Capítulo XVII

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- ¡Hola mi amor, eres travieso! Dame eso que de alguna manera tengo que salir de aquí – le pidió el camisón y tuvo que arrebatárselo.

- ¡Es mío! – lo sostuvo nuevamente ya que quería quedárselo como si fuese un niño.

- No señor, esto es mío, pero Albert estás desnudo...truhan – reaccionó Candy al sentir el miembro de su esposo cuando él la hubo metido debajo de las cobijas.

- Así te gusto más mi amor, ¿no es cierto? – respondió él gustoso de acariciar los senos de su mujer.

- Sí me gustas más y a ti más ¿verdad? – lo cuestionó restregando su trasero para despertar el deseo de Albert en unos cuantos segundos.

- ¡Oh sí! Candy no es que me moleste, pero la tía abuela nos sorprenderá – replicó él para la sorpresa de Candy.

- Estás equivocado, la señora Leagan la mandó a llamar y estará un par de semanas lejos de aquí – le informó de lo que se había enterado en el desayuno.

- ¿Es por eso que estas aquí? – preguntó sorprendido.

- Por eso y para que me devuelvas mi camisón – respondió ella muy sonriente.

- Y qué haremos mientras, hacerte el amor es una de mis prioridades – solucionó Albert al ver que su miembro se levantaba.

- Pues la servidumbre está en Lakewood porque según tú y yo iríamos a unas fiestas estos días y no veía necesario que se quedaran, entonces los envié allá para darnos privacidad, tú dime ¿qué haremos? George se encarga de todo hasta la próxima semana – le contó con lujo de detalles.

- Mi vida, ¿me quieres tener todo para ti? – preguntó Albert mientras caminaba como león hacia ella.

- Sí es justo, ya me tocaba – replicó ella mirándolo.

- Con que ya te tocaba, ¿eso crees? – le preguntó lamiéndole el monte de venus.

- ¿Tú no lo crees? – repreguntó ella tomando el miembro de él entre sus manos y comenzando a masajearlo para después instigar a Albert para que le hiciera el amor.

Albert y Candy casi no salían de su habitación, más que para comer y una que otra vez para hacerle el amor en el jardín interior de la mansión, situación que disfrutaron mucho. El lunes de la siguiente semana, Albert tenía que volver a encargarse de los negocios y cuando culminó sus asuntos el fin de semana, corrió alegre desde la entrada hasta su habitación encontrando una nota sobre la cama.

Albert

Me he ido a Lakewood, ¡alcánzame allá!

Candy.

Cuando Albert se dio la vuelta, vio que su esposa había olvidado uno de sus guantes y que el uniforme de enfermera estaba en un perchero. Entonces algo había sucedido, como pudo logró cambiarse rápidamente y salió en el primer caballo que vio dentro de la caballeriza. Se tardó tres horas en llegar a Lakewood, desmontó y corrió hasta el establo para dejar a su caballo descanzar en las caballerizas.

Después de darle de comer, se aventuró a ir a escondidas a la habitación de su esposa, cuidándose de que nadie lo viera, subió las escaleras y al alzar la vista ahí estaba, era una sorprendida Candy que corrió hasta él para abrazarlo.

- ¡Pensé que nunca ibas a llegar! – le dijo emocionada.

- Te deseo Candy, nunca...nunca vuelvas hacerme esto – le suplicó con la mirada triste y a punto de llorar.

Enfermera de guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora