Reencuentro

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Panqueque estaba de rodillas en el suelo, con las manos tumbadas a cada lado, con la mirada perdida. La sangre le caía por la barbilla. El rostro estaba hinchado y en su muñeca se dibujaba un moretón.

Jabalí miró en todas las direcciones. Como él, el resto de personas estaban tumbadas en el suelo, agarrándose de la cabeza, tratando de comprender lo que acababan de vivir. Lo que acababan de ver.

De pronto, la imagen de Panqueque vino a su cabeza.

Corrió hasta la habitación, y la encontró allí, de rodillas.

—¡Panqueque! —exclamó, arrodillándose y tomándola de los hombros—. Dios, Panqueque, lo siento, yo... Lo siento mucho, en serio no quise hacerte daño. Te juro que no era dueño de lo que hacía, él decía que haga algo y yo... lo hacía sin pensar.

Panqueque alzó la mirada. Advirtió que Jabalí estaba llorando pero... no pudo decir nada. Seguía ensimismada en sus propios pensamientos. En sus propios recuerdos.

Recordó el primer día que todo comenzó. Había ido a comprar con su madre para cocinar fideos a la boloñesa esa noche. Ya habían comprado la carne, solo hacía falta comprar los fideos. Ella quería que le comprara una caja de cereales con la imagen de un gato en la tapa.

—No, Tulip —dijo su madre—. Ya tienes el del perro. Cuando se acabe ese, te compro.

—Pero io' quero' ese —insistió la niña con palabras torpes.

—Hoy no. Además, no tengo plata. —Suspiró—. Envidio que ustedes no sientan la angustia de llegar a fin de mes.

Su madre se agachó frente a ella, y pudo verla.

Era una mujer grande y hermosa, de unos bellísimos ojos verdes y cabellera oscura. Recordaba su voz y la suavidad de sus caricias. Sus besos. El sabor de su comida. La forma en que tarareaba al cocinar. Recordaba incluso cómo la arropaba durante las noches, dejando encendida una pequeña lucecita junto a la cama.

Y recordó el momento exacto cuando la vio morir. Cuando un garrador le dio un zarpazo en la espalda, la tomó de la cabeza y hundió sus fauces en la garganta, dejando caer el cuerpo sin vida de la mujer. Su cabeza golpeó el suelo, y sus ojos desprovistos de todo brillo, de toda vida... apuntaron a su hija.

—Mami... —sollozó Panqueque, de regreso al presente—. ¡¡Mami...!!

Las lágrimas desbordaron sus ojos y la niña rompió en llanto, llevándose las manos al rostro. No solo recordó quién era su madre, sino cuánto la amaba, la necesitaba y también cuánto le dolía su partida.

Jabalí la rodeó con los brazos, y Panqueque lloró con más fuerzo, hundiendo el rostro en el pecho del hombre.

—Quiero a mi mami —exclamó con la voz partida—. Quiero que vuelva. La quiero de vuelta.

Jabalí le acarició el pelo, sin saber qué decir.

—¡Yo la quería mucho!

—Lo sé, mi amor —susurró Jabalí, besándole la frente.

—¡¿Por qué tuvieron que matarla?! —Las palabras se ahogaban en el llanto—. ¡¿Por qué me la quitaron?! ¡Yo la amaba mucho!

—No lo sé, preciosa. No lo sé... —sollozó él, acariciando su espalda.

—Yo la quería mucho, Jabalí. —Esnifó—. Yo la amaba, y ella me quería también. ¿Por qué la mataron? ¿Por qué los vampiros son tan malos?

La Red EscarlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora