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El departamento estaba en el tercer piso de un edificio viejo, con paredes descascaradas y un ascensor que apenas funcionaba. Víctor me guiaba con la naturalidad de alguien que había estado ahí muchas veces. Al entrar, noté que la fiesta era diferente a la anterior. Menos gente, luces más tenues, una música suave que se deslizaba entre conversaciones en voz baja. El ambiente era denso, cargado de humo y algo más que no podía identificar.

Víctor me presentó a algunos de los presentes. Sus nombres se mezclaron en mi cabeza junto con el aroma a marihuana y alcohol. Me ofrecieron un vaso de algo fuerte. No pregunté qué era. Solo lo tomé y bebí un sorbo, sintiendo el ardor recorrer mi garganta. No era la primera vez que bebía, pero esta vez lo hacía sin pensar, sin importar cuánto, sin importar por qué.

Me recargué contra la pared, observando a mi alrededor. Algunos hablaban en murmullos, otros reían sin razón aparente. En un rincón, un chico con los ojos entrecerrados encendía un cigarro con los dedos temblorosos. Una chica de cabello corto aspiraba algo desde la palma de su mano y cerraba los ojos con una expresión de abandono total. Víctor se mezcló con ellos con facilidad, intercambiando bromas y golpes en la espalda.

Yo, en cambio, me sentía como un fantasma. Estaba ahí, pero al mismo tiempo no. Presente físicamente, pero ausente mentalmente. La habitación se volvía más pequeña con cada trago. Intenté concentrarme en algo que me anclara a la realidad y, sin pensarlo demasiado, saqué mi celular. Vi el último chat con Andrea y le escribí:

"¿Llegaste bien a casa?"

Tardó un minuto en responder. "Sí. ¿Tú?"

"Sí". No era cierto, pero no importaba.

"¿Todo bien?"

Quise decirle que no, que me sentía como si estuviera flotando en un lugar donde nada tenía sentido. Que estaba en un departamento con gente que no conocía, viendo cómo se destruían lentamente, mientras yo intentaba descubrir si quería seguir el mismo camino. Pero no lo hice.

"Sí, solo quería saber si habías llegado bien", escribí.

"Eres dulce, Ben".

Tragué saliva y apreté el celular con fuerza. ¿Por qué había escrito eso? Pensé.

Terminé mi vaso de un trago y me serví otro.

No podía enamorarme de Andrea porque aún seguía enamorado de ti.

No sé cuánto tiempo pasó antes de que decidiera irme. Le dije a Víctor que necesitaba aire, pero él apenas me escuchó. Caminé hasta la puerta y bajé las escaleras sintiéndome más liviano de lo que debería. Nuevamente me sentí decepcionado. No sé qué esperaba exactamente.

No recuerdo exactamente cómo llegué a casa, solo que la luz del pasillo estaba encendida cuando entré.

—¿Dónde estabas? —La voz de mi madre me golpeó antes de que pudiera reaccionar.

Levanté la mirada y la vi parada en el umbral de su habitación, con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Traté de encontrar una respuesta coherente, pero mi lengua se sentía torpe y pesada.

—Con unos amigos —murmuré.

—Hueles a alcohol —su voz se endureció.

—No es para tanto —dije, pasando de largo.

—Benjamín.

Me detuve, pero no me giré. No quería ver su rostro, no quería escuchar su sermón. Quería dormir y olvidar todo.

—Mañana hablamos —dije, y cerré la puerta de mi cuarto antes de que pudiera decir algo más.

Me dejé caer en la cama con la ropa puesta. La habitación giraba lentamente. Miré el celular y vi el último mensaje de Andrea en la pantalla. "Eres dulce, Ben". Pero yo no me sentía dulce. No me sentía nada.

Cartas para nadieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora