Una eyaculación de imágenes preñaron mi memoria y Cristian comenzó a hacerse parte de mi cuerpo los siguientes días en cada pensamiento que tenía. Mi voracidad por el semen de un extraño parecía haber desaparecido y la necesidad de entregarle mi culo a cualquiera había cambiado por los recuerdos de mi pasado. Podía ver con detalle los veranos compartidos con Cris e inmediatamente su verga erecta rozando la mía a través de su pantalón en la puerta de mi casa, hacía unos días atrás, me obligaba a atravesar un frenesí inexplicable de deseo por él. Quería volver a verlo, aunque estuviera sumergiéndome en un juego morboso de gato y ratón, de perseguido y perseguidor. Él quería resolver un caso donde yo era el asesino. Tal vez no había acabado por completo con la vida del padre Miguel, pero había asesinado su voluntad de vivir y estaba seguro que ese maldito, que se hacía llamar un vocero de Dios, deseaba morir antes que ser prisionero de su propio cuerpo decrépito y arrugado. Y en medio de una fantasía de ver sufrir a ese hijo de puta, comenzaba mi mente a dibujar retratos de los cuales no estaba tan seguro de que fueran reales. Mi cabeza perturbada me podía estar envenenando el alma o mi memoria estaba abriéndose a recuerdos reprimidos.
La claridad de nuestros cuerpos desnudos, el de Cristian y el mío, empezó a hacer el amor con mis propios recuerdos. Recordé su piel mojada de color canela en medio de la ducha enfrentado al mío. Compartíamos un baño, sin motivo alguno y sin intercambiar una sola palabra como acostumbrábamos. Ambos debimos tener unos doce años, aunque Cristian ya se veía con mucho más vellos que yo en todo su cuerpo, algo que me llamaba la atención y me invitaba al deseo de tocar la textura de sus pelos. Con sus profundos ojos negros no dejaba de mirar mi verga lampiña, alargada y gruesa mientras su falo se endurecía y la saliva ahogaba su lengua. Me acerqué y comencé a enjabonar su pecho siguiendo un instinto desconocido que brotaba de mis entrañas y hacía que Cristian tragara con dificultad. Acaricié su abdomen y sus vellos; y noté su verga tiesa y peluda como la de un adulto, pero en el cuerpo de un adolescente. Un pequeño gemido se escapó de su garganta junto a un suspiro y de un rápido movimiento tomó mi mano para detenerme. Dejé caer el jabón mientras el agua lavaba nuestras presencias. Cristian me observó. Fijo, asustado y con una respiración acelerada y entrecortada. El aire que salía de sus pulmones agitado se acompañaba del estremecer de cada uno de sus músculos. Un gemido incapaz de controlar por su voluntad retumbó en mis oídos. Sentí sus labios soplar el orgasmo que salía de su cuerpo excitado mientras mojaba mi entrepierna de su semen puro e inocente. Se me quedó mirando durante unos segundos con los ojos de un ternero, con algo de vergüenza y caliente por haberse venido encima mío sin siquiera haberse tocado. Se arrodilló ante mí y empezó a mamarme la verga. Mi cuerpo se sentía elegido por alguien que realmente me gustaba. A decir verdad, fantaseaba con Cristian, aunque mi mente estaba tan contaminada que no podía siquiera hablarle. Me sentía sucio y el lucía perfecto para mí. El agua de la ducha lavaba cualquier imagen perturbadora y en ese preciso instante fui libre. Sentía la lengua suave de Cristian chupándome la cabeza de mi miembro, paseándose desesperado por mi glande, y lamiendo su propia leche, que aun escurría por mi piel. Usó su semen para lubricar aun más mi verga y me llevó contra los azulejos mojados del baño junto al vapor que me asfixiaba y la garganta de Cristian que me llenaba de placer. Agarré fuertemente la cabeza de mi compañero monaguillo de verano y lo empujé provocándole una arcada que disfrutaba con excitación con sus ojos llenos de lágrimas que me miraban deseoso de todo mi ser. Borracho de placer y de su propio semen, me mamaba la verga con más furia y pasión, bajó hasta mis huevos y los acarició con sus labios húmedos. Unas cosquillas de placer sacudían mis órganos, mis neuronas, mis sentidos. Cristian me dio vuelta y comenzó besar suavemente mis nalgas como si fuera la piel de un ángel. Mi piel se erizó por completo y escuché un ligero suspiro venido de una risa orgullosa de lo que él provocaba en mí. Una vez más, me volteó, tomó mi verga con su boca, me sostuvo de las manos para que no pudiera moverme y comenzó a gemir como una fiera cuando el semen de mi verga estrangulaba su faringe. El sonido que provocaba al tragarse mi leche sonaba al coro de mil ángeles. Me miró con ternura, lamió la punta de mi pene hasta la última gota, subió delicadamente y en forma amigable, me besó el cuello y se fue del baño paseando sus nalgas ante mi cuerpo deslechado y sofocado por el vapor y el infierno que se había encendido en mis gónadas. Las imágenes del pasado de Cristian bebiéndose mi leche como una bendición, fueron la cúspide de mis pensamientos para terminar con mis bóxers completamente mojados. Había tenido una eyaculación espontánea de solo pensar en ese niño, en ese hombre de barba prolija y recortada, en esos rasgos árabes, en esos ojos negros. Me quité el bóxer lleno de leche y aun con la verga llena de restos de ese líquido blanco, me puse un short y fui a trabajar. No quería limpiarme. Sentía que llevaba conmigo a Cristian. Entre mis pantalones, mi verga y mi propia leche, producto de sentirlo a él cogiéndome las neuronas y preñándome la memoria. Sentía que una parte de Cristian era mía.
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Mantis - Relatos Eróticos Gays
TerrorCuando sientes que el cuerpo no te pertenece ¿qué estarías dispuesto a hacer para sentir que las carnes vuelven a ser tuyas? ¿Qué estarías dispuesto a hacer para volver a sentir algo en tu piel? ¿Y con cuántos estarías dispuesto a experimentarlo par...