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Él era bastante extraño, dicen que los artistas siempre lo son. Les otorgan este tipo de don magistral de poder crear y les despojan de su normalidad, de su capacidad de encajar con otros, de su sanidad mental.

A Jaemin le parecía una estupidez si tenía que ser sincero, cree que todo es una cuestión social, que un artista no tiene porque estar enfermo y ser estrafalario para que su arte valga la pena; está bien ser normal, común, cometer errores, no ser poético ni estético, está bien que no todo tenga un propósito.

Renjun pensaba muy distinto por supuesto.

Pasaban la mayoría de su tiempo juntos, simplemente compartiendo un mismo espacio. Renjun muchas  veces no le dirigía la palabra por horas al estar enfrascado en su trabajo y su estudio, Jaemin que solo quería ser de ayuda, se enfocaba en limpiar la cocina donde solo él cocinaba, sacar la basura, airear las sábanas en las que nunca durmieron juntos, revisar el buzón, atender llamadas como si se tratara de su representante. 

A veces se sentía como una decoración más, y mientras más lo hacía, más pensaba en Jeno. ¿Así se sentía amar? ¿Entregarse a otro?

Siempre le dio su espacio. Jaemin se pregunta si las cosas hubieran sido ligeramente diferentes, de no haber estado tan obsesionado con entregarse a Renjun, más que a realmente amarlo. Obsesionado con la idea más no con el acto.

Tal vez era todo parte de una de sus tantas obras. El arte escénico era sin duda el arte de vivir, siempre y cuando existiera un público, existía el artista.

La cocina ya no se usaba porque todo lo que Jaemin preparaba, Renjun lo vomitaba. Jaemin se encargó de esconder todas las sustancias tóxicas que el otro pudiera hacer uso para quien sabe qué, como cuando se recomienda de éstas no dejarlas al alcance de niños pequeños. Seguro todos los artistas son como niños pequeños, inmaduros, egocéntricos, curiosos, creativos y soñadores. 

Cada vez volvía menos a casa con Jeno, no le llamaba ni se preocupaba en si había comido o no, sabía que sí. Jeno siempre se cuidaría para Jaemin. 

Una sonrisa se asoma de solo pensar en ello.

Luego de la hambruna, no entendía como tuvo los primeros días tanta energía para gritar encerrado en su estudio. Jaemin hacía lo que podía para calmarlo, para callarlo, más que todo. Vecinos se quejaban, decían que debía mandarlo a un psiquiatra pero a penas tocaban a la puerta de su casa, Renjun callaba. Nunca llamó a un doctor o curandero, por el obvio desagrado que le causaba la idea al artista.

Fueron semanas de hartazgo, cansancio e incertidumbre, entre gritos, llanto y la sombra de Renjun cargando su moribundo cuerpo del estudio al baño, donde se miraba al espejo por horas y salía como rejuvenecido, hasta que se volvía a meter al estudio a continuar con su griterío y voces sacadas de la misma ultratumba.

Sería una mentira si Jaemin decía que no le causó alivio cuando Renjun le habló luego de tanto tiempo. Ya hasta había olvidado como sonaba su voz, y dudaba que esa voz fuera la misma que escuchó la primera vez, toda carrasposa y sin vida. Fúnebre.

―Duerme conmigo.

Y así Jaemin hizo.

―Cocíname algo.

Fue unas largas semanas de dieta blanda para ayudar a su cuerpo a recomponerse.

―Bésame.

El tiempo más largo que pasó sin ver a Jeno fue de aproximadamente cincuenta y dos días.

―Tócame.

Para ese punto ya debía haber estado con otro, era imposible que no.

―Mátame.


Renjun le obligó a renacerlo, a arrastrarlo de nuevo a la vida para ser él quien lo tirara a la muerte.

―Mátame, Jaemin. ¿Harías eso por mí?


Jeno se cuidaba para Jaemin porque sabía que hasta cuando y donde Jaemin viviera, Jeno tenía que hacerlo.

―Por supuesto ―Lo ve sonreír luego de lo que se sintieron como siglos y por un segundo, se sintió autorrealizado.

Por fin.

¿Estaba agradecido porque la muerte de Renjun significaba la libertad para él?

¿Estaba agradecido porque su autorrealización lo llevó a comprender por completo esa entrega?

Lo ahogó con una almohada luego de que Renjun tomó una cantidad preocupante de pastillas de dormir. Fue tranquilo, con un poco de temblores ―no está seguro de si de su cuerpo o del de Renjun―, cerca de las tres de la tarde, en un estudio desordenado y de olor casi químico.


Tal vez, solo tal vez, lo único que Jaemin quiso fue entender a Jeno.





Jeno lo escucha con tanto sosiego en la mirada que nadie creería lo que le ha narrado. Piensa que para Jaemin, el amor debe ser someterse a otro, igual que para él.

Oh, cuanta equivocación hay en el entendimiento humano, en la carencia de comunicación y en las mismas palabras. Estamos condenados por el lenguaje y nuestra propia percepción.

Oh, Señor, no era tu abandono suficiente.

Ahí en esa mesa pequeña que eligieron porque sabían que nunca tendrían invitados, porque nunca serían más que ellos dos, comen pan y vino, las únicas dos cosas que encontraron en la alacena y refrigerador respectivamente, a parte de un frasco casi terminado de mermelada de fresa y un limón partido a la mitad que Jeno ya no recuerda para que usó.

―¿Tanto lo amas que lo mataste cuando te lo pidió? ―Ha pasado un tiempo desde que Jeno le ha preguntado algo. Jaemin sonríe, complacido.

―Así es, Jeno.

Es ciertamente un deleite ante los ojos ver a Jaemin comer hasta un mísero pan, la forma en la que lo parte a la mitad y disfruta del sabor tan corriente. Jeno se ha ofrecido en pedir algo por delivery, por más que sean horas poco adecuadas está seguro que hay lugares que aún atienden, hay tiendas de veinticuatro horas donde podía comprar algo y preparar una comida rápida digna de una cena. 

Jaemin se negó por supuesto, es una perdida de tiempo dijo, un pan y una copa de vino es más que suficiente. La incomodidad se almacena en la planta de los pies de Jeno, no le gusta la imagen, mentira, más que no gustarle la imagen, detesta la idea que se le viene a la cabeza, rechaza la asociación con ese bendito cuadro.

―¿De qué forma me amas a mí? ―escupe las palabras, tratando de no mostrar su desesperación, traga el pan para callarse, si es posible, morir atragantado frente a tal falta de respeto cometida.

Elección, ja. Piensa en Donghyuck. No existe algo como la elección en el amor porque ahora mismo Jeno no se siente capaz de elegir nada, no se siente autor de las cosas que dice o la gran cantidad de comida que usa para llenar ese vacío voraz por la verdad.

―A ti nunca podría matarte, me mataría antes a mí mismo.

La traición a los propios instintos, a la naturaleza. Los principios forjados con hierro, fuego y sangre; eso no es naturaleza, Jeno. Es como si la voz de Donghyuck estuviera metida entre los surcos en su cerebro, incapaz de sacárselo sin abrirse la cabeza.

No sabe si quiere la verdad. A Minjeong la lastimó mucho. ¿Por qué querría algo que solo trae sufrimiento y devastación?

Sentados uno al lado del otro, Jaemin se acerca, la silla emite un sonido muy poco placentero al ser removida, y deposita un beso en la mejilla de su esposo. Jeno recuerda que no agradecieron por los alimentos antes de cenar, le hubiera gustado hacerlo. Toma un sorbo de su copa y Jaemin hace lo mismo. 

El brindis de su casamiento, el brindis de una promesa.

la última cena [nomin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora