Capítulo XI

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- Esto debe ser un chiste – se respondió Albert antes de sentarse.

Dentro de él, sentía celos y rabia; Candy, su Candy estuvo con Terry, con Terry y no con él. ¿Cómo pasó eso? ¿Cómo ella llegó a hacerle eso? Después de él no debía haber nada ni nadie. No lo entendía, entonces ¿qué estaba haciendo él ahí? Iba en su búsqueda y ponía en duda sus sentimientos hacia él y eso no le importó de ningún modo.

- No los escuche señor William – le aconsejó al ver el semblante de su jefe.

- Perdón, ¿qué has dicho? – preguntó él un tanto contrariado.

- El mayor de los errores del hombre, es dejarse llevar por los celos, no los escuche – le recomendó Watson mirándolo directamente, a los ojos.

- ¿Qué quieres decir? ¿Has oído eso? Candy decidió verlo a él y yo, yo que le he dado todo, por el amor de Dios, ¿qué más quiere que haga por ella? – reclamó el rubio.

- Calma señor Andley, serénese, según George usted nunca ha sido celoso, sólo está enojado por lo que alguien le dice – le recordó tranquilamente al rubio que estaba encolerizado.

- ¡No! No es sólo alguien, ¡él fue su novio! Es que nadie lo entiende, pudo haber pasado cualquier cosa en el estado de ánimo que tenía Candy, ¡nadie lo ve! – explicó ahora ya más alterado que en las discusiones de la empresa.

- Me va a perdonar, pero ¿se está oyendo? – se exalto.

- Por supuesto que sí, me estoy oyendo, dale vuelta al barco, nos vamos de regreso a Norteamérica – ordenó. Si se quiere ir con él que lo haga, pero en serio – salió en busca de la cabina de mando.

- ¡No lo haré! – respondió Wilson determinantemente.

- ¡Watson, es una orden! – se volvió sobre sus pasos en cuanto escuchó esa idea, incrédulo por lo que había escuchado.

- Lo sé, pero no lo haré – volvió al ataque.

- Entonces estarás despedido, una vez que bajemos del barco por supuesto – recriminó el rubio y más cuando Watson pareció no importarle.

- Me podrá despedir, pero eso me da la libertad de expresarme entonces – se puso en jarras al verse liberado del yugo empleado-empleador.

- ¿Qué cosa dices? ¿Sabes con quién estás hablando? – gritó enfurecido el rubio sin poder creer el cinismo de su subordinado.

- ¿Puede guardar silencio? – le pidió Watson mirándolo fijamente. Buen muchacho, como le decía, sabe usted ¿por qué se fue con el joven Grandchester? ¿Si le fue fácil? ¿Si se enfermó? ¿Si en realidad le ama? – cuestionó casi risueño, mientras el rubio caía en cuenta que tenía mucha razón. Lo sabía, entonces me encantaría regresar a mis labores mientras usted peca de estúpido – le lanzó una mirada, sonrió y le dio una palmada en la espalda. Lo siento, pero cuando se tranquilice verá que es cierto – salió de su camarote, dejándolo un tanto pensativo.

- Candy, ¿por qué si te conozco tanto pareciera justamente lo contrario? Estabas...un momento, Terry dijo que te habías desvanecido porque te descuidaste...eso es, estabas enferma...pero ¿de qué? - era una realidad, era un estúpido, encaminándose al camarote que se encontraba en el otro lado del barco, tocó al de... ¡Terry, Terry! – lo llamó con apenas un golpe en su puerta.

- ¿Qué pasa Albert? ¿Sucede algo? – cuestionó el castaño, asustado.

- Candy estaba enferma, enferma ¿de qué? – lo apuró tenía que saberlo.

Enfermera de guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora