Harry se decía a sí mismo que no importaba quiénes estuvieran dándole apoyo; solo quería terminar ya con el asunto y volver a casa. Deseaba formar una familia por una vez por todas, sin nadie que se atravesara y tratara de soltarle la mano que sostenía la de su hijo o la de su omega. Quería dormir en una misma cama con ellos dos, ya no llorar más ni tener que mentirle a Louis para que este no se alterara, por mucho que esto le enojara a él. Al final de cuentas, lo que Harry deseaba era que Louis tuviera la seguridad de formar parte de una familia. Había perdido a su bebé y, aunque sabía que Tristán no era un reemplazo de su cachorro, esperaba que Louis pudiera ser la madre y el padre que deseaba ser para su hijo.

Nuestro hijo.

—No encuentro ropa que le quede —se quejó Louis con las puertas del armario y los cajones abiertos—. Tenemos que comprarle ropa nueva.

Harry suspiró y caminó hasta él. Envolvió sus brazos alrededor de su cintura y descansó su barbilla sobre su hombro mientras Louis le daba la espalda. El omega suspiró y dejó sus manos sobre las de Harry, sintiéndose frío.

—No te preocupes —Harry le susurró—. Vamos a regresar a casa con él, Louis. No nos lo van a quitar, ¿sí?

Louis tomó una gran bocanada y giró dentro de su brazo. Lo enfrentó con la misma expresión de intranquilidad que llevaba desde hacía días, aquella que Harry deseaba borrar con urgencias.

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