Capítulo 4

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Mi mueca se endureció, mi ceño cayó en un mal gesto y mis puños se apretaron a mis costados. La puerta de la diminuta y mal cuidada tienda estaba cerrada, en ella un cartel que indicaba su horario estaba impreso, riéndose de mi. Quise golpearlo hasta romperlo, hasta hacer arder este estúpido negocio.

Volví sobre mis pasos hasta colarme en el coche, tomé un cigarrillo y lo llevé a mis labios. Llené mis pulmones con ansia, reteniendo el veneno dentro de mi durante demasiado tiempo, sintiendo como se adhería, como lastimaba. Segundos después lo expulsé y volví a repetir la acción hasta reducirlo a nada.

Esa muchacha me había engañado, aceptando mi invitación para terminar dejándome tirado. Quise arrancarle la cabeza, deseé dársela de comer a los perros. Pero después no pude evitar reírme, había sido lista. Su negatividad no era una broma, eso me gustó. Su carácter, su seguridad y su respeto a sus palabras. Pocas personas había capaces de ser fieles a ella,  eso era algo para admirar hoy en día.

Le di la nueva dirección a mi chofer, obligándolo a tomar el camino más rápido y a adelantar a todo aquel que va pisando huevos. Librarse de mí no sería fácil, por eso, media hora después estaba aparcado frente a su apartamento.

Un edificio de seis plantas, pequeño y de calidad cuestionable. Su fachada dejaba mucho que desear, al igual que la salud de sus cimientos. Abandoné el vehículo, lanzando el cigarrillo nuevo al suelo y caminando tranquilo hasta el portal. Hice la puerta a un lado sin demasiado esfuerzo, pues esta no tenía pasador ni conserje que vigilase la entrada y salida de personas. Su interior no era mucho mejor, pintura cayendo, suciedad por todas partes. Un olor a humedad, marihuana y basura bailaba en el aire.

Avancé escaleras arriba, alcanzando rápido la tercera planta. Allí había dos puertas, me acerqué a la de la derecha y la golpeé suavemente con mis nudillos. Esta se abrió segundos después, dejando frente a mí a la muchacha de rostro dulce que rápidamente enrojeció.

A diferencia de horas atrás su cuerpo se encontraba cubierto por una camiseta exageradamente grande que le llegaba por medio muslo y unos pantalones anchos que le cubrían hasta las rodillas. Su melena, brillante y lacia, estaba sujeta en una coleta mal hecha que más bien parecía un nido de pájaros.

Sus ojos se abrieron como platos en cuanto cayeron en mi, brillando con sorpresa y cierto miedo. Sus labios se separaron para volver a cerrarse, sellándose en una fina línea. Las incógnitas estaban presentes en sus muecas, la incertidumbre e incluso las ganas de cerrarme la puerta en la cara.

—Tú... —musitó, aclarándose la garganta antes de tomar una postura más segura. Su espalda se enderezó, elevó el mentón y me atacó con esos profundos fanales color miel — ¿Cómo has sabido dónde vivo?

—Acostumbro a saberlo todo —simplifiqué, apoyando ambas manos a cada lado de la puerta, casi cerniéndome sobre su pequeña y temblorosa figura —. Sin embargo, el hecho de que me has dejado tirado cuando habíamos quedado para cenar no me lo esperaba.

—No pensaba ir a cenar con una persona que juega sucio para conseguir un si.

—Oh, cielo, no sabes lo sucio que puedo llegar a jugar si me lo propongo.

La muchacha solo bufó, rodando los ojos al cielo y cruzándose de brazos ante mi inoportuno acercamiento.

—Creo que me voy haciendo una idea —farfulló —. ¿A qué has venido? ¿Quién te ha dado mi dirección?

—He venido a cenar contigo.

—¿Dejarte plantado no ha sido suficiente indirecta?

—No me rindo fácilmente.

En los brazos de la bestia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora