- ¡Hola mi amor, eres travieso! Dame eso que de alguna manera tengo que salir de aquí – le pidió el camisón y tuvo que arrebatárselo.
- ¡Es mío! – lo sostuvo nuevamente ya que quería quedárselo como si fuese un niño.
- No señor, esto es mío, pero Albert estás desnudo...truhan – reaccionó Candy al sentir el miembro de su esposo cuando él la hubo metido debajo de las cobijas.
- Así te gusto más mi amor, ¿no es cierto? – respondió él gustoso de acariciar los senos de su mujer.
- Sí me gustas más y a ti más ¿verdad? – lo cuestionó restregando su trasero para despertar el deseo de Albert en unos cuantos segundos.
- ¡Oh sí! Candy no es que me moleste, pero la tía abuela nos sorprenderá – replicó él para la sorpresa de Candy.
- Estás equivocado, la señora Leagan la mandó a llamar y estará un par de semanas lejos de aquí – le informó de lo que se había enterado en el desayuno.
- ¿Es por eso que estas aquí? – preguntó sorprendido.
- Por eso y para que me devuelvas mi camisón – respondió ella muy sonriente.
- Y qué haremos mientras, hacerte el amor es una de mis prioridades – solucionó Albert al ver que su miembro se levantaba.
- Pues la servidumbre está en Lakewood porque según tú y yo iríamos a unas fiestas estos días y no veía necesario que se quedaran, entonces los envié allá para darnos privacidad, tú dime ¿qué haremos? George se encarga de todo hasta la próxima semana – le contó con lujo de detalles.
- Mi vida, ¿me quieres tener todo para ti? – preguntó Albert mientras caminaba como león hacia ella.
- Sí es justo, ya me tocaba – replicó ella mirándolo.
- Con que ya te tocaba, ¿eso crees? – le preguntó lamiéndole el monte de venus.
- ¿Tú no lo crees? – repreguntó ella tomando el miembro de él entre sus manos y comenzando a masajearlo para después instigar a Albert para que le hiciera el amor.
Albert y Candy casi no salían de su habitación, más que para comer y una que otra vez para hacerle el amor en el jardín interior de la mansión, situación que disfrutaron mucho. El lunes de la siguiente semana, Albert tenía que volver a encargarse de los negocios y cuando culminó sus asuntos el fin de semana, corrió alegre desde la entrada hasta su habitación encontrando una nota sobre la cama.
Albert
Me he ido a Lakewood, ¡alcánzame allá!
Candy.
Cuando Albert se dio la vuelta, vio que su esposa había olvidado uno de sus guantes y que el uniforme de enfermera estaba en un perchero. Entonces algo había sucedido, como pudo logró cambiarse rápidamente y salió en el primer caballo que vio dentro de la caballeriza. Se tardó tres horas en llegar a Lakewood, desmontó y corrió hasta el establo para dejar a su caballo descanzar en las caballerizas.
Después de darle de comer, se aventuró a ir a escondidas a la habitación de su esposa, cuidándose de que nadie lo viera, subió las escaleras y al alzar la vista ahí estaba, era una sorprendida Candy que corrió hasta él para abrazarlo.
- ¡Pensé que nunca ibas a llegar! – le dijo emocionada.
- Te deseo Candy, nunca...nunca vuelvas hacerme esto – le suplicó con la mirada triste y a punto de llorar.
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Enfermera de guerra
FanfictionUna obligación se había convertido en un asunto sin importancia, la lejanía de un amor en desinterés, la poca privacidad en un ahogo constante, el amor desmedido en apatía y el desconsuelo en confusión. Su verdadera profesión no era ser una dama dig...