Capítulo 8

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Crucé la puerta de la diminuta y antigua tienda, esta se encontraba abierta y a través de ella escapaba esa sutil canción desconocida para mí. La voz del chico era suave, incluso melosa. Acariciaba cada palabra con delicadeza y la guitarra de fondo le daba el toque perfecto para sumir el pequeño espacio en una tranquilidad profunda.

Al igual que la última vez la chica se encontraba tras el mostrador, un libro ocupaba sus manos y su cabeza parecía demasiado perdida en las infinitas letras de este. La observé desde la distancia, apreciando el pequeño fruncimiento de su frente, las pequeñas arrugas que eso generaba sobre esa zona y esa mirada de concentración y nerviosismo de sus profundos fanales.

Me acerqué tranquilo, despacio y sin provocar el más mínimo ruido. Interrumpirla y dejar de apreciar la tranquilidad que desprendía no entraba en mis planes. De hecho, podría apreciarla durante horas, analizando cada expresión, cada pensamiento que surca sus ojos, cada respiración profunda. Abigail Thompson es una mujer digna de apreciar, una joven hermosa y apetecible que ha tenido la mala suerte de caer en mis manos.

—La lectura ha sido un hábito que nunca pude adquirir —rompí con el profundo silencio, haciéndola brincar y que un agudo chillido escapase de sus labios.

La muchacha soltó el libro de golpe, elevando los orbes y enfocándome. Estos se abrieron más de lo que deberían y de su garganta comenzaron a escapar balbuceos sin sentido. La sorpresa marcó su rostro, los nervios ascendieron a gran velocidad y el rubor pronto comenzó a subir por su cuello.

—Eso demuestra lo que ya me suponía —farfulló por lo bajo tras un largo silencio en el que, al parecer, había conseguido ser capaz de volver a controlar su propio cuerpo.

Cerró el libro que había caído de mala manera y se cruzó de brazos, enfocándome. La seriedad de su rostro no encajaba demasiado bien con la rojez de sus mejillas, con esa manera tan sutil de acelerarse su respiración y de, probablemente, comenzar a sudar.

—A ver, sorpréndeme, ¿qué te suponías? —Ladeé el rostro divertido, expectante a sus próximas palabras. No necesité más que unas horas conociéndola para darme cuenta rápido de que esta muchacha no tenía pelos en la lengua a la hora de decir las cosas.

—Que solo eres un cuerpo bonito con una cabeza hueca.

—¿Ah sí que te parece que tengo un cuerpo bonito?

—Entras dentro de los estereotipos de la gente, sí.

—¿Entro también dentro de los tuyos?

Abigail meneó la cabeza, haciéndose la pensativa.

—Si me gustasen los acosadores, sin duda, lo serías.

—¿No te resulta atrayente que un hombre pelee tanto por ti?

—Da mal rollo más bien. Además, has aparecido de la nada insinuando cosas muy sucias y ni siquiera me has dicho tu nombre. Y para rematar, insististe como un demente en cenar conmigo y después me dejaste tirada solo porque tu novia te llamó.

—¿Mi novia? —Inquirí divertido.

—¿A quien si no le ibas a poner esa cara de perro asustado? No hay nada que temáis más los hombres que a una mujer enfadada. Somos peligrosas, acosador.

—Me gusta el peligro.

—Como no —rodó los ojos al cielo —. ¿Y se puede saber a qué has venido?

—A recuperar la oportunidad que perdí la otra noche —mis palabras le sorprendieron ya que quedó muda —. ¿Cenamos? Pero esta vez yo elijo el sitio.

—¿Pretendes que vaya contigo sin conocerte?

—¿Te da miedo?

—¿Si?

En los brazos de la bestia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora