Decidí escribirle al abogado que me asignó Gemma para mi problemita con Peter. La verdad, es que luego de lo qué pasó con Louis, estuve con mal humor toda la semana.Me termino de colocar el brillo labial, y tomo mi bolso para ir a la dirección que me envió Alexander para encontrarnos. Me paro en el espejo que está en la entrada de mi apartamento y acomodo mis rizos con mis manos.
Agarro mi bolso con fuerzas y camino hacia la estación del bus. Preparándome mentalmente para lo que viene.
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BAR. 7:30 PMSuelto una carcajada al terminar de escuchar la anécdota de Alexander. Dejo de reír de poco a poco al notar la mirada intensa de él.
— ¿Qué tanto me miras? —le pregunto con voz coqueta. Y tal vez borracho.
— Pensé que no te volvería a ver más, al menos que estuvieras en un problema legal —sacudo mi cabeza divertido.
— Estoy en problemas, igual. —tomo mi copa de vino y le doy un sorbo.
— ¿Te refieres a este tipo de problema? —él hace gesto alrededor de su cara y cuerpo. Asiento y el se ríe.
¿No es el tipo genial? Es gracioso, hace bromas, es inteligente y dice cosas como como–
— Tengo un caso grande.
Aunque es un poco controlador–
— No te comas eso —me señala mi cubierto.
Pero manejable.
— Lo haré —me entro la porción de carne a la boca.
— Bien.
El es impredecible.
— Iré a cagar —se pone de pie y me guiña un ojo.
— Voy a ignorar eso.
— ¿Quieres tener sexo?
Mucho mejor.
— Soy muy bueno en eso —acaricia mi hombro con sensualidad.
No lo es.
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Emito un gemido al sentir como succiona mis muslos y como sus manos acarician mis pezones por encima de la camisa. El levanta la mirada y me da una sonrisa arqueada al verme agitado y pidiendo más. Vuelve a su labor, pero ahora siento su lengua lameteando mi entrada, haciendo que agarre su cabellera para empujarlo más.
Es muy bueno.
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Mi pie choca con un banco cerca de la casa de papá, haciéndome soltar mil maldiciones.
Seguro me encuentro hecho un desastre. Siento la cabeza martillándome haciéndome soltar jadeos a la vez que acaricio mi sien para intentar aliviar la resaca. Cosa que no funciona.
— Dios, mátame.
Dejo de lloriquear al ver a Gemma en el otro de la calle, cargando un arco de bodas y un estuche enorme que parece tener un instrumento adentro.
Llegamos a la puerta al mismo tiempo y me ojea de arriba a abajo. Hago una mueca al ver su mirada.
— Hola.
— Hola —ella va a tocar el timbre, pero los objetos que lleva no lo permite.
— ¿Necesitas ayuda?
— No.
— Puedo agarrar el estuche.
— Estoy perfectamente bien —intenta volver a tocar el timbre y me mira de reojo— ¿Tuviste una gran noche?