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1981
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Destino.
La profecía no puede evitarse. Intentarla es hacer que ocurra de formas únicas e inesperadas. Es conocer el final de la historia antes de haber empezado a leer, y lo único que queda por saber es cómo se llega a ese punto fijado. Destino y profecía, delgados hilos de telaraña del futuro, trazados y en patrones o enredados en nudos.
Aquella noche, un mago quiso cambiar su futuro y lo hizo. Esa noche, una rata corrió y se escondió.
Esa noche, dos Potter murieron y uno vivió.
Pero el que vivió había cambiado, y sus ojos, que tanto se parecían al color de la maldición asesina que debería haberle destrozado el alma, se abrieron de par en par al ver cosas nuevas.
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Petunia estaba pasando una mala semana, llena de ira y resentimiento.
Su hermana, muerta. Su mocosi, en su casa. Igual que Lily, irse y morir, y dejar atrás a su engendro. Pocas palabras durante años, pocas cartas, nada más que invitaciones rechazadas y diabólicas imágenes en movimiento de una boda y un bebé.
Pero por la noche, en la oscuridad, se permitía llorar, soltar dolorosos estallidos de lágrimas por el tiempo y las oportunidades perdidas, rabia contra sí misma y contra el mundo por haber separado a dos hermanas como un árbol partido por la mitad.
Quería odiar al chico. Quería dirigir su ira hacia el niño que llevaba los ojos de su hermana.
Pero algo iba mal.
No tardó mucho en darse cuenta. El niño estaba callado; comparado con su hijo berrinchudo, era como una estatua, quieto en medio de la habitación, sin explorar, sin meterse en líos.
Y callado, apenas una lágrima que delatara un pañal sucio, apenas un quejido que delatara hambre.
Pero todo eso podía ignorarse. Todo eso podía dejarse de lado en favor de prodigar atención a su propio hijo, que tanto la deseaba con cada grito y cada puño gordo que agitaba.
Lo que no podía ignorarse era la forma inocente en que sus ojos la miraban. Nunca enfocados en el lugar adecuado, pero mirándola con firme determinación, como si tratara de entender un enigma. Su cabeza se movía; escuchando sonidos. Pero siempre aquellos ojos, verdes brillantes de inteligencia, que nunca la miraban a la cara, sino que seguían su forma con el inquisitivo vaivén de su cabeza de pelo negro.
En un mes lo supo, lo supo con la intuición de una madre. Lo supo después de unas cuantas pruebas fáciles, chasqueando los dedos para ver cómo giraba la cabeza y, sin embargo, viendo poca reacción cuando agitaba las manos delante de su cara.
El hijo de Lily era ciego, o casi.
Y cada faceta de frialdad de su cuerpo se derritió. Los magos nunca querrían un niño ciego; ¿cómo podría aprender magia? Querían perfección, como la pequeña y perfecta Lily, no Petunia.
Harry era suyo, ahora. El destino le había devuelto a su hermana y, en cierto modo, le había dado una segunda oportunidad.
No la desaprovecharía.
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Ceguera
FanfictionHarry Potter no está de pie en su cuna cuando la Maldición Asesina le golpea, y la cicatriz maldita tiene consecuencias mucho más terribles. Pero algunas almas no se dejarán doblegar por las horribles circunstancias. Algunas personas no dejarán que...