Sujeté el cigarrillo entre mis labios, propinándole una profunda calada y reteniéndolo más tiempo del necesario en mis pulmones. Disfruté de la sensación, de su detestable sabor y el placer que producía en mí antes de expulsarlo, creando una espesa capa de humo que en cuestión de segundos se disipó. Repetí la acción hasta que el cigarrillo era apenas un minúsculo trozo que se escapaba de entre mis dedos. Entonces lo dejé caer dentro del pequeño cenicero repleto de ellos y, por fin, encaré al hombre frente a mi.
Su cuerpo, ancho y fondón, temblaba. Su rostro, pálido y sudoroso, mostraba cuán asustado estaba y eso, por extraño que parezca, me agradaba. Así debía ser, pues los que me traicionan o se meten en mis asuntos acaban con los ojos fuera de sus cuencas y la lengua metida en sus traseros. Detrás de él se encontraban Seúl y Josep, mis guardianes. Ambos hombres obedecían a ojos ciegos cualquier tipo de orden, por eso, en tan solo unas horas tenía en mi despacho al candidato a la presidencia.
Este bastardo hijo de puta se había atrevido a intervenir en uno de mis negocios con Venezuela, atacando a mis hombres cuando trataban de cruzar con la droga. El chivato yacía desde hace días bajo tierra, pudriéndose. Pero para él había otro destino peor, aunque no por el momento, pues su futuro puesto en el poder sería de gran ayuda para mi.
—Esto es muy sencillo Dominic —crucé mis manos entre sí sobre la mesa, inclinándome ligeramente hacia él —, me has jodido un gran trato y ahora debes remediarlo. Hacer algo por mi que me convenza para perdonarte la vida.
—¡No pienso ayudar a una escoria como tú!
Seúl, que hasta ahora se había mantenido al margen, se aproximó hasta que su codo se hincó con fuerza en la espalda de Dominic. Este cayó hacia adelante, golpeándose contra la mesa. Sus ojos se cerraron con fuerza y varios balbuceos escaparon de sus labios. Su pálida piel pronto se tornó roja ante la fuerza ejercida por Seúl, que mantenía su brazo presionándole contra la madera.
—Podemos hacerlo por las buenas o —me eché hacia atrás, tomando la carpeta que descansaba en el mueble junto a mí y tirándola junto a él antes de volver a mi posición —, podemos hacerlo por las malas. Tú eliges.
Seúl lo soltó entonces, volviendo a su lugar. Dominic se enderezó sobre la silla, tosiendo descontrolado y limpiando las lágrimas que habían escapado de sus ojos. Sus ojos viajaron de la carpeta a mí con inseguridad.
—Échale un vistazo, te interesa lo que hay en ella.
Obediente la tomó entre sus manos, abriéndola y leyendo lo que había en ella. Su nuez subió y bajo con lentitud, sus ojos se abrieron ligeramente más de lo normal y su mandíbula se apretó con fuerza.
—¿Qué quieres?
Asentí satisfecho, dejándome caer sobre la cómoda silla giratoria en la que me encontraba. Mis dedos repiqueteaban contra la dura madera que nos separaba, tranquilo y cómodo.
—Facilidades Dominic, déjame trabajar tranquilo y yo no me involucraré en tu falsa vida de mierda.
Dominic dilató sus fosas en una respiración profunda, sus fanales de un marrón oscuro, me observaron con desagrado. Sin embargo, sus pequeñas pelotas estaban ahora mismo entre mis manos y con un solo ligero apretón las reventaría y reduciría a nada. No hay secreto que pueda ocultárseme, si puedes servirme para algo rebuscaré incluso debajo de las piedras hasta encontrar aquello que te convierta en alguien dócil y obediente. Porque, absolutamente todos, ocultamos secretos oscuros y sórdidos capaces de destrozar nuestra vida si salen a la luz.
—Está bien —dijo al fin, rendido —. Te ayudaré siempre que así lo necesites y no meteré las narices en tus negocios nunca más. Pero esto —tomó la pequeña carpeta entre sus manos, estrujándola hasta convertirla en una bola deforme y tirarla al suelo —, jamás verá la luz.
—Cumple con tu palabra y me lo pensaré, Dominic.
Satisfecho me incorporé, dedicándole una última mirada a la bola de sebo frente a mi, antes de abandonar el despacho. No sin antes ordenarles, con un simple asentimiento de cabeza, que se encargasen de hacerle saber lo que pasará si en algún momento decide romper con nuestro acuerdo.
El primer grito llega a mis oídos en cuanto sello la puerta tras de mi, comenzando a andar por el infinito pasillo. Una pequeña sonrisa toma mis labios ante su dolor, ante cada golpe que hace eco en el silencioso lugar y cada sollozo que abandona sus labios con súplicas absurdas y que no conseguirán ningún resultado.
Continúo mi camino, rebuscando en mi bolsillo hasta dar con el paquete de tabaco. Tomo un cigarrillo y lo llevo a mis labios, encendiéndolo con calma y tomando una profunda calada cuando Will se acerca a mi, interceptándome justo cuando iba a cruzar la puerta de salida. Le dedico una dura mirada que parece hacerlo hablar rápido y no hacerme perder el tiempo.
—La información que pidió señor —tiende una pequeña carpeta frente a mi —. Nombres, fotos, fechas. Todo cuanto necesita saber.
La tomo sin siquiera dedicarle una palabra y continúo mi camino hacia el exterior. Un cielo encapotado, teñido de nubes ennegrecidas, me recibe. El aire fresco golpea mi piel y las pequeñas gotas que lo acompañan humedecen mis cortas hebras. Mi chofer espera a unos metros, de pie junto al coche, con la mirada al frente y una postura estirada.
Me acerco a él, y como es costumbre, ni siquiera le dedico una palabra antes de adentrarme en el cálido y espacioso cubículo. Él lo hace poco después, presionando el botón que provoca que una pantalla negra ascienda desde el inicio de los asientos hasta el techo, creando una pared de cristal que nos mantiene a cada uno en nuestro lugar.
Termino el cigarrillo con calma, disfrutando de su amargo sabor antes de lanzarlo por la ventana en el mismo momento que el coche se pone en marcha. Es entonces cuando reparo en la carpeta que tomé y, sin demasiado interés, la abro.
Dominic me jodió mucho dinero, incluso la confianza de los venezolanos se vio en peligro por su culpa. Por eso, hacerlo trabajar para mi no será suficiente. Debo, incluso deseo, hacerle tanto daño que cada maldito día que pase, desee no estar con vida. Por eso, imágenes de personas importantes para él quedan frente a mis ojos. Ninguna produce el más mínimo interés hasta ella.
Arranco la imagen del papel, observándola con detenimiento. Cabello largo de un castaño casi rubio, ojos enormes de un marrón tan claro que parecen dos gotas de miel, labios rosados y del grosor perfecto para acabar entre mis dientes, piel pálida sin una gota de maquillaje, sin una sola imperfección. Dulzura e inocencia es su máximo esplendor y unas enfermas ganas de arrebatárselo por completo.
Lo encontré.
Sonreí con maldad y perversidad, por mi pecho ascendió la adrenalina y la lujuria, el placer por lo que vendría.
Esa pequeña e inocente muchacha sería mía.
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En los brazos de la bestia
Romance+18 || BORRADOR »El diablo tiene mayores castigos que la muerte« Narek Davtyan, un hombre despiadado, cruel y sin escrúpulos. Un monstruo con cara de ángel y cuerpo de infarto capaz de cualquier cosa con tal de conseguir lo que desea. Así ha sido t...