La llamarada gris

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La Red Escarlata se estremeció con suma violencia. Una llamarada gris la recorrió de un extremo a otro.

La Red Escarlata... Era una red que conectaba a todo y a todos, una telaraña rubí que conectaba a cada una de las mentes, desde los más bajos hasta a los maestros y, en el núcleo de todo, donde cada una de las redes convergían, estaba él.

La llamarada gris fue consumiendo una de las redes principales, una de las más gruesas y resistentes, llevándose consigo a cada una de las redes más delgadas que se conectaban a ella como las espirales de la telaraña. Las primeras en morir abrasadas pertenecían a los más bajos que Lucius transformó en persona, aquellos humanos a los que corrompió, que hizo aflorar el pecado y la maldad desde lo más profundo de sus almas hasta deformarlos en aquellas horrendas bestias con garras. Las siguientes redes que se aferraban a ésta fueron aquellos que fueron transformados a través de las mordidas de los transformados por Lucius, y así consecuentemente hasta crear una ramificación de cientos, miles de garradores que se conectaban todos a una misma hebra carmesí, la de Lucius, y cada una estaba siendo alcanzada por la llamarada gris.

En Tally-Ho, Jake corría por las callejuelas, aprovechando las trampas para eludir a los garradores. Varios murieron por explosiones, otros cayeron a fosos repletos de pinchos. Incluso llegó a ver una trampa demasiado impresionante donde, al bajar una palanca, un viejo auto caía con todo su peso sobre las bestias aplastándolas. A través de un complicado sistema de poleas, podía volver a levantar el vehículo simplemente girando una manivela.

Se había acostumbrado a usar las trampas a su favor, preguntándose quién era el enfermo que las construyó. Incluso, en un puente que conectaba dos edificios, llegó a ver un sistema muy complicado donde, al pisar y cortar un alambre, un vehículo se caía por uno de los costados arrastrando una cadena que, gracias a la fuerza de su propio peso, hacía girar un montón de alambres en las barandas del puente que descuartizaban a todo aquel que se hallase transitándolo.

No importaba cuánto corriese, cada tanto, Jake volvía a sentirse observado. Cuando volteaba, aquella silueta se escondía; a veces, tras un edificio, columna, chimenea, ventana e incluso escombros; siempre desde una altura y distancia prudencial. En una ocasión, le pareció escuchar una risilla aguda, como la de una chica.

—Debo estarme volviendo loco por el cansancio —se dijo luego de subir a un techo.

Sin embargo, cuando Jake llegó corriendo a la rotonda, que tenía una gigantesca fuente seca en medio, se vio totalmente acorralado. Los garradores llegaron desde las cuatro calles convergentes; en total, debían sumar unos veinte. Jake vio como varios llegaron corriendo y se subieron a la fuente, mirándolo desde las alturas.

Lo tantearon en silencio, como lobos a punto de descuartizar a su presa. Jake los esperaba con la pistola en una mano y la bayoneta en la otra. Estaba cansado, agotado mejor dicho.

—¡Vengan! —gritó—. Si me voy a infierno, me llevaré a los que pueda conmigo.

Entonces, las bestias se lanzaron a por él.

Llegó a matar a dos de disparos a la cabeza cuando, de repente, la Red Escarlata se estremeció.

Los vampiros cayeron al suelo, arrastrándose y rodando por el impulso de la carrera. Sus garras se desvanecieron en ceniza, y todos comenzaron a gritar, aullando como perros a los que se les ha cortado una pata. Algunos se golpeaban la cabeza contra los adoquines del suelo, otros, se retorcían. Y no solo ocurría allí: toda Tally-Ho se inundó de feroces lamentos de los garradores, provocando una música cacofónica y enloquecedora.

Jake volteó a todos lados, confundido, viendo cómo se les abría la mandíbula en dos. Tuvo que llevarse las manos a los oídos para ahogar aquel horrible sonido, ese grito incesante. Finalmente, los garradores comenzaron a morir uno a uno.

Algunos, de manera súbita, a otros se les abría el rostro como una flor; sus crujidos se perdían entre los gritos. Al final, Jake quedó solo en la rotonda, rodeado de un montón de cuerpos de garradores.

La llamarada gris había llegado al núcleo, donde se extinguió con un suspiro justo antes de alcanzarlo. La red de Lucius se había carbonizado y, pronto, se esfumó junto a las pequeñas hebras que la sujetaban: los humanos que se habían convertido en garradores, directa o indirectamente por él, murieron al instante. Pero había más. Oh, vaya si había muchos, muchísimos más, y estaban furiosos.

Lucius... —masculló la voz de él, naciente del núcleo—. Has fracasado...

La Red Escarlata se estremeció ante su voz. Muchos de los más bajos murieron junto con Lucius... pero no estaba dispuesto a dejar que otro más pereciera de esa manera.

Entonces, la Red volvió a estremecerse cuando se percató de la esencia del responsable. La niña... Aquella niña había asesinado a Lucius; podía sentirla, sentía su olor, sus ojos... su esencia... La niña estaba allí, en la Red Escarlata, y lo miraba desde las cenizas de lo que una vez fue la hebra de Lucius.

Y ella lo sintió a él. Lo observó. Lo encontró.

La expulsó de la Red Escarlata tan rápido como la sintió, pero fue demasiado tarde, Tulip ya sabía de su existencia. Sabía que en el núcleo se hallaba el vampiro supremo llamado Sempiterno.

Por primera vez desde su nacimiento... sintió miedo.

La Red EscarlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora