Mirar la desesperación en los ojos del hombre que había abusado de mi cuerpo incansablemente no me dio la satisfacción que pensaba. Dejé al padre Miguel tirado a su suerte y esperando que se desangre y arrastre de dolor como más de una vez me había tocado retorcerme en mi cama con el culo roto. Me fui de su habitación sin voltear a ver su sufrimiento. No me interesaba. Regresé por el mismo pasillo a oscuras y por una puerta casi sin uso hasta que finalmente me encontré fuera de aquellas paredes que habían sido testigo de todas las veces que mi dolor solo excitaba más y más a quien debía protegerme. Una fina llovizna roció mi rostro y sentí que las lágrimas que había derramado cada noche, en la que había sido violentado por la verga de un viejo maldito, caían del cielo y limpiaban mi alma. Como si Dios estuviera bendiciendo haber castigado a un hombre con el alma de un demonio viviendo en la casa del señor. Por un momento pensé que aquella noche sería la condena de la libertad que apenas saboreaba, pero si ese era el precio a pagar, estaba dispuesto a hacerlo y con creces. Me imaginaba aquel cuerpo perdiendo la vida junto a la sangre que derramaba mientras su alma descendía poco a poco hacia el infierno y unido al sabor de la sangre ajena que aún conservaba en mi boca tuve una bestial erección que fue imposible de disimular entre mis apretados pantalones.Llegué a mi casa, apenas miré mi reflejo en un espejo que se encontraba en la entrada y vi la sangre que cubría mis ropas. Me desnudé y ahí me encontré con la única figura en la que había depositado mi confianza durante toda mi infancia: el hijo de Dios. Ese hombre crucificado y apenas cubierto con pocas ropas era la imagen del sacrificio y el sufrimiento. Aquel que dispuso su propio cuerpo para la salvación de la humanidad. Su silueta cubría toda una pared de mi departamento. Había sido mi primera inversión, incluso antes de mudarme. Tomé una mancuerna en cada mano y comencé a entrenar mis bíceps, mirando fijamente a mi salvador, con el sonido de la lluvia que se había convertido en una tormenta intensa, mi cuerpo sudado, mis venas bombeando la sangre y la excitación de haberme encargado de mi violador. Ahí me encontraba, despojado de toda ropa y ensangrentado, pidiendo perdón y clemencia. Pasada la medianoche, con mis músculos tensos, mi cabello húmedo después de una ducha caliente y listo para descansar, escuché que alguien golpeaba mi puerta. Aquel era mi final, supuse. Abrí esperando entregarme a alguna autoridad, pero en cambio, me encontré a aquel niño que había interrumpido hacía unas horas atrás, al nuevo infante víctima del padre Miguel.
- Gracias – dijo y me abrazó fuertemente antes de echarse a correr.
- Gracias Dios – dije mirando la figura del mesías sintiendo su aprobación y cerré la puerta.
Pese a mis pensamientos recurrentes que invadían mi mente de lo que había sucedido hacía horas atrás y con mi orto lleno de leche como un premio de haber cobrado finalmente mi venganza, me dormí plácidamente. A la mañana siguiente, recorté con orgullo la barba tupida que me había entregado la libertad del pene del padre Miguel, me vestí cómodo y me dirigí a responder el pedido de un nuevo cliente. Rafael, un hombre recién mudado al lugar, necesitaba ayuda con el jardín de terror que invadía el patio de la casa nueva que había comprado en la ciudad.
- Pídeme lo que necesites – dijo Rafael con una sonrisa amigable y entregándome una copa de un jugo frutal refrescante que calmaba el calor de la media mañana que castigaba la tierra. – Yo estaré dándome un chapuzón – agregó en tono de la voz gruesa que lo bendecía.
- Gracias – respondí sin ninguna emoción. Me era algo difícil relacionarme con las personas.
Rafael se quitó la fina bata de seda que llevaba y dejó ver un pequeño traje de baño que le marcaba la verga y no le llegaba a cubrir la cantidad de vello que le salía por el pubis. Se alejó unos pasos de mí, se quitó el bañador y dejó ver su miembro grueso, un poco más oscuro que su piel, con una cabeza tentadora para meterse por el culo todo un día, unos huevos enormes que le colgaban y danzaban con cada paso que daba hacia la piscina. Sus nalgas peludas y gordas fue lo último que vi de ese cuerpo fornido y de pechos enormes, antes de que se zambullera en el agua.
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Mantis - Relatos Eróticos Gays
HorrorCuando sientes que el cuerpo no te pertenece ¿qué estarías dispuesto a hacer para sentir que las carnes vuelven a ser tuyas? ¿Qué estarías dispuesto a hacer para volver a sentir algo en tu piel? ¿Y con cuántos estarías dispuesto a experimentarlo par...