Harry no dejó de practicar su magia, aunque sus límites le frustraban.
Sólo podía manipular su propia luz de formas específicas, todas relacionadas con el tacto o con un alcance de unos tres metros.
Más allá de eso, se sentía como si estuviera estirando un brazo, incapaz de alcanzarlo.
Su tía hablaba de varitas; también hablaba de un callejón para los de su clase, Diagonal o algo así, al que se llegaba desde un pub que no podía ver desde cierta calle muggle.
Su tía había esperado en el coche con su madre, temerosa de entrar, cuando era joven. Más tarde, adolescente ya mayor e hinchada de valentía, había dejado que su hermana la guiara al interior y le mostrara el mundo mágico.
Harry vio cómo la luz de su tía palpitaba de emoción al hablar de él; y su agitación no hizo más que aumentar cuando Harry insistió en que debía ir allí.
Tenía que conseguir una varita, con fines experimentales, por supuesto. ¿Y por qué no? Que el colegio lo hubiera rechazado no significaba que no pudiera tener una varita.
Y con más convencimiento, su tía finalmente accedió, para hacerlo feliz.
Rara vez pedía mucho, después de todo.
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Su tía le advirtió.
Le dijo que él era algo especial en el mundo de los magos, aunque ellos no conocían su condición. Él no lo entendía todo. Que el hombre, el mago, que había matado a su madre era un criminal de la peor calaña, temido por los magos. Que Harry había contribuido de algún modo a su muerte y que todo el mundo mágico parecía conocer su nombre.
Que las cicatrices que había oído susurrar en su rostro eran el signo de una maldición, cicatrices que lo identificarían ante todos los magos y brujas que conocieran la historia.
La carta que lo había acompañado cuando lo llevaron a casa de los Dursley decía lo mismo.
Su solución temporal era fácil. No deseaba que lo reconocieran al hacer su primera incursión en el callejón de las compras mágicas con su tía. Sólo quería una varita y tal vez algunos libros que su tía o Dudley pudieran traducirle en voz alta.
Se ató un paño suave alrededor de los ojos, su tía le aseguró que el material negro cubría todas las marcas pálidas y dentadas, y que no tenía un aspecto horrible.
Luego, con una sonrisa decidida, se preparó para entrar en un lugar que ni él ni su tía podían ver.
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Conocía la calle; cuando llegaron, Harry pudo ver la magia, la luz brillante que brotaba en un amplio círculo.
Los condujo a ambos hacia la luz y, cuando estuvieron dentro, su tía suspiró aliviada.
En la entrada del callejón, su tía describió un muro de ladrillo que bloqueaba el paso.
Harry, en cambio, vio una tela de araña, delicada y precisa, con unos pocos nudos clave que sostenían el diseño.
Golpeó esos nudos con su luz y la cosa se transformó en aire abierto. Su tía jadeó de asombro, con la mano temblorosa apretada entre las suyas.
Él sonrió.
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Ese día, Harry confirmó algo nuevo, algo que lo cambió todo.
La magia formaba parte de la luz que veía, brillante y fuerte.
Había hecho algunas conjeturas, al ver la forma en que manipulaba los objetos con su propia luz, por los atisbos de Viola en Londres. Pero en su primer vistazo al Caldero Chorreante y en su primera mirada al Callejón Diagon, que no se vieron alteradas en lo más mínimo por la tela sintética que le cubría los ojos, sus conjeturas se confirmaron.
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Ceguera
FanfictionHarry Potter no está de pie en su cuna cuando la Maldición Asesina le golpea, y la cicatriz maldita tiene consecuencias mucho más terribles. Pero algunas almas no se dejarán doblegar por las horribles circunstancias. Algunas personas no dejarán que...