Capítulo 2

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Al terminar de bañarme contemplaba mi reflejo en el espejo por unos breves  segundos, tratando de comprender o entender como pude caer tan bajo.

—Es mi culpa —susurraba para mi, mientras le reclamaba a mi reflejo—.
¿En serio pensé que no tendría consecuencias? ¿Qué todo sería así de fácil?

Deje de pelear conmigo misma. Volví a ponerme mi ropa, salí rápido y bajaba las escaleras cuando contemple una escena peculiar.

—¿Volviste al vino? —mostré una cara de confusión al ver a mi madre tomando una copa—. No has tomado una sola gota de alcohol desde que me casé.

—Recaigo en esto por tener una hija adultera que no sabe de quien es el padre de su hijo por tener las piernas abiertas —lanzaba una mirada de enojo, al cuál me sentí ofendida.

—Por dios no hagas un drama mamá —sostuve la botella y sentía como mis mejillas quemaban por mi enojo—. Es algo cara esta botella —levanté la ceja— con una de estas me presentaste al que tu creías que debía ser el hombre de mi vida el idiota de mi amante y no al esposo que tengo.

—Así que si tienes un cerebro en tu cabeza —dijo con un tono burlezco, al cual me enfurecí, pero me sentí lastimada.

—¡Tú me incitaste, tu nunca quisiste a mi esposo! ¡¿Ahora eres inocente!? —sentía como la presión se me subía y mi sangre ardía—. ¡No eres una santa mamá, tu me cubrías, tu me dijiste que era lo correcto! —grité enardecida.

—¿Acaso no diferencias que esta bien o que está mal? —se levantó del sillón y me pidió la botella con una sonrisita entre labios—. La culpa es tuya, no mía querida hija.

—Dios, ¿puedes ser una buena madre? —fruncí el ceño.

—Claro, cuando cierres las piernas, lo haré —agito su copa—. Esas pruebas de orina fallan deberías hacerte una de sangre.

—Esa es la mejor idea que has tenido —me acerqué a la puerta—. Iré ahora, gracias por tu apoyo —dije en un tono sarcástico y respirando profundo para calmarme.

—Mi idea es que te lo bajes, solo te traería problemas —agitaba su copa un poco y parecía segura—. Un aborto es legal aquí, no tendría que saberlo nadie —sus palabras me helaron el cuerpo.

—¿Quieres que lo aborte? —toque mi vientre, mientras abría la puerta—. No creó poder hacerlo.

Empecé a dar pasos torpes, las piernas me temblaban después de esa pelea y como pude subí a mi auto.

—¿Qué hago contigo? —mi teléfono comenzó a sonar y noté que era mi esposo—. Hola amor —respondí algo nerviosa.

—¿Estás bien? ¿Puedes ir por nuestra hija a la escuela? —escuché leves ruidos de música.

—Claro, solo... ¿Dónde estás cariño? —preguntaba timidamente.

—En una reunión, el interno puso música y no sabemos como resolverlo —empecé a escuchar su risa nerviosa.

—Entiendo, yo iré por ella —colgué rápido—. ¿Música?, este bebé me esta haciendo pensar cosas que no son —solté unos leves quejidos tratando de ignorar mis pensamientos.

Conduje por casi quince minutos hasta llegar al hospital donde trabajaba mi amiga a la cual busque entre todas las demás. Al notarla con su uniforme y su cabello amarrado no pude evitar llamarla desde lejos.

—Ven —le hice una seña con la mano a una enfermera desde lejos al cual ella se acercó.

—¿Lina? ¿No es tu descanso?  —me miro de abajo hacia arriba tratando de entender que hacia aquí.

—Necesito una prueba de embarazo —susurré— tu sabes que los chismes vuelan en este hospital —empecé a jalarla del brazo—. Vamos a una habitación y no quiero que hagas un informe por favor.

—Sabes que eso no es posible —dijo mientras cogía unas agujas y guantes.

—Bueno solo ignora mi nombre o que sea tuya —la mire con miedo, mientras caminabamos hacía una habitación sin espectadores.

Entre y sentí que todo mi cuerpo pesaba más de lo normal, no podía con las emociones que tenía y mi cabeza volvió a la tierra con sus palabras.

—No sabes de quien es ¿verdad? —me miró casi molesta y preocupada—. Te dije que no te metieras con ese idiota o mejor que no engañes a tu esposo —nos sentamos en la cama.

—¿Cómo lo sabes? ¿Quién te lo dijo? —comencé agitarme y mi respiración se empezó a cortar, mientras tenía un ataque de pánico.

—Tranquila —sentí sus manos en mis hombros— respira lento, si estas embarazada debes tener mucho cuidado y mantener relajada, recuerda que me dices todo cuando estas ebria, se te escapa la lengua muchas veces —me obligo a sentarme y levanté mi brazo—. Supongo que Gabriel no lo sabe, es un buen esposo y tu una mala pareja —pellizco mis brazos un poco.

—Nunca confíe en que me sacarás sangre cuando eramos estudiantes, pero si que engañe a mi esposo —sonreí leve—. Soy una estúpida —mis ojos empezaron a empañarse un poco, pero pude detener mis lágrimas.

—Cariño —sentí un leve pinchazo y respondí con un quejido—. Ese idiota tiene fama de mujeriego, te pediré otras pruebas. Además...—volteó su rostros mientras acomodaba la sangre en los tubos.

—¿Además? —miraba incrédula y pasaba mi mano sobre mi brazo izquierdo para calmar el dolor.

—Hay muchas que dicen que viene a coquetear con algunas enfermeras —miró su celular, casi desviando su mirada de la mía—. Yo creo que lo vi en uno de los cuartos de descanso con una, pero no puedo afirmarlo.

—No me importa —mordía mis labios de rabia—. Debo ir por mi hija, regresaré por el resultado.

Salí corriendo de la habitación sin despedirme y regresé rapido al auto.

—Maldito hijo de puta —golpeé repetidamente el claxon—. Eres mi enfermera favorita —dije imitando su voz con sarcasmo—, al parecer eramos todas.

De tanto golpear las personas cercas se me quedaron viendo, al cual tuve que conducir hacía el colegio abordada por mis pensamientos. Al llegar noté que la maestra estaba aún con alumnos.

—Profesora, disculpe la tardanza —dije alterada—. ¿Puede llamar a mi hija? —ella se limitó a saludarme y regreso con mi pequeña.

—Mami —gritó eufórica, mientras corría y me abrazaba—. Viniste a recogerme.

—Claro que si, tu sabes que eres mi hija favorita —la levanté y lleve cargando hacia el auto.

—¿Podemos ir a comer papas fritas? —dijo sonriendo, mientras le ponía el cinturón.

—Claro, sólo debemos ir primero al hospital y luego te compro todas las papas que desees —sonreí mucho. «Ella es tan alegre, tal vez...»

Después de unos viente minutos, regresé al hospital. Al verla, estaba incómoda y pálida cada paso que daba hasta ella me hacían sentir más pesada. Mis pensamientos no dejaban de alocarse cada error que había cometido lo revivia con cada paso, solo pude pensar:

«Tengo miedo, demasiado.»

El fruto de la lujuriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora