Capítulo 11

613 26 15
                                    

La mueca de la chica era de lo más divertida. Hacía algo más de diez minutos que habíamos llegado, desde entonces se había plantado en medio del restaurante y no se había vuelto a mover. Sus ojos, grandes y brillantes como dos diamantes, analizaban todo cuanto la rodeaba. Su labios, gruesos y exquisitos, se abrían y cerraban con balbuceos sin sentido. La sorpresa marcaba su mueca, los nervios la dominaban. Y, entre todo ese caos que era su interior ahora mismo, se veía malditamente hermosa.

—Esto... es precioso, acosador —murmuró, girando el rostro en mi dirección. Su rostro seguía contraído en la sorpresa, la incertidumbre y la duda —. ¿Por qué no hay nadie?

—No me gusta la gente.

—¿Entonces por qué has querido ir a cenar a un sitio público?

—Porque si te hubiese invitado a mi casa no habrías aceptado.

—¿Y se puede saber cómo has conseguido que no haya nadie?

—Solo tuve que pedirlo.

Abigail calló por unos segundos, observándome ceñuda y confusa.

—¿Quién eres? —Cruzó los brazos sobre su pecho, seria — Porque solo harían eso si... ¡Espera! ¿Eres famoso?

—Algo parecido —sonreí, divertido.

—¿Actor? ¿Cantante? ¿Has ido a algún reality?

—No.

—¿Entonces?

—Digamos que tengo cierto poder en la sociedad.

—¿Por qué?

—Porque soy el dueño de todos —espeté, acercándome —. ¿Cenamos?

Sin darle tiempo a réplica apoyé mi mano en su espalda baja y la empujé ligeramente hacia nuestra mesa. Esta se encontraba junto a la amplia cristalera que te dejaba apreciar todo Seattle. Las luces y el tráfico de la gran ciudad se veía imponente y hermoso desde este lugar. Los ojos de la chica brillaron, asombrados y felices.

—Nunca imaginé que esta ciudad asfixiante se podría llegar a ver tan hermosa desde fuera —dijo, ocupando la silla que abrí para ella y acomodándose.

Ocupé mi lugar justo en frente, deshaciéndome de la chaqueta que cargaba y quedándome únicamente en camiseta y vaqueros. Estos, al igual que la mayor parte del tiempo, eran negros.

Apoyé mis codos en la mesa, acariciando mi barbilla con mis dedos, y la enfoqué. Abigail ya me observaba, seria y ruborizada.

—¿Vas a decirme ya tu nombre?

—Narek.

—Narek —repitió, acariciando cada letra. Haciéndolo sonar caliente como la mierda —. ¿De dónde es?

—Armenia.

—¿Eres de allí? —Preguntó, curiosa.

—Mi padre lo era —la crudeza en mi voz la hizo sellar los labios y olvidar sus próximas preguntas.

Recordar a ese bastardo hijo de puta hacía bullir mi interior con rabia y asco. Todo lo que mi hermana y yo vivimos por su culpa sigue marcado en nuestros cuerpos y almas, acompañándonos durante toda la vida y recordándonos el poco valor que llegamos a tener para él. Siempre quiso que fuese así, perseguirnos siempre a pesar de ya no estar aquí. El muy cabrón había conseguido a la perfección su objetivo.

Un camarero, probablemente el único del lugar, se acercó poco después. Entre sus manos un par de cartas que dejó frente a cada uno antes de volver a alejarse sin siquiera mirarnos. Perfecto.

En los brazos de la bestia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora