Cellbit empezó a despotricar mientras se enrollaba una toalla blanca alrededor de la cintura. Después de haber estado haciendo ejercicio se había metido del tirón a la ducha que tenía en el gimnasio y se había olvidado por completo de traer ropa limpia del dormitorio. Estaba cabreado porque la maldita toalla apenas le tapaba las partes nobles.
Miró con asco el chándal sudado y maloliente. Ahora que estaba limpio, no se lo pensaba volver a poner.
Roier aún no había llegado a casa, así que, en principio, le daría tiempo a llegar hasta su cuarto. Se peinó con los dedos el pelo mojado y abrió la puerta del baño, listo para bajar corriendo las escaleras.
Sintió un golpe de aire frío al salir del baño lleno de vapor. ¡En el gimnasio hacía un frío que pelaba! Había bajado la temperatura para hacer deporte y ahora estaba congelado.
—Cellbit, ¿estás…?
La voz melodiosa lo cogió por sorpresa y se quedó inmóvil en medio del gimnasio. El corazón empezó a latirle a gran velocidad cuando Roier entró en la sala de máquinas con total normalidad.
Mientras Roier le recorría con los ojos, él se estremeció esperando una mirada de repugnancia… o algo peor. Las cicatrices que tenía en el pecho y el abdomen estaban a la vista, algo que trataba de evitar por todos los medios posibles. Siempre las ocultaba y, sobre todo, a las mujeres.
Trató de mover los pies para dar media vuelta y volver al baño, pero, cuando sus ojos se toparon con los de Roier, se quedó paralizado.
Se estaba acercando a él muy despacio con los ojos abiertos como platos, pero no parecía horrorizado, sino… ávido. Sacó la lengua para lamerse los labios y susurró extasiado:
—Madre mía, eres enorme. ¡Qué músculos! Sabía que estabas tremendo, pero no que a tu lado un estríper parecería un palito.
Al llegar a su altura Roier tiró la mochila al suelo y Cellbit tragó saliva:
—Tengo cicatrices.
«¡Como si no se hubiera dado cuenta!».
Lo tenía tan cerca que lo podía oler. Empezó a empalmarse a medida que inhalaba su dulce fragancia y Roier estiró el cuello para mirarlo a los ojos con una expresión de deseo que le golpeó las entrañas como un tren de mercancías a gran velocidad.
Aunque le temblaba la voz, Roier logró pronunciar entre jadeos:
—Por favor, Cellbit, no me pidas que no te toque. Necesito tocarte. Si no me dejas, creo que me moriré.
Cellbit se había imaginado todo tipo de reacciones…, menos esta. La necesidad de sentir esas manos pequeñas y hábiles en su piel propagó un calor abrasador por todo su cuerpo. ¿Cómo podía mirarlo con tanto deseo?
—No me gusta que me toquen — replicó con voz grave.
—¿No te gusta o no estás acostumbrado? —preguntó con delicadeza.
¡Menudo mentiroso estaba hecho! En ese momento nada le apetecía más que sentir las manos de Roier sobre su cuerpo. En ese preciso instante.
—No lo sé —respondió con sinceridad, aturdido por la reacción que había desatado en Roier.
—Tienes un cuerpo muy bonito, Cellbit —le dijo levantando las manos para tocarle el pecho.
Cellbit se armó de valor mientras las manos de Roier le acariciaban el pecho y se deslizaban por su piel. El contacto era tan erótico, tan sensual, que era como estar haciendo el amor, y todo su ser empezó a arder. Apretó los dientes forzando a su cuerpo a relajarse…, pero no había manera. Roier deslizó los dedos despacio por su vientre hasta que a Cellbit se le cortó la respiración.
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"La Obsesión del Millonario" - // Guapoduo // +18
RomansaMío esta Noche. Él atraviesa el peor momento de su vida. Él tiene una propuesta difícil de rechazar. Pero la pasión no estaba en el trato. El estudiante de enfermería y mesero Roier de Luque no pasa por su mejor momento. Su ya desesperada situación...