Capítulo 10

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Mis nudillos golpearon con suavidad la madera frente a mi. En ella el número 206 estaba pintado con una letra bastante fea y desaliñada. Al igual que la última vez el olor a humedad lo impregnaba todo, las voces de los vecinos discutiendo podían escucharse a la perfección y la inseguridad del lugar se palpaba a ojos ciegos.

La puerta se abrió segundos después, la chica me observó desde su altura con vergüenza y una pequeña sonrisa nerviosa sobre los labios.

Ni siquiera pude hablar cuando su apetecible cuerpo quedó frente a mis ojos como el bocado más tentador. Un vestido negro, ceñido a su delgada figura, de mangas largas y transparentes y escote cerrado, me hizo salivar. Mantenía su clara melena libre, enmarcando ese dulce rostro y haciendo resaltar la inocencia de sus fanales.

La necesidad de empujarla hacia el interior, tirarla sobre cualquier parte y arrebatarle ese vestido para follármela durante toda la noche palpitó dentro de mi, haciendo crecer mi erección y acelerando mi pulso.

Respiré profundo, aferrándome al marco de la puerta y tratando de no comportarme como un animal.

—Hola —murmuró tras un largo silencio, regalándome una pequeña sonrisa de boca cerrada y apretujando sus manos sobre su abdomen.

—Joder cielo, ¿cómo pretendes que controle estas ganas de arrastrarte a la habitación y follarte durante toda la maldita noche?

Sus fanales se abrieron con exageración, el rubor ascendió a sus mejillas y la saliva pareció atorarse en su garganta ya que comenzó a toser con nerviosismo.

—Es imposible acostumbrarse a tu falta de vergüenza.

Sonreí cínico, enderezándome y acercándome a ella. Su aroma peculiar y dulzón me envolvió, el calor de su cuerpo calentó mi carne cuando mis dedos rozaron su mejilla y el latir desenfrenado de su corazón casi parecía llegar a mis oídos.

—Me gusta decir las cosas como las pienso y contigo pienso demasiadas cosas sucias.

—Eres un pervertido —susurró, suspirando —. ¿Eres capaz de pensar con otra cosa que no sea tu pene?

—Te aseguro que mis mejores ideas vienen dadas por él —bromeé, haciéndola rodar los ojos.

—Eres un hombre —subió y bajó los hombros.

—¿Qué quieres decir con eso?

—No se puede esperar mucho de un hombre. Sois algo así como un error de la naturaleza que nos vemos obligadas a soportar de tantas maneras irritantes.

—Eres muy original, ¿lo sabías?

—Ajá —sus fanales divertidos me enfocaron con fuerza. Una sonrisa elevaba la comisura de sus labios en un gesto de lo más bonito y dulce —. ¿Nos vamos ya? ¿O estás esperando a que acepte a tus obscenidades? Porque si es así siento decirte que no pienso caer en tu juego. No soy como las mujeres que acostumbras a tratar, a mí tu cara bonita y tus sucias palabras no me van a enredar.

—Sin embargo, mi cara bonita y mis sucias palabras te han hecho aceptar una cena —alcé las cejas, orgulloso ante su mala mueca.

—No tengo nada mejor que hacer —farfulló.

Después dio un paso hacia mi, que me quedé en mi lugar. Su cercanía se sentía agradable, excitante. Resultaba complicado resistirse a esa belleza dulce e inocente, a esa figura tentadora. Ansiaba probarla, descubrirla. Hacerla perder la cabeza de placer, escuchar sus gemidos suplicando por más, sus gritos y palabras sucias.

—¿Te apartas? Quiero cerrar la puerta —elevó el brazo, enseñándome un juego de llaves con un llavero de Shrek.

—Me gusta estar cerca de ti, de tu cuerpo. Desprendes una sexualidad difícil de ignorar, ¿sabes lo mucho que me tengo que esforzar para quedarme en mi lugar? Quiero probarte y hacerte perder la cabeza de placer. Quiero que supliques por mis labios, por mis embestidas. Quiero escuchar todo lo que esa apetecible boquita es capaz de decir cuando estás excitada. Y, sobre todo, quiero tener encima de mi, botando y gritando.

En los brazos de la bestia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora