IV. ROSAL

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Draco casi escupió un poco de su almuerzo cuando vio a Theo —uno de los pocos que podían aparecerse en Sunserley House— sosteniendo en una mano un tenedor y una servilleta de tela y en la otra la nota que le había enviado. Se veía risible y para nada compaginaba con la elegante manera en que el mago de cabello castaño y ojos azules siempre lucía.

—Hola, Theo —saludó luego de tomar un sorbo de vino de sauco.

—¿Esto de «no me siento bien» tiene algo que ver con tu salida de ayer con mi cuñada? —Theo prácticamente había vociferado mostrando con indignación el pliego de papel, pero Draco siguió comiendo como si nada pasara, sabiendo que su interlocutor jamás se enojaba.

—Me siento halagado, Theo, ¿has dejado a tu bella esposa para compartir el almuerzo conmigo?

—Daphne ha salido detrás de Astoria luego de que les leyera tu escueta y para nada creíble disculpa para no acompañarnos hoy, especialmente porque precisamente nos estaba narrando lo grandioso que lo pasó contigo ayer. Empezó a sollozar diciendo que no debió hacer lo que hizo. ¿Qué hizo ella que ahora la desprecias de esta manera, Draco?

—No la estoy despreciando, Theo y no tengo la más mínima idea de a lo que se refiere —respondió el aludido frunciendo el ceño y dejando de lado los cubiertos para luego limpiarse la boca con su nívea servilleta, se levantó y caminó hasta pocos pasos de donde Theo lo veía con actitud molesta. Por supuesto que no le creía, así que prefirió usar el mismo tono serio que su amigo—. Ya sabes cómo es ella con esto del compromiso, pero también sabes muy bien que yo no la animo a nada. Simplemente... —suspiró profundo—, no puedo seguir con esta farsa, Theo, con la farsa que es toda mi vida. Necesito un respiro, necesito... —Se pasó las manos por la cabeza en clara frustración mientras caminaba como un león enjaulado de un lado para otro—. Creo que lo mejor que puedo hacer es irme del país.

—¿Irte? —Ahora el mago lo veía con sorpresa. Conocía a Draco y no era de los que bromeaban. Desde hacía unos años que no lo veía con esa actitud casi derrotada—. Me estás asustando, hermano. Lo que sea que esté pasando, créeme, tiene solución. Nada puede ser peor que cuando vivíamos con miedo debido a...

—Tranquilo —lo interrumpió intentando sonreír para bajar la tensión que se había creado en el ambiente—. Supongo que solo es otro de mis dramas...

Theo lo miró con incredulidad, y luego de percatarse que aún llevaba los utensilios de su almuerzo, los hizo desaparecer con un movimiento de su mano, así como la carta y, llamando a uno de sus elfos domésticos, le pidió que le dijera a su esposa que se quedaría con su amigo el resto de la tarde.

Draco había empezado a caminar lentamente con las manos en los bolsillos de su pantalón probablemente hacia la bodega de vinos, así que Theo decidió seguirlo cuando su elfo se desapareció; una vez más tendría que cumplir con su papel del amigo que lo acompañaba sin hablar, sabiendo que pasarían ambos el resto de la tarde fingiendo que nada sucedía como durante su sexto año escolar. Sin embargo, el que Draco en un punto de su camino en lugar de bajar unas gradas, subiera otras lo dejó descolocado, por lo que apresuró el paso con la intriga invadiendo su interior.

Una vez en el segundo piso de la mansión, Draco siguió su camino hacia su despacho; una vez adentro, se sentó a escribir con el rostro inexpresivo. Theo intentaba no prestar atención al sonido que emitía la pluma sobre el pergamino mientras aparentaba leer los títulos de unos libros en los estantes; era evidente que Draco estaba ido en sus pensamientos, pensamientos que lo hacían escribir con rapidez. Cuando dejó de escribir, Theo volvió su mirada hacia el aún más pálido rostro de su amigo y olvidando que estaba buscando algo para leer, se acercó al escritorio y se sentó frente al hombre, notando que había un sobre con una carta en su interior pero sin remitente al lado del pergamino que recién había escrito.

Dulce sufrimientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora