He comprado un libro nuevo. Lo empezaré apenas termine de escribirte. Se llama El extranjero, de Albert Camus. Leí algunas reseñas y me pareció interesante.
Pronto empiezan los exámenes. Tengo que estudiar, entregar proyectos atrasados, concentrarme…
Me cuesta abrir los apuntes sin que mi mente divague. Me cuesta sentarme frente a la computadora sin terminar revisando cosas sin sentido. Me cuesta leer sin releer la misma frase tres veces.
Han sido días difíciles. Casi no puedo dormir y eso me está afectando. Estoy sin energía, me siento fatigado.
Todo se siente más pesado. Las clases, el trabajo, incluso las conversaciones con Javier o con Andrea. Respondo con lo justo, asiento, sonrío cuando es necesario, pero por dentro solo quiero que todo termine rápido.
Hoy en la universidad me quedé viendo la pantalla sin hacer nada durante varios minutos. Tenía un documento en blanco frente a mí, pero mi cabeza no encontraba palabras. Pensé en ti, en lo mucho que solías insistirme en que no me dejara estar, en que siguiera adelante sin importar qué.
Cerré la laptop y salí a caminar por el campus. No tenía un destino fijo, solo necesitaba aire. Terminé sentado en una de las bancas cerca de la biblioteca, viendo pasar a la gente.
A veces me pregunto si alguien nota cuando no estamos bien. Si hay señales evidentes o si realmente somos tan buenos ocultándolo.
Le escribí a Andrés para ver si quería salir. Quedó en recogerme en su auto.
Cuando Andrés llegó, bajó la ventana y me miró con una expresión neutra.
—¿A dónde vamos? —preguntó.
Me encogí de hombros.
—No sé, solo quiero salir.
Asintió sin decir nada y me hizo un gesto para que subiera. Arrancó el auto y puso música a un volumen bajo. Durante los primeros minutos ninguno de los dos habló. Solo miré por la ventana.
—¿Cómo has estado? —preguntó después de un rato.
—Cansado.
—Se nota.
No respondí.
Seguimos en silencio hasta que nos detuvimos en una estación de servicio. Andrés apagó el motor y se giró hacia mí.
—Voy a comprar algo. ¿Quieres algo?
Negué con la cabeza. Lo vi entrar a la tienda y me quedé solo en el auto. Sentí el impulso de revisar el celular, pero no quería ver mensajes sin responder ni notificaciones que no me importaban.
Cuando volvió, me lanzó una lata de bebida energética.
—Te ves como si la necesitaras.
La sostuve entre mis manos, sintiendo el frío del aluminio.
—Vamos a mi casa —dijo Andrés, encendiendo el auto de nuevo.
El trayecto hasta su casa fue tranquilo. Andrés no intentó llenar los silencios, y yo lo agradecí. Yo me quedé dormido poco después. Cuando me desperté estábamos en el garaje de su casa.
—Podemos pedir algo de comer —dijo, sacando el celular del bolsillo—. ¿Pizza?
Asentí y subimos a su habitación.
—¿Quieres jugar algo? —preguntó después de confirmar el pedido.
—¿Tienes FIFA?
—Obvio.
Encendió la consola y nos pusimos a jugar. Al principio apenas reaccionaba a los goles, pero después de un rato, el instinto competitivo despertó en mí. Andrés me miró de reojo cuando logré empatar el partido.
—Ah, ya estás entrando en calor.
Seguimos así durante un rato, comiendo cuando llegó la pizza, lanzándonos comentarios burlones cada vez que alguien fallaba un gol. Por un momento, todo lo demás se quedó en pausa. Solo estaba ahí, jugando, masticando un trozo de pizza y bebiendo sorbos de la lata que Andrés me había dado.
No sé cuánto tiempo pasó antes de que alguien tocara el timbre de su casa. Andrés pausó el juego y se levantó para ir a ver quién era. Yo agarré mi celular y le escribí a Elías avisándole que no iría a almorzar y que llegaría a casa después del trabajo.
—Lo siento, a mi hermana se le olvidaron sus llaves ¿Seguimos?
Andrés volvió a sentarse en el suelo, con el control en la mano, como si nada hubiera interrumpido la partida.
Cuando el marcador llegó a 4-3 a su favor, dejé el control a un lado y me estiré.
—Ya no quiero jugar más —dije.
—Porque estás perdiendo —respondió Andrés con una media sonrisa.
—Tal vez.
Nos quedamos en silencio un rato. Afuera, el cielo empezaba a oscurecer. Miré la lata vacía a mi lado y me pasé las manos por la cara, sintiéndome agotado otra vez.
—¿Seguro que quieres ir a trabajar? —preguntó Andrés.
—No, pero tengo que hacerlo.
—Te puedo decir cómo enfermarte en cinco minutos.
Sonreí, pero negué con la cabeza.
—No necesito excusas para faltar. Solo necesito… no sé. Sentirme mejor.
Andrés me miró como si tuviera algo en la punta de la lengua, pero al final solo se encogió de hombros.
—Vamos, te llevo antes de que cambies de opinión.
Salimos de su casa y subimos al auto. En el camino al trabajo, Andrés tarareaba la canción que sonaba en la radio, golpeando el volante con los dedos. Yo apoyé la cabeza contra la ventana y cerré los ojos.
Cuando llegamos, me quedé un momento en el asiento sin moverme.
—Gracias por hoy, bro—murmuré al fin.
—Cuando quieras.
Asentí y bajé del auto. Mientras cruzaba la puerta trasera del local, me di cuenta de que, aunque seguía sintiéndome agotado, algo dentro de mí se había aflojado un poco.
Esa noche, mientras cerrábamos el turno, Víctor se me acercó con una bandeja en la mano.
—Mañana hay una fiesta en casa de Esteban —dijo—. Deberías venir.
No respondí de inmediato. No estaba seguro de querer enfrentar otra multitud, otro intento de encajar en un espacio donde me sentía desconectado.
—Lo pensaré —dije.
Víctor sonrió como si ya supiera la respuesta.
—Te veo mañana, entonces.
Llegué a casa hace 15 minutos, subí las escaleras en silencio, con la esperanza de que nadie notara mi llegada. El pasillo estaba oscuro, excepto por la luz tenue que salía de la habitación de mi madre. Pasé de largo sin hacer ruido y cerré la puerta de mi cuarto con cuidado.
Dejé la mochila en el suelo y me dejé caer sobre la cama sin cambiarme de ropa. Miré el techo, escuchando el murmullo lejano de la televisión en la sala.
Me incorporé lentamente y empecé a escribirte. No sé si lees lo que escribo, o si tiene si quiera sentido hacerlo, pero me ayuda a estar presente.

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Cartas para nadie
RomanceHay cosas que nunca se dicen, se guardan en el corazón, propician nuestros insomnios, traen recuerdos del pasado, nos hacen revivir sentimientos olvidados y nos llevan a tomar malas decisiones.