Capítulo Cuarenta y siete

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—¿Para qué necesitas tanto dinero?

—Para un auto —Harry contestó a Alison con voz ausente. Incluso su mirada se encontraba perdida en algún lugar del tiempo, recordándose a sí mismo como el mayor idiota del mundo; y no era como si se tratara del dinero, sino de cómo Harry parecía siempre parecía esperar lo mejor de las personas, por mucho daño que le estuvieran haciendo. Era algo que Tay una vez le recriminó en medio de una discusión, luego de que Harry no notara que una chica mesera del restaurante donde habían estado cenando, le coqueteara descaradamente. Harry simplemente prefería no darse cuenta de las cosas si ello le ahorraba algún problema, aunque a veces resultaba siendo lo contrario—. ¿Gemma está en su oficina?

—No lo sé. —Alison arrugó el entrecejo, extrañada—. Ella llega más temprano ahora, así que nadie la ve entrar, solo salir cuando es la hora de irse a casa... ¿Por qué? ¿Irás a verla ahora?

Harry no respondió a las preguntas. Se colocó de pie y caminó fuera de su oficina con el enojo calando en su interior. Su pecho comenzó a hervir a cada paso menos que le quedaba al despacho de su hermana. A su izquierda, la habitación vacía de Tay le provocó un agujero en el vientre que no pudo rellenar para cuando abrió la habitación continua, donde Gemma colgaba una llamada.

—¿Necesitas dinero? —Harry le soltó en seco—. ¿Te está costando tanto realizar la demanda que ahora vienes a mi casa a robarme?

Gemma no dijo nada. Pareció procesar por largos segundos lo que Harry le estaba diciendo, hasta que parpadeó y se levantó de su asiento con aquellos ojos verdes cristalinos que el alfa conocía a la perfección. Al menos, los había conocido alguna vez.

—Yo no te he robado —comenzó lentamente y en voz calmada—. ¿De qué demonios estás hablando?

Harry repasó su barbilla con su dedo índice y pulgar, tranquilizándose mentalmente para no arruinar todo más de lo que ya estaba. Casi podía escuchar la voz de su abogado sobre su nuca, recordándole que no debía caer en sus tentaciones. También estaba Louis con su voz más suave y paciente, diciéndole que no debía darle importante a ella y sus intenciones de lastimarlo. Pero él no se sentía lastimado, estaba furioso.

—No finjas demencia, Gemma —dijo brusco, avanzando hasta ella—. Pero no me interesa el dinero, vine aquí por la llave. ¿Dónde está? Dámela antes de que avise a mi abogado que me robaste dinero.

Gemma frunció aún más la frente. Pero no parecía demasiado extrañada de lo que estaba sucediendo.

—Yo no tengo la llave —dijo todavía en calma—, ya te lo dije. No la encontré ese día, qué raro, ¿no?

Harry apretó el puño para aguantarse las ganas de gritar.

—Ya no eres mi hermana —anunció en medio del silencio, sintiendo cómo sus mismas palabras lo lastimaban. En Gemma, lo que dijo resultó ser una bomba que estalló por todo su alrededor y arruinó su bello rostro de egocentrismo. Abrió los labios con intención de hablar, mientras sus ojos se humedecían demasiado rápido como para que Harry pudiera huir antes de verlos, pero él no la dejó continuar—. Desde el día de hoy, ya no te considero mi hermana, Gemma. No eres más que una socia más de la editorial, una conocida y ya está. Traté de hallarle el lado bueno a todo esto, pero ya me he dado cuenta de que no lo tiene. Tu hermana no va por allí, denunciándote, robándote y tratando de arruinar lo poco que queda de tu familia, así que por eso eres una extraña para mí.

—Harry...

—No. —Sacudió la cabeza, notando que su cuerpo se había quedado como una piedra sin sentimientos—. No me dirijas la palabra a menos que estén nuestros abogados presentes. Esto es lo que querías y es lo has logrado. Desde hoy, no te acerques a Louis, ni a Tristán ni mucho menos a mí si no quieres que pida una orden de alejamiento.

Never be the sameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora