Recuerdos poco agradables

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Panqueque mascullaba dormida. Como casi siempre, ambos dormían abrazados para darse algo de calor. Ella estaba abrigada por una manta gris, acostada sobre el cuerpo de Jabalí, mientras él la rodeaba con los brazos, sujetando la pistola con la mano.

Por las noches, cuando el sol se ocultaba por completo y el cielo dejaba de su manto rosa para teñirse con la penumbra, los aullidos se alzaban. Llegaban desde la distancia, anunciando que las tinieblas habían abrigado al mundo; algunos sonaban como los cantos de un lobo, otros como un sonido gorgoteante que ascendía hasta los cielos y, en la mayoría de casos, sonaba a una mujer gritando con todas sus fuerzas, llorando la más dolorosa de sus pérdidas.

Aquella noche, cuando el silencio reinó tras una hora de alaridos, Jabalí escuchó disparos a la distancia. Una ráfaga, si no le fallaban los cálculos. No oyó los gritos de los condenados, pero supo que fue demasiado rápido, pues el tartamudeo de las armas fue breve y sagaz. Él mismo sabía que, si te enfrentabas solo a un vampiro durante la noche, más te valía tener toda una armería a tu disposición para poder sobrevivir, o el arma del mejor calibre que pudieses conseguir. «Pero que Dios te agarre confesado si te enfrentas a tres o más de ellos».

Mientras la noche transcurría, Jabalí dormitaba, abrazando a Panqueque. Cada tanto, sentía que su cuerpo se enfriaba, y le acariciaba la espalda para darle calor, sintiendo a través de la ropa los relieves de las cicatrices. A él no le gustaba mucho dormir, porque siempre llegaba el recuerdo del primer día.

Fue una tarde hermosa de octubre, con pocas nubes en el cielo y los locales adornados con cosas de halloween, incluso aquellos negocios tan simples como los mercados chinos se sumaban a la fiesta.

La fiebre del halloween tardó en llegar a Gila; cuando era chico, Jabalí no estaba familiarizado con los disfraces. Pero cuando la globalización se acrecentó, llevada a cabo por las plataformas de streaming, y más niños comenzaron a tener acceso a internet, poco a poco, con el pasar de los años, se podían ver a más y más pequeños –y algunos adolescentes e incluso adultos– disfrazarse en la época de Halloween, hasta el punto en que casi se había vuelto tradición el salir a pedir golosinas vestidos con un disfraz de cotillón.

A veces, le gustaba imaginar a Panqueque con algún disfraz de halloween; quizás como una cazavampiros, vestida con un abrigo de cuero marrón, un suéter azul algo raído, un pantalón grueso y borcegos, con una máscara de gas metálica para darle rudeza al asunto, y un rifle Winchester colgándole de la espalda. Sin duda se vería amenazante, a pesar de medir un metro veinte. Aunque las prendas que vestía habitualmente no eran tan alejada de la fantasía.

Casi siempre la pequeña optaba por vestir una camiseta manga larga de cuerpo púrpura y mangas blancas, pantalones jogging grises, zapatillas negras y un abrigo azul oscuro. Tenía todo un catálogo de ropa infantil para elegir, incluso más variado al tratarse de una niña, pero a ella le solía gustar la ropa holgada y sencilla, funcional, pues no le llamaba la atención las camisetas de Barbie ni los abrigos de My Little Pony, porque, sencillamente, no los conocía como para enamorarse de esos diseños.

Agitó la cabeza, agotado. Las piernas le dolían por el cansancio. Volvió a cerrar los ojos, y sus pensamientos regresaron a aquella tarde de octubre.

La recordaba con una claridad casi cristalina. Como cada mañana, había salido a trotar por la avenida Rojas. Cuando terminó, alrededor de las dos de la tarde, decidió sentarse en la plaza Unión, en Lunares.

Cada halloween, un escritor de una novela zombi convocaba a una caminata con la misma temática, donde los fanáticos del género se disfrazaban como los no muertos y caminaban como un montón de ebrios caníbales. Cada año la cantidad de gente aumentaba, y había quienes lo hacían con disfraces tan bien hechos que parecían zombis de verdad. Jabalí sintió impresión cuando vio a una joven cuya mandíbula parecía haberse desprendido y su mano parecía partida de verdad. Pero cuando la ilusión se marchó cuando la vio erguirse para tronarse la espalda.

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