Capítulo XVI

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Y de ese beso, saborearon pieles, entre besos y caricias se desnudaron y Albert definitivamente tenía más experiencia que Candy y supo llenarla de éxtasis cuando por primera vez venció su barrera con pasión, omitiendo el dolor de su intromisión, resultando ser una amante perfecta, lo que después de descansar y casi quedarse dormidos Albert concilió el sueño pensando que ahora era su mujer y de nadie más.

Cuando despertaron, Albert ya tenía listo el equipaje en la mansión y después de desayunar tomaron un carruaje con dirección a la estación y a su vez a Chicago, pasarían y desaparecerían algunas semanas en Lakewood, ahí era el lugar perfecto, donde ambos se conocieron.

La primera semana visitaron el Hogar de Pony dándole la feliz noticia a la Señorita Ponny, a la hermana María y a los niños del Hogar, después visitaron a Tom y a Jimmy, regresaron a Lakewood, salieron a caminar, a montar, a todas aquellas actividades que no hicieron estando de novios y mucho menos de prometidos.

La segunda semana, debido a que estaban lejos de las obligaciones y de todas aquellas fiestas, salieron al pueblo y comieron todo lo que no se comía decentemente, convivieron con personas del pueblo, se amaron en cada oportunidad, se conocieron más y más a cada día.

En la tercera semana, se amaron fuera de la mansión en cada oportunidad que tenían y un día de aquellos últimos, un día bastante bochornoso, salieron al Bosque y nadaron en el lago.

- Pero Albert, no tenemos trajes de baño – espetó Candy aún sin entender lo que su esposo quería decirle.

- No importa, mientras tú no le digas a nadie, conservaré tu secreto. A ¿qué le temes Candy? Conozco todo cuerpo, lo he amado noche tras noche, tarde y mañana – le explicó alzando la ceja derecha y adivinándole qué era lo que pensaba.

- Albert no digas eso que me pones nerviosa - retiró su vista de él.

- Bueno no lo diré, así que mi amor, te ayudo – él deseaba quitarle una a una sus prendas, dejándola desnuda sólo para sus ojos.

- ¡Albert me haces cosquillas! – Candy se retorció ante su tacto.

Albert desnudó a Candy y tomándole las manos la condujo hacia el lago, donde estuvieron de entre otros menesteres amándose y jugando con ella.

- ¡Albert, no me hagas cosquillas! – Candy pensaba que lo estaba haciendo a propósito.

- Pues no te muevas tanto, además que no te basta con seducirme una vez – le dijo burlón.

- ¡Ahora fui yo! Sí claro, pero ¿si no quieres? – Candy se daba la media vuelta cuando fue interceptada por su esposo, quien le sonreía.

- Por supuesto que quiero y no sólo eso, me estoy haciendo adicto a ti mi amor y pensar que tenemos que regresar algún día... - murmuró sopesando las pocas oportunidades que iban a tener para amarse.

- ¿Cuándo tenemos que regresar? – cuestionó asombrada y se impulsó con la ayuda de los hombros y brazos de su esposo.

De pronto se escuchó una voz que los llamaba y sacaba de su privada conversación.

- William Albert Andley, me puedes decir ¿qué es lo que sucede aquí? – se oyó decir al otro lado del lago.

- ¡George! – gritaron ambos, lo que Candy hizo solamente fue esconderse detrás de Albert y el rubio giró su rostro.

- ¡Ay Dios mío! – fue la expresión de Candy, totalmente avergonzada.

- Tenga señorita Candy...vístase y tu William espero que al menos te seques cuando hable contigo – los reprendió extendiéndole su vestido a Candy.

Enfermera de guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora