Capítulo 2

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Pasé todo el fin de semana obsesionada con lo que Alma me dijo, pensando en todas las cosas por las que seguramente había pasado. Me negaba a creer que esa fuera la única manera de llegar al equipo titular, pensaba que seguramente Alma había optado por ese camino por desesperación, aferrándome a la posibilidad de que hubiera otra solución, otra forma de lograr mi objetivo, pues aceptar las palabras de mi mejor amiga representaba la destrucción de mi creencia en el trabajo duro y el esfuerzo, representaba el tener que rendirme ante la idea de denigrarme y humillarme ante un hombre que abusaba de su poder, para poder lograr mi sueño.

Fue mi obstinación lo que me llevó a negar rotundamente una realidad que se postraba frente a mí de una forma inevitable, a tratar de convencerme de una manera estúpida de que el trabajo me pondría en la alineación titular, como si no hubiera dejado la piel en la cancha en cada partido, en cada entrenamiento y en cada momento en que tenía que demostrar mi valía.

La rabia que me dominó tras escuchar lo que mi amiga me dijo, fue lo que me impulso a dejar el alma en la cancha durante cada día de aquella semana, siendo la más rápida, la más goleadora, la que se esforzaba más y no se rendía ni se quejaba en ningún momento, llorando en las noches por el dolor que le ocasionaba a mis músculos, para luego levantarme temprano al siguiente día y comenzar de nuevo.

Aquella semana fue muy intensa y físicamente dolorosa, pero sabía que lo había hecho muy bien, sabía que había llamado la atención de Jorge pues el entrenador me había puesto como ejemplo varias veces ante mis otras compañeras, tras haber marcado más de quince goles durante los interescuadras y registrar el menor tiempo en cada ejercicio cronometrado. Estaba plenamente convencida de que sería elegida como titular, de que no había forma de volver a ser rechazada; una ilusión que solamente hizo que la realidad fuera aún más dolorosa y difícil de soportar.

Fue decepcionante y destructivo darme cuenta de que todo el dolor, el trabajo realizado, el esfuerzo y la dedicación que le impuse a cada cosa que hice, no sirvió de nada: en la lista para el siguiente partido, mi nombre nuevamente estaba en la tabla debajo del encabezado que decía "banca".

Hice un esfuerzo enorme por contener el llanto, por no explotar en ese momento enfrente de todas mis compañeras y hacer algo de lo que seguramente me arrepentiría. Me quedé parada frente a la lista sintiendo la impotencia que llenaba mi cuerpo de rabia, impactada al darme cuenta de que Alma me había dicho la verdad, de que no había otra forma de lograr mi sueño más allá de ceder mi voluntad a ese hijo de puta.

No quería entrar en los vestidores porque sabía que si lo hacía, no soportaría ver al equipo titular, sabía que si me las encontraba abriría la boca y terminaría diciendo algo que no debía, que destruiría mi carrera de forma definitiva.

Me dirigí a las gradas del centro de entrenamiento para tratar de calmarme y pensar en lo que haría, pues era evidente que el esfuerzo como el que había desplegado durante esa semana, no serviría de nada. Necesitaba estar sola y esperar a que el coraje en mi interior, se desvaneciera lo suficiente como para evitar hacer algo estúpido.

Hacer frente a mí la realidad me había golpeado de una manera cruel, provocando un dolor tan intenso e insoportable como nunca lo había sentido antes; me había dejado claro que el mundo era una mierda, que no me quedaba nada más que hacer que entrar en los juegos perversos de ese animal, si quería avanzar en mi carrera deportiva.

Era claro que en el estado en que me encontraba, no era una buena idea prestarme a tomar una decisión, pero no era capaz de controlar todas las ideas que se aglomeraban en mi pensamiento a una velocidad de vértigo, preguntándome qué podría hacer si decidía renunciar al futbol, si en verdad tendría la fuerza necesaria para abandonar mi sueño y denunciar todo lo que estaba pasando.

Diana: juegos perversosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora