Capítulo 20: Errores

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Estamos con Diego, tras dejar a Olivia atrás...

Tenía la cabeza a mil por hora. Nunca me había enfadado tanto por la opinión de alguien sobre mí. Especialmente porque Olivia me conocía, y mucho. Yo no era así, en mi vida nadie me había dicho esas cosas tan hirientes, nunca haría sentir a nadie de esa forma, al menos no intencionadamente. ¿De verdad Olivia se había sentido así conmigo? ¿La había hecho sentir un trapo usado? Además, como he dicho, ella me conocía de verdad, ¿estaría equivocado?

Conforme avanzaba con el coche, en dirección a cualquier gasolinera donde pudiera comprar una botella de alcohol en la que ahogarme, me daba cuenta de mi error. Sí, mantenía el no cambiar por nadie, pero no debí hablarle de esa forma ni dejarla tirada en medio de la nada.

Di un volantazo y volví en la dirección de la que venía. Para buscarla, para decirle que lo sentía, aunque seguramente ya hubiera llamado a su padre o cuando me viera me diera una buena ostia. Pero cualquier cosa antes que sentir que podría pasarle algo por mi culpa, por dejarla sola. Ningún hombre debería hacerle eso a una mujer, y lo aprendí a las malas.

Cuando llegué al lugar en el que la había dejado, no la veía por ninguna parte. Me bajé del coche y empecé a mirar de un lugar a otro, todo estaba demasiado oscuro. Quizá se la había llevado su padre y yo estaba preocupado en exceso, así que decidí escribirle un mensaje. Si había llegado a su casa, seguramente me habría bloqueado y tendría la prueba de que estaba bien.

Encendí mi móvil y le mandé un mensaje. Le había llegado correctamente. Entonces debía seguir por allí. Intenté llamarla, pero luego recordé que ella siempre llevaba el móvil en silencio.

Empecé a desesperarme, no sabía a qué acudir ya. Cuando de pronto, en una de las aceras, vi a alguien tirado en el suelo. No, no podía ser, no podía ser Olivia. La luz en esa zona era muy pobre y me estaba jugando malas pasadas, seguro. Por eso, me acerqué para comprobarlo, y así poder ayudar a la persona y llamar a una ambulancia.

Una vez cerca de ella, el peor de mis temores se confirmó. Era ella. Era Olivia.

No perdí tiempo, y en cuanto me di cuenta, le miré el pulso. Era estable, pero un poco bajo. Vale, se había desmayado. La tomé en mis brazos y la subí en volandas hasta llevarla al coche. La senté en la parte trasera e intenté despertarla, hacerla entrar en consciencia.

–Olivia, despierta por favor–mi voz sonaba desesperada–. Venga, que si despiertas te prometo que acepto que tenías razón, cabezota. Por favor, háblame.

De pronto, empezó a abrir los ojos, aunque le costó horrores hacerlo. Se veía desorientada, sin saber muy bien qué hacer. De forma inconsciente, comenzó a llamar a su padre, con la voz en un susurro.

–Olivia, cariño, estoy aquí–la llamé–. Soy Diego, contéstame por favor.

Pareció oírme, ya que con los ojos entrecerrados, intentó mirarme a los ojos. Me agarró del brazo, como queriendo llamar mi atención.

–Ayuda...–alcanzó a decir, antes de quedar inconsciente de nuevo.

No tenía tiempo que perder. La dejé ahí tumbada en la parte trasera del coche. Cerré la puerta y me subí al lugar del conductor, y a toda la velocidad que me permitía el coche y el lugar, me dirigí al hospital. Mientras iba por el camino, pensé en lo que podría haberle pasado. Olivia siempre había sido una persona bastante sana, quitando sus problemas digestivos, siempre había tenido una buena salud y era raro que de la nada se desmayara. Debía haber algo que no sabía.

Dejé de centrarme en eso, tenía que llegar y el médico me daría las respuestas que buscaba. No era mucho de confiar en los médicos, prefería curarme yo mismo de todo, pero ella sí que confiaba, y yo debía confiar en ella.

Un Amor de los de NuncaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora