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Las esperas en el Capitolio siempre eran largas, aunque aquello seguro era más porque no lo disfrutaba en absoluto.

A pesar de siempre sonreír ante las cámaras y parecer sumamente amable y sociable, la verdad era que mientras no tenía que fingir, Charles podía ser bastante reservado en cuanto a lo que en la capital sabían de él. Al inicio no había querido cambiar aquello, había pensado que en cuanto ganara los juegos y volviera a casa en el distrito 4 aquello se acabaría, pero no demoró en darse cuenta que era más una actuación de por vida. Claro que había vencedores que estaban dispuestos a terminar con la farsa, pero no quería desapariciones en su familia como se rumoraba había pasado con Johanna Mason del 7 hacía unos años, o cosas peores.

No por nada es que entre los vencedores de años pasados había una buena cantidad de adictos, borrachos e incluso algunos que si bien tenían familia, hacía tiempo que los habían borrado del árbol genealógico. Él mismo no se veía muy lejos de estar en ese punto.

Cuando había regresado de los juegos como vencedor, todo había vuelto a la normalidad. Y no era una mejor. El entrenamiento había terminado, por lo que sus padres habían vuelto al estado de depresión e ignorarlo completamente, con la diferencia de que ahora no les necesitaba para mantenerse como cuando era niño. Él se había mudado a su nueva casa en la aldea de los vencedores, y ellos se habían quedado en la zona comercial del distrito. A veces les llevaba algunas cosas, un poco de pan y carne, pero era tan incómodo que la mayoría del tiempo se limitaba a dejarlas en la puerta donde su madre pudiera verlas y llevarlas adentro.

El capitolio le había exigido un talento que mostrar, por lo que en algún punto había tomado clases de piano, lo cual le gustaba y le proporcionaba un consuelo, y ahora pasaba sus días componiendo melodías que en ocasiones presentaba en reuniones importantes de altos funcionarios del gobierno de Panem.

Al menos no tenía que hacer otras labores, en parte por su edad, sabía que otros vencedores eran solicitados para favores "especiales" por algunas personas adineradas, no podía evitar que eso le asustara. Sin embargo no todo era malo. Claro que tener todos los días el pan sobre la mesa garantizado era una buena parte, pero había hecho verdaderos amigos en ese lugar. Personas tan diferentes que en otras circunstancias quizá jamás se hubieran dirigido la palabra, pero tomando en cuenta su situación, se habían convertido en una pequeña familia.

Al inicio solo Max Verstappen se había acercado a él con esa confianza y despreocupación tan característica del distrito 2, pero los demás también eran buenas personas. Fernando, uno de los mayores, siempre estaba dispuesto a darle un consejo cuando lo necesitaba, y por lo que sabía, Lewis del distrito 1 también era bastante accesible aunque reservado.

Como él si tenia acceso al piso donde se hospedaban, entró a la lujosa habitación donde una cama gigante y suave acaparaba la atención con su cabecera de oro, solo opacada por el traje azul aguamarina que Zathyana había preparado para él, lo cual definitivamente le agradecería cuando la viera, pero antes, activó el seguro de la puerta. Sabía que aquel edificio estaba diseñado para darles una falsa sensación de libertad, pero no es que no hubiera notado que metros detrás de él, siempre había algún agente de la paz siguiéndole. Que ya hubiera ganado los juegos no quería decir que no fuera un prisionero.

Después de una rápida ducha y haberse arreglado lo más pronto posible con las instrucciones que la estilista había dejado para su cabello, era hora de volver abajo. No era obligatorio, pero quería ver a Carlos antes del desfile. La idea lo asustó e hizo sentir ridículo. No estaba en una cita en el 12, estaba guiando a ese chico a la boca del lobo, no debería estar emocionado por ello.

Claro que aquello se le olvidó cuando los gritos ensordecedores llenaron el ambiente poco después mientras se encontraba en su asiento, viendo los carruajes aparecer en la noche, en lo que era una entrada espectacular. Y ahí estaba él.

Carlos ocupaba un atuendo totalmente negro que lo hacía ver no solo mayor, sino bastante apuesto. El abrigo largo de cuero con botones plateados, las botas, su camisa abierta dejando ver lo trabajado de su cuerpo como reflejo de los años navegando en el mar, mientras que sus ojos relucían enmarcados en lo que cuando estuvo mas cerca distinguió como adornos de nácar y perlas.

Se veía apuesto, radiante, y amenazador. Pronto las miradas se posaron en él, y podía entender completamente porqué. Incluso la mujer que se sentaba tras él había exclamado acalorada, lo cual le recordó que era hora de iniciar su deber.

— Su nombre es Carlos, mi Lady. Es formidable en el mar, y tan ágil como una sirena. Le prometo que no va a decepcionarla.

La mujer le dedicó una sonrisa coqueta asintiendo, agradeciendo la información. Si no podía estar con él en la arena, le conseguiría todos los patrocinadores que pudiera. Fuera por los medios que fuera.

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