5 AÑOS DESPUÉS
Alaia ya no era esa tierna niña de cabello negro a la que le encantaba hacerse dos coletas con trenzas. Ahora, con 20 años, tenía una estatura promedio, una figura elegante pero su carácter había cambiado por completo. Se había convertido en una chica fría, independiente y calculadora, características moldeadas por la responsabilidad temprana de ser la heredera al trono. Ahora, ella caminaba de un lado a otro por su habitación con una expresión de profunda preocupación. En ese momento, escuchó como alguien golpeaba su puerta ya abierta, cuando giró sobre si misma, vio como un chico alto de cabello negro y una sonrisa ladeada entraba sin avisar.
— ¿Qué pasa, hermanita? ¿Problemas en el paraíso?
— ¿Qué quieres, Tomás?— dijo Alaia con cansancio.
— Pues solo quiero recordarte tu mala racha, pero sabes que si me das la corona podría dejar de molestarte tanto.
— ¿Qué obsesión tienes con eso? Jamás te daré la corona. Mamá me la dio a mí y no a ti por tu desafortunado pasado. No estás en condiciones de reinar.
— ¿Y tú sí? No me hagas reír, Alaia. Tienes solo veinte años. Yo debería estar a cargo del pueblo y lo sabes. Si no fuera por ti, ya habría sido coronado hace tiempo. Mírate, ni siquiera puedes hacer que tu propio pueblo te quiera— dijo Tomás con una mirada de superioridad y enojo.
— Tampoco es que estén muy encantados contigo— murmuró Alaia mirando al suelo.
— ¿Qué dijiste?
— Nada.
En medio de la pelea, se escuchan los pasos una mujer la cual entra de prisa a la sala, era de estatura un poco baja, piel algo morena y de aproximadamente unos 50 años de edad, al llegar se para frente a los "hermanos" y los mira fijamente con una cara de agotada que hablaba por sí sola.
— ¿Qué es todo este alboroto?
— No es nada, madre. Solo estoy dándole consejos a mi hermanita sobre cómo mejorar su relación con el pueblo. Simplemente cumplo mi papel de hermano mayor ¿No es así, Alaia?
— Sí, claro— respondía Alaia con evidente sarcasmo.
— Ay, mis bebés, no saben la alegría que me da verlos tan unidos. Por cierto, Alaia, ven a mi despacho. Ahora mismo.
La madre de los jóvenes sale caminando de la sala y Alaia la sigue, al llegar a su despacho la mujer se sienta de un lado del escritorio y se queda en silencio mirando a su hija fijamente.
— Siéntate, por favor— le ordenó Mercedes.
Esta le hace caso y se sienta en la silla que está del otro lado del escritorio frente a su madre, ambas se quedan en silencio mirándose, pero la menor ya no aguanta tanto misterio y decide preguntarle a su madre que es lo que sucede.
— ¿Puedes decirme ya qué pasa, mamá? Desde que salimos de la sala tienes esa cara de preocupación.
— ¿Por qué no me dijiste que el pueblo quiere organizar una protesta?— dijo Mercedes directamente.
— ¡¿Qué?!— gritó Alaia poniéndose de pie.
— Como lo escuchas. Me lo dijo Daimon. ¿No lo sabías?
— ¡Por supuesto que no! Pero ¿por qué?
— Ellos creen que no eres buena para ser la reina, dicen que desde que estas en esta prueba para el trono no has presentado ninguna idea para ayudar al pueblo.
— ¡Pero no he tenido tiempo! Entre las clases que tú me haces tomar y la guerra, no puedo ni respirar.
— Pues tenemos que encontrar una solución lo antes posible, y sobre eso último, Daimon te estaba buscando para hablar sobre algo, ya te puedes retirar hija.
— De acuerdo. Gracias, te quiero, mamá— dijo Alaia lanzándole una sonrisa cálida.
— Yo también, mi niña.
Alaia fue en busca de su consejero rubio. Al encontrarlo, Daimon empezó a hablar de inmediato.
— Princesa Alaia, sé bien cómo es su relación con el príncipe Oliver, pero también se que se tiempos muy malos se nos avecinan. No sobreviviremos sin un plan. ¿Qué le diremos al pueblo? ¿Cómo le explicará a su madre que no pudo seguir su legado?
— Algo se me ocurrirá. Te aseguro que callaré las críticas— dijo Alaia con determinación —. Nunca haría un tratado con ese hombre ni con su reino. Además, no he visto a Oliver desde hace 13 años. Probablemente siga odiándome.
— Con todo respeto, no lo creo. Pero alteza, el príncipe lleva 15 minutos esperando afuera.
Alaia se quedó unos minutos pensando en silencio. Cuando finalmente, suspiró y habló.
— Está bien, tanta discusión me dio dolor de cabeza— Alaia se mantiene unos segundos en silencio pensando, para luego hablar —lo haré, pero luego de que pase la guerra volveremos a ser un reino individual, ahora vamos a comunicárselo.
Alaia y Daimon van hacia la puerta del castillo donde allí, en los escalones de las puertas, un chico estaba sentado dándole la espalda al interior del castillo, parecía que esperaba a alguien y en la cabeza de Alaia ya se estaba formando la esperanza de que él sea el chico que robó su corazón desde niños, en ese momento, la dureza de la chica se desvaneció por completo y se volvió a sentir vulnerable, siempre lo era cuando se trataba de el pelirrojo.
— ¿Oliver?— susurró con voz temblorosa.
El joven se dio vuelta al escucharla. Alaia lo observó detenidamente: era alto, pelirrojo y más pálido de lo que recordaba. Pero sus ojos café seguían mirándola con la misma intensidad cautivadora. Oliver también sintió un nudo en el estómago al ver a Alaia. Sus miradas se encontraron, y el tiempo pareció detenerse.
— ¿Sí?— dijo él, aclarándose la garganta para disimular los nervios.
— Hemos tomado una decisión. Aceptamos su tregua. Mi asamblea y yo creemos que esta unión nos beneficiará a ambos.
— ¡Genial! Pero ¿Podríamos dejar las formalidades?
— Por supuesto que no.
— Lo intenté. Gracias por recibirnos. Esto significa mucho para mí y mi reino.
— Ajá, claro. ¿Entonces tenemos un trato?
Alaia extendió su mano hacia Oliver, tratando de parecer seria y distante. Sin embargo, al tocarlo, sintió una chispa familiar que la hizo dudar. Oliver tomó su mano, sintiendo lo mismo.
— Tenemos un trato— respondieron al unísono.
Oliver toma su mano, y cuando estas se tocan ambos chicos sienten que el tiempo no pasó, cada uno siente unas chispas en su interior imposibles de ignorar, allí, con sus miradas conectadas y sus manos agarradas, Alaia y Oliver sin saberlo cierran algo a lo que nosotros podríamos decirle que cambiaría sus vidas para siempre.
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Una Princesa Diferente - Noel Cabrera
RomansaElla se guiaba por la razón, él por el corazón, ella era como un témpano de hielo, él la chispa que podía derretirla, ella decía que no tenía debilidades, pero era la debilidad de él. Alaia y Oliver se habían conocido a los cinco años, y once años f...