Capítulo 13: El lobo y la caperucita

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Desde la perspectiva de Diego

Ese día Olivia venía. Realmente estaba nervioso, no sabía lo que esperar. Habían pasado muchos años desde la última vez que nos vimos en persona y yo...en fin, la había cagado considerablemente. Siempre había sido una persona buena, comprensiva y había estado para mí en los peores momentos. Me había escuchado y guardado todos mis secretos. Pero lo único que supe hacer es decir cosas horribles y reírme de ella, como un niñato insensible, como si nunca me hubieran hecho eso a mí.

Sabía a la perfección cómo se sentía eso. Pero aun así, se lo hice a alguien más sin tener en cuenta las consecuencias. Aunque no creía que fuera para tanto, sólo habían sido semanas de relación y unos meses hablando, seguramente no habría influido tanto en ella. Con suerte, podría arreglar lo que pasó y formar de cero una relación bonita de amistad. Recuperar lo que fuimos en un principio. Pegar los trozos de la historia que rompí.

- Tío, estás en otro mundo–me llamó la atención Hugo, mi mejor amigo.

- Sí, perdona tío, es que estoy dándole vueltas a lo de Olivia–confesé.

- Ah, sí, ¿venía esta noche, cierto?

- Sí.

- ¿Y qué vais a hacer?–me preguntó.

- Iremos a la playa, para poder ver las estrellas, hoy el cielo estará precioso de noche–lo dije, no muy convencido, porque acababa de pensarlo en ese preciso instante.

- Eso no parece un plan muy de amigos, va a pensarse otra cosa–tenía razón, pero ni yo sabía cuál era el plan, sólo quería solucionarlo, me hacía bien hablar con ella y tenerla cerca.

- Puede ser, pero no pierdo nada por intentarlo–acabé convenciendo a Hugo y a mí mismo de que era buena idea.

- Eso es verdad. Bueno, ¿puedes llevarme a casa? Necesito hacer la compra y ayudar a mi madre con unas averías en casa–me pidió.

- Sí, claro.


El camino se basó en silencio por nuestra parte, las ventanillas bajadas y la música de la radio a tope. Para no hablar. Para despejarnos. Para dejar que por esos momentos no exista nada más que eso. Estaba harto de tener que pensar en cada paso a cada momento, en los problemas y en todo lo que me rodea. Quería dejar de pensar, pero joder, que difícil era intentar parar la maquinaria.

Traté de centrarme en la música, en su ritmo, melodía, era una canción que seguía los latidos de mi corazón. Me gustaba fijarme en eso cuando escuchaba una canción, para poder ver cuáles eran las canciones perfectas para activarme por las mañanas. Sí, nunca fui una persona común, me fijaba en detalles un tanto tontos. Pero soy feliz así, o al menos lo intento.

Cuando ya dejé a Hugo en su casa, vi que era la hora de comer, así que aparecí por casa y me preparé algo rápido, un bocadillo, y arreglé una pared que se había estropeado con la humedad y el paso de los años. Mi padre no apareció en todo el día, y la verdad tampoco me importaba. Los dos éramos como fantasmas en casa: presentes pero a la vez cada uno en su órbita, sin compartir mucho.

Le mandé un mensaje a Hugo, para ver como llevaba sus quehaceres y para preguntarle por su anemia. Ese día en el hospital me asusté mucho, porque no come y no se cuida, pero tampoco puedo decirle nada porque yo soy incluso peor. Me dice que está bien y dejo la conversación.

De pronto, recibí un mensaje de Celeste, amiga de Olivia y mía, para ver si podíamos quedar un poco más tarde, y le dije que sin problema. Se la veía afectada, como si tuviera que decirme algo urgente, así que no podía negarle verla un rato. Pero ella siempre había sido...especial. Era una persona intensa, nerviosa, hacía las cosas de forma impulsiva, sin pensar, yendo de un lado para otro diciendo esto y lo otro... Con ella no quedaba nada claro. Además, todos los que la conocíamos sabíamos que siempre le había gustado, y que siempre me buscaba cuando tenía oportunidad, incluso Olivia que era su mejor amiga lo sabía.

Un Amor de los de NuncaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora