Capítulo XXI

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- Sí, lo haré, ahora debe disfrutar de su baño...así que ¡relájate! – le ordenó palmeándole el brazo.

- Bien... lo haré...Albert... - y cuando el rubio pensaba que ya se había dado por vencida.

- Mmmm – respondió echándole agua y dándole el jabón para que lavara su parte intima, ya que si él lo hacía no saldrían de esa bañera nunca.

- ¿Me amas? – cuestionó Candy dudosa.

- Sí y lo sabes...te amo demasiado...más que a mi vida y más que a mí mismo – respondió Albert con lo que Candy sonrió como el rubio esperaba que lo hiciera.

Después de haberla cambiado, Albert metió su pie en el cubo de agua caliente y sal, cuando lo sacó, le colocó una pomada. Luego de secarlo y al último un vendaje; mientras él se cubría con una toalla que amarró en la cintura; después la cargó hasta la cama donde la depositó para regresar al cuarto de baño y recoger todo de ahí.

Al regresar del cuarto de baño, Candy se había quedado dormida, por lo que Albert la levantó y con una mano movió las cobijas para después colocarla sobre la cama y cobijarla, dio la vuelta y se quitó la toalla, metiéndose con ella, atrayéndola hacia sí y dándole besos en el hombro descubierto al que su camisón le daba acceso, teniendo como único objetivo hacerle el amor tal y como su esposa se lo había pedido, aunque debía ser demasiado cuidadoso; primero porque el doctor no se lo había autorizado y segundo por el estado anímico de su esposa.

Candy seguía en un sueño profundo mientras Albert metía cada uno de sus dedos en la planicie de su piel desnuda, abriéndole poco a poco el camisón, disfrutando del movimiento que causaba su respiración, hasta que encontró en su viaje un pequeño montículo, que acarició y se erigió tan rápido que Candy comenzó a respirar rápidamente, el rosado pezón despertó para ser acariciado y aprisionado entre dos dedos, luego Albert acercó la lengua y lo lamió, chupó y mordió, se pegó más al cuerpo de su esposa, sólo Dios sabía cómo la había añorado, desde hacía menos de seis meses no la había tocado, no la había hecho suya y la amaba tanto, que dejó que los demás se preocupasen por ella menos, él, su esposo, que decía que la amaba y en realidad ¿lo hacía? Por ello, tomó esa decisión, la haría suya como se lo había pedido.

Por un momento, Candy se removió en sus brazos haciendo que sonriera un poco, prosiguió con sus besos, abriendo más el camisón de su esposa, poco a poco, deslizando sus labios sobre sus senos, lamiéndolos, succionándolos, comiéndoselos y al mismo tiempo deslizando su mano por la ingle de ella, jugando con el dormido clítoris de su esposa, a lo cual la rubia ya había despertado un poco y soltando un gemido, que Albert sintió con gusto, ya que su miembro comenzó a tomar vida de los sonidos que Candy hacia al gemir.

- Albert... - Candy lo llamó.

- Dime – le contestó el rubio sin prestar atención realmente.

- ¿Qué haces? – protestó ella.

- Cumpliendo tus órdenes... ¿Qué más? – respondió sin entenderlo.

- ¡Aaahhh! – exclamó la rubia cuando sintió un par de dedos introduciéndose en su intimidad.

Albert tendría que tomarlo con calma, pero su ansiedad y hambre de su esposa lo hacía perder la razón, por lo que, apenas hubo metido sus dedos en el interior de Candy cuando comenzó a morderle los pezones y a friccionar su miembro en el derrier de su amada rubia, haciendo que ella dirigiera su mano a su clítoris, enardecido por el placer, cuando estaba por llegar al clímax, Albert sacó la mano de la intimidad de Candy y tomando la de su esposa, se dirigió a su seno y después la dejó ahí para que él dirigiera sus dedos y probara el sabor de su mujer y luego la preparara para la intromisión de su miembro con mucho cuidado o al menos eso quería él, pero debido a la urgencia de Candy, abrió la pierna izquierda y se colocó más arriba para que su esposo pudiera introducirse en ella con más cuidado, haciendo que sus senos se depositaran sobre el brazo que tenía debajo de ella, lo que le permitió a Albert apretarlos mientras colocaba su miembro en la entrada de su intimidad y justo cuando Candy le pedía un beso, recibió la estocada del miembro de su esposo, haciéndola gemir audiblemente en su boca, la cual el rubio aprisionó en un beso cargado de pasión como la que sentía en ese momento.

Enfermera de guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora