4- Ojos Esmeralda

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Le costaba creer la historia que contaba y, sin embargo, su incredulidad la hacía verosímil.

¿Había leído sobre algún mago ciego? Había visto a algunos con gafas, prueba de que no existía un remedio mágico sencillo para una vista que no fuera perfecta. Pero nadie realmente ciego.

Y Harry Potter era ciego en el sentido normal de la palabra.

Se preguntó si los magos habían hablado con él el tiempo suficiente para darse cuenta de que, en realidad, no era nada normal.

"¿Luz? ¿Sólo c-c-colores, o, o... f-f-formas, también?"

Harry se encogió de hombros donde estaba sentado en la biblioteca casi abandonada, la mayoría de los otros estudiantes en clase.

Como debían estar los dos. Él podría salirse con la suya, pero ella estaba segura de que tendría una nota que llevar a casa a sus padres.

Pero valía la pena.

"Veo colores, en patrones y moviéndose a diferentes velocidades. No hay dos cosas iguales, y he aprendido a reconocer muchos patrones y colores lo bastante bien como para arreglármelas. Todas las personas tienen el mismo patrón general, aunque las brujas y los magos brillan más. Pero todos tienen matices diferentes, en todo el espectro cromático. Una vez vi a una mujer y supe que estaba embarazada, porque llevaba dentro otro color distinto al suyo".

"En serio." Hermione respiró, encontrando el pensamiento más allá de fascinante.

Harry sonrió. "Tiene sus ventajas, sus trucos. Pero no encuentro su verdadero potencial. Los magos no me aceptan en su escuela y no tienen libros que pueda leer. Necesito ayuda, Hermione. Necesito a otro de mi especie".

Su corazón se aceleró y luego se desplomó. "Pero yo no... Soy m-m-muggleborn, y sólo estuve en H-h-hogwarts dos m-m-m-m-meses. Apenas sé nada de su mundo".

Harry se inclinó hacia delante, ya sin humor. "No me importan las etiquetas, y no necesito un estudiante de Hogwarts. Necesito a alguien inteligente y dispuesto a trabajar conmigo, que me ayude a encontrar la forma de aprender lo que sólo se puede leer en los libros. Alguien que me guíe en los viajes al Callejón Diagon, y me ayude con la magia experimental".

Hermione se mordió el labio. "Se supone que no podemos usar m-magia fuera del colegio. Mis p-p-padres tuvieron que firmar unos papeles especiales en el m-m-ministerio para que me dieran libertad de acción, siempre y cuando estuviera m-matriculada con un tutor. Me sorprende que no te haya c-c-cogido el Rastro".

"¿El Rastro?" Preguntó, y Hermione asintió, entonces se dio cuenta de que él no podía ver el pequeño gesto.

"Es como una especie de b-baliza, les permite saber cuando estamos u-u-usando magia sin un a-a-adulto".

Suspiró, haciendo rodar distraídamente su largo bastón entre las palmas de las manos, apoyado en el hombro.

"No lo sé. Quizá no rastrea la magia accidental de los niños, y dado que nunca estuve matriculado en una escuela mágica... quizá no estaba activado". Sonrió de repente. "Ya ves, ya eres útil. No tenía ni idea de que los magos pudieran estar rastreándome".

Hermione se sonrojó, bajó la mirada, las palabras se le mezclaban en la mente y le costaba hablar con coherencia.

Hacía mucho tiempo que nadie, aparte de sus padres, le hablaba con aquel tono de voz. Alguien cuya buena opinión no podía evitar desear.

Aquel gnomo le hizo perder más de un tornillo, pensó, y apretó los dientes.

"¿Qué pasa? preguntó Harry, y Hermione exhaló un suspiro.

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