Capítulo 7 - Lluvia Dorada

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- Ábrete de piernas – me dijo el oficial que se encargaba del cacheo de rutina antes de ingresar a una de las celdas.

                Me encontraba completamente desnudo contra una pared como una prostituta en el matadero. Me habían quitado la poca ropa que llevaba puesta y la habían guardado en una bolsa hermética. Revisaron mi dentadura como si fuera un animal para la venta y finalmente el oficial encargado se puso un guante de látex que cubrió con algo de lubricante y comenzó a bajar lentamente por la raya de mi ojete hasta llegar a mi ano.

                - No creo que esto te duela. Debes estar acostumbrado – me dijo en un tono despectivo y metió dos de sus dedos en mi agujero.

                Revisó con cuidado las paredes de mis entrañas y pude sentir como el lubricante se mezclaba con los restos de leche que tenía de esa fila de hombres que me habían preñado junto a Cristian horas atrás. Sus dedos me penetraron con profundidad y dejé escapar un gemido. El oficial soltó un suspiro en mi nuca como si aquello lo hubiera excitado. Quitó suavemente los dedos y un chorro de semen cayó en el suelo. Aunque no volteé en ningún momento sentí como se llevaba su mano a la nariz y respiraba los restos de esperma que habían quedado en él. Miró a su compañero que anotaba todo con detalle en esa habitación cerrada y fría y comenzó a hablar.

                - Voltéate y arrodíllate – me ordenó y me esposó con las manos al frente de mi abdomen. - El sospechoso presenta marcas de tinta en su espalda, que indicarían un conteo de lo que, especulo, las veces que fue penetrado por diferentes hombres. Se cuentan en total un número de 12 -  habló mientras yo seguía de rodillas frente a su pubis que empezaba a marcar una erección evidente. - No hay indicios de ningún objeto, arma o algo ajeno a su cuerpo entre sus cavidades, excepto el líquido blanco que expulsa del ano, tomado como muestra para ADN. El olor que desprende indica contacto con restos de orina,  lo cual queda sentado por escrito como validación de una ducha obligada, antes de ingresar a su detención.

                Levanté mi cabeza y miré al oficial. No había restos de orina en mi cuerpo. El único aroma que perfumaba mi piel era el de un montón de hombres y el de Cristian, pero el cierre del pantalón abriéndose de ambos oficiales, me hizo entender lo que estaba pasando. El joven que estaba encargado de anotar todo, trajo una especie de máscara parecida a un bozal para perros. En la parte de la boca tenía la forma de un orinal y ambos sacaron sus vergas haciendo obvio lo que iba pasar. La idea trastornada de lo que estaban a punto de hacer debería haberme enfermado y obligado a resistir, pero ver sus dos vergas rosadas blancas con el pubis peludo de vellos rubios solo me excitó. Deseaba que me llenaran de su meo y que me cogieran sin poder moverme. Mi vida entera se había tratado sobre sexo, abusos, extremos. Una parte de mí se había encontrado, tan solo por un instante con Cristian, pero la realidad me decía que era un psicópata acosador, que me había perseguido todo este tiempo. Una vez más, estaba siendo la presa de otro. El culo se me dilató, arqueé mi espalda, abrí mi boca y decidí elegir lo que estaba pasando. Tomarme el meo de esos dos extraños y que me bañaran en su orina. El primero comenzó a depositar un chorro de su meada en mi cabeza y el gemido de mi garganta acompañaba esa lluvia dorada que acariciaba mi piel, finalmente, depositó su pito gordo con su gran prepucio en el orinal de mi boca y me llenó la llenó de meo. Sentir la temperatura caliente atravesar mis cuerdas vocales hasta llegar a mi estómago era como masturbarme los órganos por dentro. Jamás había sentido una sensación tan placentera, ni siquiera con la leche a chorros que caía de mi culo. El segundo, se posó detrás de mí y comenzó a mearme la espalda. El recorrido de la poción que salía de su verga adulaba mi columna hasta llegar hasta mi culo. Me dilataba como una fiera y rogaba por dentro que tuviera la compasión de penetrarme y mearme por dentro, pero en cambio, vino hasta mi boca y depositó lo último que quedaba en su vejiga en mi tráquea. Su sabor era mucho más amargo y hacia que me ardiera el alma.

Mantis - Relatos Eróticos GaysDonde viven las historias. Descúbrelo ahora