Prólogo

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Sentía un dolor tremendo y comenzaba a ver de reojo a las enfermeras que estaban alrededor, frustradas al igual que yo, el parto se había complicado más de lo que se debía, mi visión se nublaba poco a poco, mi presión empezó a caer que mi cuerpo se enfrió.

—Vamos señora, usted puede solo puje un poco más —exclamó la enfermera que estaba entre mis piernas.

—No puedo —grité con mi voz quebrada, mientras soltaba algunas lágrimas.

Mis piernas temblaban, el dolor se había vuelto insoportable. Mis gritos desgarradores podían escucharse hasta la otra sala de quirófano.

—Falta poco, puje con fuerza —insistió la enfermera—. Puedo ver su cabeza, vamos.

—Duele mucho —grité, entre leves pujidos—. !Ya no puedo más! —me estaba quedando sin voz por gritos.

Afuera de la sala sé escuchaban personas discutiendo a grito abierto, ¿Acaso eran esos dos imbéciles?

—¡Es mi hijo, tú apenas y tienes a esa niña de suerte! —gritó una voz grave.

Desde aquí podía distinguir sus voces:

—¡Eres un idiota, solo regresaste por eso! —esa voz angelical repetía en mi cabeza.

Mientras tanto en mí parto sentí a mi cuerpo desvanecerse por las fuertes y prolongadas contracciones.

—T-tengo frío —tartamudeé, mientras gotas de sudor recorrían mí frente y mi visión se tornaba borrosa—. Por favor cuiden de mi bebé…—le supliqué a la enfermera, tomándola del brazo antes de cerrar los ojos.

—Llamen rápido a la obstetra, sufrió un desgarro —ordenó la otra enfermera, antes de que perdiera la consciencia.

«Esto es mi culpa. Es el fruto de mi lujuria.»

El fruto de la lujuriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora