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»asombro.«

Impresión en el ánimo que alguien o algo causa a una persona, especialmente por alguna cualidad extraordinaria o por ser inesperado.

Impresión en el ánimo que alguien o algo causa a una persona, especialmente por alguna cualidad extraordinaria o por ser inesperado

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Nueva España | Año 1756.

Teodora Villavicencio.

El crepitar suave de las velas llenaba la habitación con una luz parpadeante, lanzando sombras danzarinas en las paredes rosas, un espacio que solía ser su refugio tranquilo.

Una estancia impregnada de elegancia, así como de aroma a rosas y vainilla. Un momento efímero de paz.

Dejó que la música imaginaria llenara el aire mientras se movía con gracia. Su figura se mecía con los compases invisibles, por un instante, el mundo exterior se desvanecía en el recuerdo de un rostro moreno y ojos cautelosos.

La melodía la envolvía como un abrazo suave, pero la comodidad del silencio se rompió de repente con el susurro de las cortinas y el leve ruido del roce de las joyas.

Teodora se congeló en su lugar. La música se desvaneció en un instante, su postura se enderezó instantáneamente.

Un nudo se formó en su garganta mientras se daba cuenta de que su pequeño momento de escape se había terminado.

Por primera vez en mucho tiempo, su madre se asomó por la puerta entreabierta.

El aire se cargó de tensión, como si el simple hecho de estar juntas hiciera que el mundo entero contuviera la respiración.

—Tu padre se irá de nuevo —anunció—. En dos días más, será... por un largo tiempo. —su voz apenas un susurro.

Teodora la miró, esta vez, la noticia apenas provocó una leve reacción en ella. Quizás se había acostumbrado a las partidas frecuentes de su padre, o tal vez su mente estaba ocupada con otros pensamientos.

Hubo un breve silencio.

—¡Mira lo que has hecho con este vestido! Está completamente arruinado. ¿Cómo puedes ser tan descuidada? —espetó, su voz elevándose con cada palabra, mientras observaba con desaprobación el atuendo de su hija.

—No me importa el vestido. —respondió titubeante, intentando no mantener la mirada de su madre.

—No te importa el vestido, pero debería importarte —habló con frialdad, cruzando los brazos sobre el pecho—. Debes aprender a cuidar las cosas que te pertenecen.

Flores y Mantillas | Teochitl.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora