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Tenía hambre. Mucha. Tanto como para considerar comer la avena que mi madre guarda en la alacena y que nadie más, excepto ella, toca cada mañana. 

Eran las 6:45 a. m. cuando llegué a la gasolinera cerca de casa. El aroma del café negro se mezclaba con el olor a gasolina y aceite quemado. 

Para ese momento, Andrés ya se había ido. Yo le había enviado un mensaje a mi padre diciéndole que estaba en casa de Javier, que me había quedado dormido y se me olvidó avisar. Una mentira fácil, funcional. 

El cansancio se aferraba a mi cuerpo. A pesar del café caliente entre mis manos, mis párpados pesaban más con cada minuto que pasaba. 

Entonces, el sonido de las campanillas en la puerta me sacó de mi letargo. Levanté la vista y la vi entrar. Andrea. 

Caminó directamente hacia la señora pecosa en el mostrador y, mientras esperaba su pedido, nuestros ojos se encontraron. Sonrió, y casi sin pensarlo, yo hice lo mismo. 

—¿Qué tal estuvo tu noche? —preguntó, acercándose a mi mesa después de recoger su café. 

—Dudo que mejor que la tuya —respondí, forzando una media sonrisa. 

—Debatible —replicó, sentándose frente a mí. 

—¿Qué no lo es? —alzando una ceja, disfruté un poco el juego. 

Sonrió, asintiendo levemente. 

La luz de la mañana entraba a través del ventanal, dándole a sus mejillas un resplandor suave, como si brillaran desde dentro. 

—¿Estás solo? 

Asentí. 

—Yo estoy con unas amigas. Tuvimos una pijamada en casa de Sofía y ahora vamos a la iglesia. ¿Quieres venir? 

Tomé un sorbo de café, sintiendo el líquido amargo deslizarse por mi garganta. No respondí de inmediato. 

Andrea esperó, con la cabeza ladeada y la mirada tranquila, sin presionarme. 

—No sé si sea buena idea —dije finalmente. 

—No hay que hacer nada raro, si eso es lo que piensas —respondió, sonriendo—. Solo escuchar, sentarse un rato. Además, hay café gratis. 

—Suena como un soborno barato. 

—Prefiero llamarlo incentivo. 

La miré un momento. Algo en su expresión hacía que todo pareciera más fácil. 

—Está bien —murmuré, sorprendiéndome a mí mismo. 

Andrea se levantó con un gesto de victoria. 

—Vamos antes de que te arrepientas. 

El sol de la mañana era más fuerte de lo que esperaba. Salimos de la gasolinera y caminamos por la acera, con Andrea un paso adelante, guiándome. 

—¿Estás seguro de esto? —pregunté, ajustando la capucha de mi sudadera para bloquear la luz. 

—No —respondió sin voltear—, pero tampoco tú. 

Sonreí con desgana. Tenía razón. 

Sus amigas nos esperaban en el auto. Tres chicas, riéndose de algo que una de ellas decía. Cuando nos acercamos, todas giraron a vernos. 

—¿Y este quién es? —preguntó una, con una ceja levantada. 

—Se llama Ben —dijo Andrea—. Lo invité. 

Hubo un par de segundos de silencio incómodo. 

—¿Tienes fe, Ben? —preguntó otra, con tono burlón. 

—Tengo sueño —respondí, tomando un último sorbo de mi café frío. 

Andrea se rió y abrió la puerta del auto. 

—Vamos, sube. 

Nos apretamos en el asiento trasero. La chica que iba manejando encendió la radio y la conversación fluyó entre ellas con la naturalidad de quienes se conocen de toda la vida. Yo solo escuchaba, observando por la ventana las calles aún medio vacías. 

—¿Por qué viniste? —susurró Andrea en algún momento. 

Volteé a verla. 

—No lo sé —admití. 

Ella asintió, como si esa respuesta le bastara. 

Poco después, el auto se detuvo frente a una iglesia de ladrillos antiguos. La gente entraba con calma, saludándose con familiaridad. 

—No tienes que quedarte hasta el final si no quieres —me dijo Andrea mientras bajábamos. 

—Lo sé. 

Ella me miró un instante más y luego caminó delante de mí. 

Le envié una foto a mi madre de la iglesia. Sabía que con esto iba a conseguir que los ánimos se calmaran. Sabía que iba a tener una gran conversación con mis padres, lo presentía.

Me llamó enseguida. Me preguntó si realmente estaba en una iglesia. Tuve que cambiar a videollamada para me creyera. Se sorprendió. Yo lo estaba. Le colgué diciendo que debía entrar.

Y sí, la misa estaba por empezar. Las campanas replicaban. Andrea regresó por mí y me sonrió.

Yo la seguí.

El interior de la iglesia era amplio y fresco, con vitrales de colores filtrando la luz de la mañana. El murmullo de la gente se fue apagando poco a poco mientras todos tomaban asiento. 

Andrea me llevó hasta una banca en la parte media. Me senté a su lado, sintiendo la madera firme bajo mis manos. Su grupo de amigas estaba unas filas adelante. 

—¿Primera vez en una misa? —susurró Andrea, inclinándose un poco hacia mí. 

—Primera vez en mucho tiempo. 

Ella asintió, como si entendiera. 

El sacerdote apareció y la ceremonia comenzó. No presté mucha atención a las palabras, pero el ritmo pausado y solemne de la voz me tranquilizó. A mi alrededor, la gente seguía las oraciones con naturalidad, respondiendo en coro, como si fueran parte de una misma cadencia. 

Andrea cerró los ojos por un momento y unió las manos sobre su regazo. Yo la observé de reojo. Había algo en su expresión, una serenidad que no le había visto antes. 

Bajé la mirada. 

Pensé en la llamada de mi madre. En la sorpresa en su voz, en el tono que no supe descifrar del todo. ¿Había sido alivio? ¿Desconfianza? ¿Esperanza? 

Un "Padre Nuestro" empezó a recitarse en el fondo. Sentí mi celular vibrar en el bolsillo. Lo ignoré. 

Cuando llegó el momento en que la gente se daba la paz, Andrea se giró hacia mí y me ofreció su mano. 

—La paz —dijo, con una sonrisa ligera. 

Dudé un segundo, pero luego se la estreché. 

—La paz —respondí. 

Fue un instante breve, pero algo en mí se aflojó un poco. 

Seguimos en silencio hasta el final de la misa. Cuando salimos, el sol seguía brillando con fuerza, como si fuera otra mañana completamente distinta. 

—¿Y bien? —preguntó Andrea mientras caminábamos por la explanada. 

—No estuvo tan mal —admití. 

—Eso es un gran avance —dijo, riéndose suavemente. 

Nos detuvimos en los escalones. La gente pasaba a nuestro alrededor, despidiéndose, caminando hacia sus autos. 

—¿Ahora qué? —pregunté. 

Andrea se llevó una mano al bolsillo y sacó su celular. 

—Vamos por más café. 

Cartas para nadieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora