Capítulo 2

34 4 0
                                    

——— Diego ———

Seis años

Escucho cómo mi madre abre la puerta de mi habitación para despertarme y ayudarme a prepararme para mi primer día de clases. Va a ser la primera vez que voy a este nuevo colegio, ya que mis padres decidieron mudarse hace poco. Cuando ya me he vestido con la ropa que me preparó mi madre la noche anterior, bajo a desayunar y, como de costumbre, mi madre y mi padre ya han empezado. Mi madre ha hecho tortitas para mí y mi padre las ha decorado como me gustan, con sirope y nata.

—¿Nervioso, cielo?— me pregunta mi madre.

—No mucho, ¡espero que hagamos cosas muy divertidas! ¡Y hacer muchos, muchos, muchos amigos!— mi madre sonríe ampliamente ante mi emoción.

—Claro que harás amigos, cielo. Ya verás como te gusta esta nueva etapa.

Termino de desayunar entre risas con mis padres. Me pongo la mochila y espero a que acaben de recoger todo para salir de casa. Junto a mis padres, me dirijo hacia el colegio y, una vez allí, me acompañan hasta la puerta por la que tengo que entrar. Mientras me despido, veo una fila de niños que va bajando de un autobús, acompañados por señoras con vestidos largos, negros y que tienen como un sombrero raro de color blanco que les cubre el pelo.

Cuando entro a mi nueva clase, observo lo bonita que se ve. En las ventanas hay un montón de dibujos y fotos de animales. Las mesas son redondas, así que todos nos podemos ver las caras, y en la pizarra está escrito en grande "Bienvenidos". Me siento donde la maestra me indica y empiezo a hablar con mis nuevos compañeros para conocerlos mejor.

De repente, la puerta —azul y decorada también con animalitos— se abre y veo cómo una niña rubia entra acompañada de una de las señoras que vi antes de entrar al colegio. La señora me da un poco de miedo, ya que se parece a una bruja. Observo cómo habla con la maestra mientras la niña rubia se intenta esconder para que el resto no la veamos; parece que le da vergüenza. Finalmente la señora se va y deja a la niña al lado de la profesora.

—Bueno, niños, ¡ella es nuestra nueva compañera, Ambar! Como ya sabéis todos, tenemos que ser muy amigos para pasarlo muy bien, así que espero que todos os portéis muy bien con ella.

La maestra se queda en silencio mientras mira a la niña con cara de pena. No entiendo por qué, si parece una niña normal. Lleva dos coletas hechas en el pelo que le llegan hasta los hombros, la cara sonrosada y unos ojos muy bonitos de color verde claro. La maestra empieza ya la primera clase, pero la niña sigue ahí de pie.

—Bueno... Ambar, ahora ve a sentarte en algún sitio libre. Mira, al lado de Diego hay un asiento.

La niña busca con la mirada la silla libre a mi lado y, cuando la encuentra, viene de camino hacia aquí. Espero a que se siente y le digo:

—Hola, soy Diego. ¿Tú cómo te llamas?

—A-Ambar...

—Qué nombre tan bonito. Mi madre tiene un collar hecho de ámbar— noto como su cara cambia, parece que se ha asustado. Rápidamente decido seguir hablando —. Son como bolitas amarillas muy bonitas.

Parece que cuando digo esto ella se calma. No sé qué es lo que habrá pensado. La maestra empieza a escribir palabras en la pizarra mientras dice que saquemos los libros de Lengua. Veo cómo la niña va a sacar algo de la mochila, pero cuando la abre, no hay nada más que un cuaderno y dos lápices. Seguro que se lo habrá dejado en casa, puede que sus padres no la hayan ayudado con la mochila.

—¿No tienes el libro?— le pregunto a mi nueva compañera.

—La Madre Macarena nos dijo que nuestros libros tardarían un poco en llegar.

—¿Madre Macarena? ¿Así se llama tu mamá?

—Yo n-no tengo mamá ni papá...— me contesta ella dubitativa.

—¿Pero no tienes porque se han ido de viaje? ¿Por eso te han dejado con tu Madre Macarena?

—No, ellos no están aquí y nunca lo estarán. Eso es lo que me dicen las hermanas.

—¿Tienes hermanas?

—No, las hermanas son las que van vestidas de negro con un pañuelo blanco en la cabeza.

—¡Ah, esta mañana las he visto! Bueno, te comparto mi libro mientras no tengas el tuyo.

—Muchas g-gracias...

Ella se acerca un poco más para poder mirar en mi libro las actividades que estamos haciendo. Mientras tanto, yo me quedo viendo lo preciosos que son sus ojos.

A la hora del almuerzo le digo que se siente conmigo en el banco. Veo cómo busca en su mochila unas cuantas uvas mientras que yo saco mi sandwich. Mientras los otros niños están jugando con la pelota o saltando a la comba, Ambar y yo nos dedicamos a dibujar con tiza en el suelo. Cuando me giro a ver qué es lo que está haciendo ella, veo que ha dibujado a tres chicas con vestidos.

—¿Quiénes son esas chicas?

—Nadie, solo me gusta dibujar la ropa que lleva la gente— señala a uno de los dibujos —. Este es el vestido de la maestra.

—¡Es verdad! Pues se parece un montón.

La veo sonrojarse y también cómo una pequeña sonrisa se le forma en la cara. Cuando volvemos a entrar a clase acabamos las actividades que nos quedaban.

La hora de irse a casa ha llegado. Veo cómo la señora mayor entra otra vez y, cuando Ambar se da cuenta de su presencia, empieza a recoger rápidamente. Casi corriendo se va al lado de la mujer mayor, como si le tuviera miedo. Rápidamente se van. Yo quería despedirme de Ambar antes, pero ella ni me ha mirado. Me ha invadido la tristeza; pensaba que ahora éramos amigos.

Cuando salgo del colegio mi padre me está ya esperándome para llevarme a casa.

—Ey, ey, ¿qué tal, campeón?

—Bueno, un poco triste...

—¿Qué pasa, es que no has hecho amigos?

—Sí que he hecho, pero mi amiga Ambar se ha ido muy rápido con una señora mayor que da miedo.

—Diego, esas cosas no se dicen.

De repente, vuelvo a ver la misma fila de niños que había esta mañana con las señoras raras.

—¡Mira papá, ahí están esas señoras! Con ellas se ha ido Ambar.

—Ah, Diego... Esas mujeres son las hermanas de la caridad, cuidan de los niños que no tienen ni papá ni mamá.

—Pobrecita...

—Bueno, no te preocupes. Seguro que se ha ido rápido por algo. ¡Venga, sube al coche, que vamos al parque un rato!

—¡Bien!— exclamo por la alegría.

Me quedo mirando cómo el autobús en el que va Ámbar se va. Solo espero que mañana venga para poder jugar otra vez con ella.  

Corazón de aceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora