Capítulo Ocho

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El bebé no había dejado de llorar. Se había despertado varias veces en la madrugada cuando sus sollozos fueron demasiado para el alfa, tanto que simplemente ya no pudo ignorarlo.

—¿¡Qué!? —le había gritado cuando llegó frente a él, a sus ojos derramando lágrimas que no eran de dolor; era tan pequeño para sentir esa responsabilidad. Harry sí la sentía, a cada instante que lo veía respirar o pedirle algo con sus quejidos.

Pensó que no podría seguir más, que la opción de renunciar parecía más tentadora en ese instante cuando el bebé no dejó de seguir llorando, pese a tener su biberón a su lado y el pañal cambiado. Solo lloraba para recordarle su existencia a Harry, y Harry le fastidiaba no poder ignorar eso.

—¿Se parecerá a mí o a ti? —La voz de su omega lo golpeó, un recuerdo que apareció de la nada cuando miró a los ojos del cachorro sobre la cuna.

—Espero que se parezca a ti —repitió lo que le había dicho a ella ese día, pero sin una sonrisa en sus labios. Simplemente mirando fijamente hacia la cuna, hacia el bebé que parecía ser la reencarnación de ella.

Ella había sonreído cuando lo escuchó, no diciendo más mientras se sentaba sobre una silla cerca de Harry, mirándole con esa mirada que tenía a veces. Era amor reflejado en el azul de sus ojos y que el alfa podía ver, a pesar de la distancia que hubiera entre ellos dos. Seguía mirándolo, en sus ojos llenos de lágrimas y pidiendo algo que Harry no podía darle, que no sabía cómo hacerlo sin sentir el rencor recorriendo la sangre en sus venas y ocupando todo el espacio de su cuerpo. No podía darle el amor que el bebé pedía a gritos, porque ella se lo había llevado todo.

No quedó nada para él.

—Por favor —suplicó con voz ronca, recordando el día en donde los paramédicos estuvieron en su casa y él esperó fuera y les rogó que la salvaran con las mismas dos palabras, sabiendo que no sería posible—, deja de llorar.

Él no dejó de llorar, por supuesto. Siguió sacudiéndose sobre las sábanas de la cuna y cerrando sus ojos con fuerza para deshacerse de las lágrimas, el mismo gesto que la omega de Harry hacía cuando reía. Arrugar los ojos y deshacerse de su risa con fuerza para que todos la escucharan, y Harry siempre lo hizo con adoración.

—Por favor, deja de llorar —le repitió con desesperación, apretando los dedos en los bordes de donde él permanecía recostado y quejumbroso.

Suspiró cuando notó que él también se encontraba llorando y, tomando demasiado aire para sus pulmones tal como si él pesara demasiado, se inclinó hacia su cuerpecito y lo tomó en brazos, envolviéndolo como le habían enseñado.

—¿Qué pasa si algún día se me cae? —Harry le había a ella en broma meses atrás, riendo cuando su omega le miró con ojos en grande.

—Despídete de mí —bromeó, terminando en risa y aceptando los dedos de Harry acariciando su estómago de siete meses—. También te despides de él.

Harry comprendió poco a poco, mientras lo apegaba a su torso, que ella se había ido sin despedirse, que ni siquiera Harry se había despedido de ella de la forma correcta. Pero el cachorro seguía en sus brazos, vivo y sollozando sin despedirse, sin irse junto a ella.

—Hubiera sido más fácil —le dijo al bebé, las lágrimas del alfa cayendo sobre las diminutas mejillas del bebé, y él aceptándolas con un descaro que solo le hizo a Harry enojarse más—. Hubiera sido más fácil si te hubieras ido tú en vez de ella...

(...)

Louis Tomlinson era un extraño.

—Se está durmiendo —le susurró, interrumpiendo sus pensamientos y siendo consciente de lo que estaba sucediendo.

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