Capítulo 4

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Muchas veces me he preguntado por qué las sombras tienen que vivir dentro de nuestro cuerpo como si se tratara de su hogar.

Desde que soy pequeña, he tenido la decencia de dudar de por qué, si eres de la realeza, tienes que tener el poder de controlar las sombras de un Sombrío. Sin embargo, nunca he obtenido respuestas acerca de por qué tiene que ser así. Mis padres tampoco es que hubiesen sido muy específicos con el tema. Ahora, mirando la corona, estas dudas caen en mí como baldes de agua fría, como si se tratase de dudas que ahora, a través de mi poder, pudiera descubrirlas.

Ya hace dos semanas que estoy al mando de todo este reino, y lo cierto es que no se me ha dado tan mal. Puede que me haya apropiado de todo lo que a lo largo de los años he estado observando y puede que, de algún modo, haya optado por copiar un poco a mi madre. No obstante, creo que de momento no voy por mal camino.

Me he dado cuenta, sobre todo, de que ser reina no se compara en nada a ser una princesa, ya que las libertades son muy distintas. Cuando era princesa, vivía haciendo lo que me apetecía, siempre y cuando no estuviese en clase aprendiendo a ser reina, pero ahora, estas libertades se han esfumado. La gente ya no me trata como una más de la ciudad; no, el respeto que tienen por mí ahora es uno del cual aún no he llegado a acostumbrarme.

Y lo peor de todo es que me tratan como si fuera de cristal.

De golpe, alguien llama a la puerta de mi habitación y todos estos pensamientos se esfuman mientras me ato el pelo con una pinza de girasoles, preparada para salir ya.

—¡Espera unos segundos, ahora salgo! —Nolan lleva detrás de la puerta varios minutos, impaciente porque llegamos tarde a la reunión.

Por lo tanto, me coloco la corona sobre mi cabello oscuro. Siento el frío metal presionando contra mi frente, la corona encajando perfectamente en mi cabeza. Al salir del cuarto, me encuentro con los guardias que esperan afuera. Entre ellos se encuentra Rowan, cuya presencia solo aumenta mi sensación de incomodidad. No puedo evitar sentir que él puede ver a través de la fachada y que conoce la lucha interna que estoy librando. Por eso mismo, evito su mirada sintiendo cómo el peso de mis propias inseguridades se vuelve aún más abrumador en su presencia.

Sin decir una palabra, me uno a los guardias y comenzamos a caminar por los pasillos del castillo hasta la sala de reuniones. Cuando entro, me encuentro a un señor mayor y a un chico joven a su lado. Al parecer, dos Brujos que parecen venir desde muy lejos.

—Buenos días —saludo cordialmente mientras, guiada por mis pasos, me siento en la silla que hace menos de un mes mi padre ha estado ocupando.

—Su majestad —el señor mayor hace una reverencia y le da un empujón a lo que yo creo que es su hijo para que haga lo mismo—. Gracias por atendernos con tanta rapidez.

—Ese es mi trabajo, ¿qué os trae por aquí?

—El rey de Encantia, para ser más exactos —dice el señor sacando de su bolsillo un paquete—. Es para usted, majestad.

—¿Para mí? —me sorprendo ante este regalo envuelto en cinta de color verde—. ¿Para esto habéis venido?

—No ha sido por gusto —asegura el joven que parece hasta aburrido.

—Pues entrégamelo —el señor se acerca y me lo deja encima de la mesa. Un paquete cuadrado que parece contener mucho más que un simple objeto—. ¿Vosotros sabéis qué es?

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