Era cerca del mediodía cuando Panqueque se despertó. Salió aturdida de su habitación. El incendio de anoche ya se había apagado, pero aún persistía una enorme columna de humo que se alzaba a la distancia.
Se asomó a la barandilla, y vio al grupo reunido en el patio, parados alrededor de una mesa. Cuando Panqueque bajó la vista, vio que habían varios mapas.
—Hay un problema —señaló Mikhail—. Si ese tipo es un vampiro maestro, como los que describe Gaz, ¿qué les hace pensar que no pedirá ayuda de los garradores? Es decir, si lo atacamos, todos los garradores de Aviator se nos tirarán encima, si es que puede controlarlos.
—Tal vez no pueda controlarlos —acotó Barry—. En los viejos libros, recuerdo que solo podían controlar a los hipnotizados; aunque claramente no recuerdo nada como, bueno, los garradores. Por empezar, ni siquiera recuerdo un libro donde los vampiros salgan a la luz del sol.
—Tal vez podamos ir a la biblioteca pública y buscar algún tipo de enciclopedia vampírica, o de criaturas mitológicas —dijo Heather, llevándose la mano a la barbilla—. Quizás podamos encontrar algo.
—Yo creo que, al menos este tipo, sí es vulnerable a la luz del sol —comentó Gaz—. Ese edificio es frío y oscuro por dentro. Si la luz del sol puede matarlo, entonces podríamos vencerlo haciéndolo salir.
Panqueque abrió grande los ojos, atenta.
—¿Pero cómo hacemos salir a un vampiro así? —inquirió Barry.
—Tal vez podríamos hacer que nos persiga —dijo Amelia.
Jake suspiró, cruzándose de brazos.
—Vayamos por partes —dijo—. Organicemos la prioridad de nuestros problemas: primero, tenemos lo que dijo Misha; si los garradores son controlados por este... vampiro maestro... entonces estamos en un grave problema. Anoche hemos visto que parecían estar buscando, por lo que podemos asumir la posibilidad de que, sea lo que sea ese sujeto, los está manipulando de alguna manera. Tal vez no controlándolos, como a estos sujetos que hipnotizó, pero sí dándoles ciertas órdenes como un perro. Si lo atacamos, tal vez los atraiga a sí mismo como refuerzos.
Nadie dijo nada. Todos intercambiaron miradas, pensativos. Jabalí se percató de que Panqueque estaba arriba, observándolos, y con una sonrisa la llamó haciendo un ademán. La niña comenzó a bajar las escaleras.
Jake miró los mapas. Había de la ciudad, de sus inmediaciones y uno de Aviator Este, dibujado por Gaz. Se llevó la mano a la barbilla.
Algo. Tenía que haber algo para solucionar este problema. Si los vampiros garradores acudían en ayuda del maestro, entonces la situación se daría vuelta totalmente en su contra; el grupo podría encargarse de dos o tres sin problemas con las armas de fuego, pero a partir de diez la cosa se complicaría sobremanera, y en Aviator tenía que haber al menos unos treinta, como mínimo.
En uno de los mapas, que era más un trozo plástico arrancado de la puerta de la municipalidad. Allí, en el norte del mapa, estaba marcado el centro comercial donde se refugiaban, con unas letras doradas que rezaban «Shopping Aviator» justo en el límite de la ciudad; unos cien metros arriba estaba el río Amor, apuñalado por el puente Céspedes, tachado con una cruz roja.
Siguió el río hasta el límite oeste de la ciudad, donde otro puente se dibujaba; el puente Gaga. «El otro puente más cercano está a unos veinte kilómetros de Aviator este» pensó.
—Necesitamos un señuelo que lleve a los garradores hasta Tally-Ho —dijo, apuntando a la ciudad vecina—. Alguien que esté dispuesto a atraerlos y cruzar el puente Gaga, llevándolos a Tally-Ho.
ESTÁS LEYENDO
La Red Escarlata
VampireHan pasado 5 años desde que el mundo llegó a su fin, desde que los humanos fueron atacados por los vampiros: unos seres de enormes garras que atacan, descuartizan e infectan por el día, y se convierten en bestias mucho más temibles y letales cuando...