Y de ese beso, saborearon pieles, entre besos y caricias se desnudaron y Albert definitivamente tenía más experiencia que Candy y supo llenarla de éxtasis cuando por primera vez venció su barrera con pasión, omitiendo el dolor de su intromisión, resultando ser una amante perfecta, lo que después de descansar y casi quedarse dormidos Albert concilió el sueño pensando que ahora era su mujer y de nadie más.
Cuando despertaron, Albert ya tenía listo el equipaje en la mansión y después de desayunar tomaron un carruaje con dirección a la estación y a su vez a Chicago, pasarían y desaparecerían algunas semanas en Lakewood, ahí era el lugar perfecto, donde ambos se conocieron.
La primera semana visitaron el Hogar de Pony dándole la feliz noticia a la Señorita Ponny, a la hermana María y a los niños del Hogar, después visitaron a Tom y a Jimmy, regresaron a Lakewood, salieron a caminar, a montar, a todas aquellas actividades que no hicieron estando de novios y mucho menos de prometidos.
La segunda semana, debido a que estaban lejos de las obligaciones y de todas aquellas fiestas, salieron al pueblo y comieron todo lo que no se comía decentemente, convivieron con personas del pueblo, se amaron en cada oportunidad, se conocieron más y más a cada día.
En la tercera semana, se amaron fuera de la mansión en cada oportunidad que tenían y un día de aquellos últimos, un día bastante bochornoso, salieron al Bosque y nadaron en el lago.
- Pero Albert, no tenemos trajes de baño – espetó Candy aún sin entender lo que su esposo quería decirle.
- No importa, mientras tú no le digas a nadie, conservaré tu secreto. A ¿qué le temes Candy? Conozco todo cuerpo, lo he amado noche tras noche, tarde y mañana – le explicó alzando la ceja derecha y adivinándole qué era lo que pensaba.
- Albert no digas eso que me pones nerviosa - retiró su vista de él.
- Bueno no lo diré, así que mi amor, te ayudo – él deseaba quitarle una a una sus prendas, dejándola desnuda sólo para sus ojos.
- ¡Albert me haces cosquillas! – Candy se retorció ante su tacto.
Albert desnudó a Candy y tomándole las manos la condujo hacia el lago, donde estuvieron de entre otros menesteres amándose y jugando con ella.
- ¡Albert, no me hagas cosquillas! – Candy pensaba que lo estaba haciendo a propósito.
- Pues no te muevas tanto, además que no te basta con seducirme una vez – le dijo burlón.
- ¡Ahora fui yo! Sí claro, pero ¿si no quieres? – Candy se daba la media vuelta cuando fue interceptada por su esposo, quien le sonreía.
- Por supuesto que quiero y no sólo eso, me estoy haciendo adicto a ti mi amor y pensar que tenemos que regresar algún día... - murmuró sopesando las pocas oportunidades que iban a tener para amarse.
- ¿Cuándo tenemos que regresar? – cuestionó asombrada y se impulsó con la ayuda de los hombros y brazos de su esposo.
De pronto se escuchó una voz que los llamaba y sacaba de su privada conversación.
- William Albert Andley, me puedes decir ¿qué es lo que sucede aquí? – se oyó decir al otro lado del lago.
- ¡George! – gritaron ambos, lo que Candy hizo solamente fue esconderse detrás de Albert y el rubio giró su rostro.
- ¡Ay Dios mío! – fue la expresión de Candy, totalmente avergonzada.
- Tenga señorita Candy...vístase y tu William espero que al menos te seques cuando hable contigo – los reprendió extendiéndole su vestido a Candy.
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Enfermera de guerra
FanfictionUna obligación se había convertido en un asunto sin importancia, la lejanía de un amor en desinterés, la poca privacidad en un ahogo constante, el amor desmedido en apatía y el desconsuelo en confusión. Su verdadera profesión no era ser una dama dig...