Capítulo 24: Sentimiento de culpa

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Al llegar a casa con mi padre, lo que más me apetecía era darme una ducha, a pesar de que ya me había duchado esa mañana en casa de Diego. No sé... me llegué a sentir sucia, como si todo lo que hubiera pasado no estuviera bien. En realidad, sabía a ciencia cierta que no estaba bien, pero lo que mi cuerpo pedía no tenía nada que ver con lo que mi cabeza sabía que era mejor para mí.

Me duché a conciencia, frotando mi cuerpo en exceso para dejar de sentir que había algo pegado a mí. Sabía que era mental, pero esa sensación no se iba. Hice lo mismo con mi pelo, posteriormente salí de la ducha, rodeé la toalla alrededor de mi cuerpo y me quedé durante 15 minutos de reloj mirándome detenidamente en el espejo.

Lo que veía, no me gustaba en absoluto. Y no hablo del aspecto físico y de mi autoestima en sí, me refiero a todo lo relacionado con Diego y conmigo. Veía los moratones, causados por el sexo, las marcas, los arañazos... No significaba que no me hubiese gustado el acto, porque todo eso me había encantado, además para ser la primera vez que experimentaba esas cosas. Pero ver todo aquello en mi cuerpo, las consecuencias, era una prueba de que él había conseguido todo lo que había querido siempre de mí, y que ya no iba a volver a escribirme, ni a querer saber de mí.

Porque Diego ya me había advertido, de que lo único para lo que servía era para eso, aunque no fuera con palabras textuales, pero es lo que me había demostrado a lo largo de todo estos años.

No pude evitar llorar frente al espejo, pero tampoco quería que mi padre se diera cuenta de eso, así que intenté relajarme lo más rápido posible, me vestí con la ropa que horas antes le había dicho a Celeste que me pondría y no seguí dándole vueltas al asunto, al menos no por ese momento.

Cuando me vestí, me sequé y peiné el pelo, intentando conseguir que mi pelo no quedara como un estropajo, pero no lo logré. Decidí entonces cogerme una cola alta, ya que tenía el pelo lo suficientemente largo, y utilicé la plancha para alisarme el pelo saliente de la cola, aunque no fuera la forma correcta de hacerlo; no tenía ganas de hacerlo, pero tampoco quería que el pelo quedase mal y salir a la calle hecha un desastre. Debería aprender a tratar mi pelo ondulado con más cariño.

Al salir, mi padre estaba arreglando algunas averías en casa y poniendo ciertos parches en algunas paredes que se habían desgastado con el tiempo y cuyo color empezaba a no ser el blanco que estaba en el resto de la pared.

-¿Puedes acercarme ese destornillador?-pidió mi padre para renovar un interruptor de la luz del salón. Mi padre era un guardia civil en nuestra ciudad natal, pero siempre había tenido mucha maña para este tipo de tareas.

-Sí, aquí tienes-se lo acerqué.

-¿Recuerdas cuando eras pequeña y me acompañabas por toda la casa a arreglar este tipo de cosas?-me recordó.

-Sí, yo intentaba aprender solo observando, y cuando cogía algo e intentaba hacerlo, parecía que no lo había visto en la vida-empecé a reír.

-Eras muy pequeña, pero es normal que te sintieras de esa manera, siempre has sido muy cabezota-se burló de mí.

-No digas esas cosas que me enfado eh-puse un puchero y le di un ligero golpe en el hombro.

-Cómo se te ocurre pegarle a tu padre, ¿no te da vergüenza?-dijo, de forma seria.

-¿No te da vergüenza a ti reírte de tu hija?-le dije, esperando una mala reacción, pero simplemente se rió y sin mediar palabra, continuó con su trabajo. Supongo que lo que estaría pensando es que soy una sinvergüenza, pero eso era lo de todos los días.

Mientras él terminaba de hacer los diferentes arreglos, yo decidí ponerme a hacer la comida, ya que las habilidades culinarias de mi padre llegaban a límites bastante cerrados, y me apetecía hacer algo un poco más elaborado que un huevo y unas patatas fritas.

Un Amor de los de NuncaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora