Capítulo 23: Víctima o verdugo

10 2 0
                                    

Volvemos con Olivia, saliendo de casa de Diego...

–No te vayas a dejar nada, que no quiero que mi padre lo vea–sabía que la parte romántica y dulce de Diego no iba a durar mucho, pero en fin, los sueños sueños son.

–Tranquilo, que no pienso dejarme nada, pero si pasara, tu padre no sabe que ya no estás con tu novia, así que puede intuir que es suyo–contesté.

–Mi padre no sabe nada de mi vida, ni siquiera que tenía novia. Además, no dejó entrar a nadie a mi casa–su respuesta me dejó petrificada.

–¿Soy la primera mujer que metes aquí?–pregunté, desconcertada.

–Alguna que otra pareja mía ha entrado un momento mientras cogía algo que necesitaba, pero de pasar la noche, no. No te creas la gran cosa por ello–Diego tenía la capacidad de sacarme de mis casillas sin poner siquiera esfuerzo.

–Dios mío, eres insoportable. Lo llego a saber y no me quedo a dormir aquí–y con esto, cogí todo lo que había llevado y salí pitando de allí, sin mirar atrás.

Pensaréis que era una tontería, que aunque pudiera haberme molestado su comentario, no era para salir corriendo. Pero no era en sí el comentario lo que me molestaba, sino lo que escondía detrás de él: el pensamiento de que me iba a ilusionar, de que su opinión y su aceptación para mí lo eran todo. Y probablemente en su día sí que fuese importante para mí, pero ahora lo único que quería era meterme en su cama y no volver a saber de él. Aunque, en lo más interno de mí, estaba más enfadada conmigo que con él, porque tenía la certeza de que me importaba más de lo que quería aceptar.

Encendí el móvil que la noche anterior había apagado para que no me molestaran, y en cuanto lo encendí recibí una llamada de mi padre.

–Hola, papá–saludé.

–Hola, hija. ¿Dónde estás para que pueda ir a recogerte e ir a desayunar?–requirió.

–Pues estoy llegando a la puerta de casa de la abuela, si quieres recogerme en la esquina de la calle, ahí te espero–le guié.

–Perfecto, pues ahí estoy en unos 10 minutos aproximadamente, no te vayas a entretener–presionó. No era un hombre que aceptara la puntualidad en ninguna de sus expresiones.

–No tardo, te lo prometo–dije alargando las últimas letras de las palabras, para que se percatara de que era consciente de cómo se tomaba el llegar tarde.

Y sin decir más colgó. Digamos que mi padre era un ser directo y serio, cuando le interesaba. Seguí mi camino hasta llegar al punto acordado y revisé el móvil, donde esperaba encontrar un mensaje de Diego. Pero nada, no me había dicho nada.

Eso me generaba una ansiedad que no esperaba encontrar en mí después de tantos años, pero así había sido siempre: yo me enfadaba por algo que me había molestado de él, él lo sabía a la perfección, pero en vez de pedirme perdón desaparecía hasta que yo volviera a hablarme pidiendo explicaciones de su ausencia y él me diría que no quería insistir y hacerme sentir peor, incluso poniendo sobre la mesa que yo también le había hecho daño para posteriormente no decirme exactamente qué.

Si eso no era victimizarse y manipular emocionalmente a alguien, entonces no sabía que podía ser.

Pero claro, en ese momento yo no lo sabía, o más bien no quería verlo. Entonces me culpabilizaba de que yo era la que había sobrerreacionado, que no había sido para tanto, me sentiría mal durante horas hasta que le dijera que por favor no se fuera otra vez.

No quería darle vueltas, así que esperé pacientemente a mi padre mientras observaba lo que me rodeaba, lo que había sido mi infancia: la plaza de al lado de casa de mi abuela, donde habían pasado muchas cosas que ahora me daría vergüenza contar, la iglesia más arriba donde ponían un belén precioso y por el que siempre me gustaba pasar en Navidad, el momento en el que Diego y yo pasamos con la bicicleta después de casi enfermarme haciendo locuras por la carretera... Muchas cosas que nunca volverían a ser igual, ni las emociones, ni las personas.

Un Amor de los de NuncaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora