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"Por favor cuídate para mí. La vida tuya tanto como la mía están en tus manos. Yo soy una gota de agua dentro del hueco de tus manos. Yo seré lo que tú quieres que sea, yo viviré por ti y el tiempo que quieran mi corazón flaco y tú, tú, Doris mía"

Gabriela Mistral





No cuesta mucho cavar, en cuerpo completo por supuesto. Desmembrarlo o descuartizarlo sería una pesadilla no solo hablando del tiempo y esfuerzo que costaría, pero sería tratar su cuerpo como un animal que servirá de alimento para otros, como si lo estuvieran dejando listo para que los gusanos se metan dentro de él con todo orgullo.

Ya de eso Jaemin lo ha pensado bastante. Duda mientras observa el cuerpo de Renjun tendido en el agujero, lo acomoda de cada rincón, junta sus manos sobre su pecho como si estuviera rezando, deja treinta monedas entre sus dedos, jala su pie un poco a la derecha, el otro lo endereza, la cabeza debe estar recta, los labios partidos los cierra. De nuevo, lo observa y sigue dudando porque desde que conoce a Renjun no ha hecho otra cosa que dudar y cuestionarse.

Jeno solo contempla las acciones de su esposo. Jaemin no ha dejado que toque el cuerpo, es mas, ni siquiera quería que sea Jeno quien cavara el agujero, pero debido al tiempo que los apresuraba y al sol que parecía que en cualquier momento saldría por el horizonte, tuvo que ceder. Tenía que ser Jaemin el autor absoluto de su muerte, porque así lo quiso Renjun desde un principio, desde la primera vez que se vieron a los ojos e intentó entregarle el arma punzocortante.

Las manos llenas de tierra y maltratadas de Jaemin le recuerdan al pequeño, simple y primer entierro que hicieron; le resulta gracioso que en ese tiempo algo tan hermoso como una mariposa azul haya sido enterrada con esas mismas manos, ahora algo mucho más, lo está siendo, con unas manos donde una es adornada por un anillo de plata, anillo que Jeno también comparte.

Se la han pasado en silencio sin nada que decir o que añadir, han cubierto el agujero ambos, Jaemin se veía perturbado por la idea pero no había otra opción mientras los primeros rayos del sol se avecinaban. Y ahí mientras la calidez cubría la tierra y el cielo se aclaraba, Jeno observaba las rodillas embarradas de tierra de su esposo, lo veía a él rezando, rezando realmente, frente a algo que ya no tenía vida, y que quizás en vida, tampoco la tuvo.

Deja de mirarlo cuando se da cuenta de la fatal asociación que está haciendo. Se pregunta si Minjeong resultaría tan herida como esa vez. Jaemin reza al encomendado por Dios, algún Dios, no el de la gente común. Jeno ve a su padre en él y recuerda los gritos, pero no los escucha, el silencio de alguna forma es mucho más fuerte que su memoria.

―También fui yo el que la mató en ese momento.

Jeno no pregunta. No quiere hacer ninguna pregunta, ni seguir viendo como sonsacado la tierra que destroza bajo sus pies. Quiere irse, de una vez, pero no puede, no sin Jaemin.

―La quería para mí y tú me diste esa oportunidad.

Un Jaemin que con tanto esmero, peleo contra los que querían robar su preciada mariposa. Jaemin que ahora está parado al frente suyo. Jaemin que tenía lágrimas en los ojos la primera vez que le pidió ayuda. Este Jaemin que toma su mano y le sonríe plácidamente.

Siempre y cuando no llore por él, se dice a sí mismo Jeno, todo va a estar bien.

¿Lo estará?

Sus ojos y su corazón que se había calmado regresan al montón de tierra que cubre ese cuerpo. No, no, nada está bien ni lo estará. Es difícil de aceptar, le cuesta mucho a su corazón turbulento pero finalmente lo hace cuando el sol termina de salir, Jaemin no ama a Jeno, porque no lo mataría ni lo enterraría, porque Jeno no es una mariposa azul con negro de espléndidas alas.

la última cena [nomin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora