Decisión

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— Estos son de los que hay que preocuparse, ocasionalmente otro distrito da alguna sorpresa, pero estos cuatro son los que me preocupan. La chica del dos es pequeña, tiene doce, pero ha entrenado toda su vida, asi que no se dejen llevar por su apariencia.

Carlos no pudo evitar tratare de no ahogarse con el vaso de jugo en cuanto comenzaron a mirar las cosechas de los otros distritos y aquellos aparecieron. Su sentencia de muerte estaba asegurada.

No era un secreto que los tributos del uno y el dos eran profesionales, pero estos estaban más allá de ello. Eran altos, fuertes, tanto que la mujer de capitolio que les había escogido se miraba pequeña a su lado aún con las horribles plataformas verde chillante que usaba y su peinado tan alto que cualquier sinsajo podría haber hecho su nido ahí.

Elenna mantenía la cabeza gacha, él dudaba de que hubiera visto algo en algún momento, y no pudo evitar sentirse mal por ella. Podía verse a simple vista sus nulas posibilidades.

— Lo sé, se ven aterradores, pero eso muchas veces los hace tontos. Son letales, pero en un ambiente controlado, y cuando la comida y el agua escasea, ya no son tan peligrosos, pero eso solo pasará con el correr de los días. En un inicio, deben evitarlos, aléjense lo más posible, hasta que queden uno o dos.

— ¿Y la cornucopia?

La expresión de terror de Charles casi lo paralizó.

— No te acerques a la cornucopia. — Dijo el menor, para después recuperar su compostura. — Las armas y lo mas importante esta al centro, pero todos los tributos estarán ahí, es por eso que normalmente mueren casi la mitad el primer día. No quiero que se acerquen a la cornucopia. Una manera importante de permanecer vivo es evitar el conflicto. Normalmente son ambientes naturales, concéntrense en buscar agua y comida, les ayudaré en lo que pueda, pero no puedo garantizar la generosidad de los patrocinadores, así que tienen que estar listos para eso, ya que...

— Ya que solo puedes ayudar a uno.

Ambos se quedaron congelados al escuchar a la chica levantar la voz por primera vez, antes de verla marcharse sin querer saber nada acerca del tema. Era cierto, y aún cuando no había habido palabra sobre el tema, era evidente el favoritismo por Carlos, quien se hundió en el sofá, bajando la mirada.

— Si, es cierto... y sé que es duro, Carlos, pero es cierto. Solo puedo ayudar a uno de ustedes. No espero que lo entiendas ahora, ni tienes que cargar la culpa de ello... pero-

— No, esta bien. Lo entiendo. Solo quisiera que no fuera así...

— Hey, escúchame... — Dijo tomando el rostro del tributo, para hacerle levantar la mirada. — Todo va a estar bien, haremos que lo esté...

Carlos asintió algo nervioso, no solo por los juegos, sino por aquella cercanía. Nunca había notado lo verdes que eran los ojos de Leclerc, pero también reconfortantes, como si nada de esto estuviera sucediendo.

— Descansa, y come algo, veremos como conseguirte patrocinadores esta noche.

El ambiente desde entonces se había tornado tenso en el vagón, tanto que podría cortarse con cualquier cuchillo de la barra de alimentos. El hambre se le había ahuyentado, pero se había forzado a comer un enorme filete de carne y verduras, al menos hasta que las ganas de vomitar llegaron a su limite y tuvo que parar antes de devolver hasta la leche materna.

Había preferido pasar las ultimas horas descansando, con los ojos cerrados, en su habitación asignada antes de que todo se volviera una completa locura. Charles se lo había dicho, que podía tener dos opciones, verse amenazante, o ser carismático y encantador con las personas que le recibirían en la estación, convertirse en todo un príncipe azul, y dado que 17 años de desnutrición no habían pasado en vano por su cuerpo, esa pintaba a ser la mejor opción sin importar cuando le revolviera el estómago. Solo podía pensar en su padre dejando la habitación con cara de asco al verle, aunque en realidad, eso no debería importar mucho. No es que fuera a volver a verle de cualquier forma.

Quería creer en la versión fantasiosa de Charles donde él salía vivo y regresaban tranquilamente al distrito 4, pero tenía que ser realista, ser realista siempre lo había salvado de morirse de hambre en las épocas de marea roja cuando comer algo se volvía un auténtico lujo.

Sin embargo, cuando lo pensaba, ¿Qué objetivo tenía morir?

Quizá sus padres vivirían bien un mes o dos antes de que lo poco que les dieran junto con el ataúd que llevara sus restos, pero después comenzaría el verdadero problema. Papá aun era fuerte, pero su fuerza comenzaba a decaer para ciertas tareas, y sus hermanas no estaban listas para la vida dura en el mar, el cual se las tragaría en unos segundos ya que mayormente se habían dedicado a ayudar desde el muelle y salar el pescado para ser exportado toda su vida. No podía imaginarse a Ana, tan pequeña y liviana como una hoja de papel tratando de sostener las velas del bote en un huracán.

Y estaba Charles.

Charles era la mayor intriga que Carlos tenía desde hacía días, y aunque no le gustara admitirlo, había desviado un poco su mente de que estaba siendo guiado al matadero. Este no se parecía en nada a aquel chiquillo petulante y presumido de la televisión, a quien todos querían. Era mucho más profundo, comprensivo, cálido, e incluso dulce. Definitivamente le gustaba más.

No, no conocía a Charles Leclerc, tal como el menor se lo gritó el primer día. Detrás de esa sonrisa encantadora y rasgos finos podía notar apenas, escondido en el interior, que era otra víctima más.

Si iba a morir, ¿Qué mas daba intentarlo? Después de todo, los mejores capitanes siempre se hunden con su nave. 

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