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Algo curioso de Renjun es que nunca anda con dinero, Jaemin no entiende porque, sabe que lo hace a propósito porque al salir de su casa el menor le pone la billetera en el bolsillo del saco y Renjun la saca.

No es que le moleste correr con los gastos. Renjun lo mira exigente pero pacífico, solo hace falta que pida algo y Jaemin ya debe estar sacando el dinero exacto para pagar.

Se pregunta qué estará pagando ahora que ve atentamente como Jeno los saca a ambos de la bañera. Carga a Jaemin con esos dos brazos delgados que tiene y Jaemin carga consigo el cuerpo al que abraza con pudor. 

Treinta monedas es el vuelto. Renjun camina erguido con una bolsa de clavos.

Jaemin no cree mucho en el karma, por lo que preguntarse que estará pagando no tiene sentido. Este cuerpo no endereza de lo lánguido y remojado que está, seco tampoco va a hacerlo pero ve como Jeno los envuelve con una toalla, al cuerpo lo sienta en un rincón y conecta la secadora. Primero seca el cabello de Jaemin porque los muertos no pueden atrapar resfriados. Él tampoco, pero no le va a decir a Jeno porque es calmante el calor eléctrico en su pelo y los dedos masajeantes de su esposo.

Se pregunta donde estarán las treinta monedas.





El frío no es lo peor de todo, ni un Donghyuck somnoliento, las luces de la calle parpadeantes, las nubes que cubren a la luna, nada de eso es peor a lo que se queda atrapado en la garganta de Jeno, impidiéndole hablar. Lo peor ahora es la mirada incesante de Donghyuck, esos ojos suplicantes que tiene cada vez que lo ve.

No está bien, le hace pensar que en cualquier momento podría ponerse de rodillas y juntar las manos. Las rodillas le tiemblan sutilmente, trata de convencerse que es el frío y no esos orbes marrones que lo distraen de lo importante: Jaemin.

―Cuando dijiste que vivías solo, no te creí ―Donghyuck se abraza.

―¿Por qué viniste?

―No te creí, pero resulta que es cierto.

―No entiendo a qué te refieres.

Donghyuck le mira, evita, baja a sus zapatos, acomoda la corbata que se puso unos segundos antes y mira la pista desolada, el auto estacionado putrefacto, no huele nada pero sabe que algo se está yendo a la mierda. Tal vez es su cabeza.

―Vives solo pero tienes un problema de peste.

Debería molestarse, pero acá y ahora no hay nadie que juzgue su sumisión, la vista de Dios está nublado así que es imposible que vea el esbozo de sonrisa que se le escapa en el rostro.

―No tengo ninguna peste.

―Mentira, yo tengo buen ojo para esas cosas sabes ―lo regresa a mirar y el corazón de Jeno late, amordazado.

―La peste debo ser yo, en ese caso.

A Donghyuck se le escapa una risita que luego se convierte en algo más y tiene que cubrirse la boca para no despertar a toda la cuadra.

Aquí y ahora, Dios no lo juzga.

―A veces eres gracioso, tu esposo debe estar encantado contigo.

No le agrada que lo mencione, ensucia la palabra que lleva encadenada a través de un anillo en el dedo anular, contamina la plata y la siente picar en su mano.

la última cena [nomin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora