Cellbit lo dejó en la cama con delicadeza. Roier rodó hacia un lado para abrir el cajón de la mesilla y sacar las vendas y las esposas.
—Átame. No me importa —le dijo dándoselas.
«Por favor. Átame y fóllame antes de que me muera de deseo».
Roier había perdido el control de la mente y del cuerpo, y jadeaba extasiado. Como ese cuerpo musculoso y ardiente no lo poseyera en cuestión de segundos, se iba a poner a chillar.
Lo miró confundido.
—¿Quieres que te ate?
—Te quiero a ti. Átame. Desátame. Haz lo que quieras. Me pone cachondo. Tú me pones cachondo. Lo único que deseo es que me folles, tú eliges el modo de hacerlo.
«Madre mía, ya no sé ni lo que digo. Me está volviendo loco».
—Guapito, al cavernícola posesivo que llevo dentro le encantaría tenerte a su merced y hacer que te corrieras como nunca, pero no necesito atarte. —Le quitó los accesorios de las manos y los tiró junto a la cama—. Pero ahora que sé que te pone, lo volveré a hacer otro día. Ahora mismo lo único que necesito es ver cómo te corres y hacerte el amor hasta que ninguno de los dos sea capaz ni de moverse.
Todas las luces estaban encendidas porque no las habían apagado. Cellbit tenía una expresión agresiva a la par que tierna y, curiosamente, plácida. Roier respiró hondo con el cuerpo tembloroso y el sexo empapado, listo para recibirlo. Se sintió embriagado cuando Cellbit se tumbó sobre él y la seda de sus bóxers recién estrenados rozó los pliegues de su sexo. Abrió las piernas para darle la bienvenida y gimió al sentir su erección dura como una roca contra su entrada, estimulandole, que antes de eso ya estaba más que excitado.
Se aferró a él como si tuviera miedo de que se escapara. Necesitaba confirmar de algún modo que era real y que era suyo. Nunca había sido posesivo ni obsesivo, pero Cellbit era un hombre tan increíble, tan maravilloso, que casi parecía imposible que existiera y que además fuera de él. A veces parecía un sueño, un sueño maravilloso que convertía su ordinaria existencia en algo extraordinario.
—Relájate, guapito —le susurró Cellbit al oído, y su cálido aliento le hizo estremecer.
Relajó los brazos y le rodeó el cuello con ellos, tratando de controlar ese instinto visceral de aferrarse a él, de mantenerlo siempre cerca.
—Lo siento. Creo que estoy un poco desesperado.
No tenía pensado decirle eso porque resultaba lamentable, pero era la verdad. Aunque sentía una sobrecarga de emociones, su cuerpo insaciable le pedía más.
La boca entreabierta de Cellbit recorrió su cuello con besos cálidos:
—No más de lo que estoy yo. Cada vez que oigo tu voz, que te veo o que hablo contigo, siento la necesidad de acercarme más a ti. Es más, me basta con pensar en ti para sentirme así. —Le rozó los labios con la lengua, perfilando el contorno de su boca—. Quiero penetrarte y que nuestros cuerpos se fundan de tal manera que no podamos volver a separarnos jamás.
«Ha dado en el clavo. Yo me siento igual».
Esta vez acercó su boca a la de Roier sin más juegos ni seducción. Lo acosó, lo asaltó y lo saqueó con los labios y la lengua, y Roier se abrió para él como una flor ante los rayos del sol. Roier gimió porque aquellos besos saciaban una ínfima parte de su deseo, y levantó las caderas como por reflejo esperando que otras partes del cuerpo lo rozaran, pues necesitaba aliviar de algún modo la tremenda excitación que sentía.
Arrancó la boca de la de Roier y con la voz entrecortada exclamó:
—Eres un gustazo. ¡Me pones a cien!
Le apartó los brazos del cuello y, agarrándolo por las muñecas, se las colocó a ambos lados de la cintura. Roier trató de retorcerse, pero lo estaba sujetando tan fuerte que no podía moverse. Fue lamiéndolo y besándole el cuello hasta llegar al pecho. Al no lograr satisfacer su intenso deseo a Roier le entraron ganas de ponerse a gritar.
No era delicado, y él no quería que lo fuera. Su pecho tenían la sensibilidad a flor de piel y sintió placer a la par que dolor cuando tiró de un pezón con su ardiente boca, utilizando los dientes y la lengua.
«Placer y dolor».
—¡Cellbit! ¡Sí, sigue!
La cabeza empezó a darle vueltas cuando se dirigió al otro pezón para seguir torturándolo, aumentando su deseo hasta límites insospechados.
El ataque erótico a sus pezones no había finalizado y, sin soltarle las muñecas, Cellbit continuó lamiendo y mordisqueando un pezón y después el otro. Sentir que estaba completamente a su merced lo volvía loco, lo embriagaba y le cortaba la respiración.
Su boca continuó bajando por su cuerpo dejando un sendero de calidez hasta que se detuvo sobre el vientre para trazar círculos apasionados. Finalmente, le soltó las muñecas y le separó las piernas con las manos, mientras se colocaba entre sus muslos.
—Hueles tan bien… Hueles a excitación. Eres mi chico y mi deber es satisfacerte y lamer tu miel.
Respiraba con intensidad y el aire caliente que le salía de la boca acariciaba la dura erección de Roier. Sintió que le iba a explotar el cuerpo solo de oír sus gruñidos varoniles y de sentir su excitación y su afán de poseerlo.
—Sí, Cellbit. Por favor. Te necesito. Tengo que correrme.
—Tengo que hacer que te corras. Tengo que satisfacer a mi chico.
Le levantó las piernas en el aire y le hizo doblar las rodillas para abrirle el camino a su ávida boca.
El ataque sumamente carnal no se hizo esperar: la boca lo devoraba y la lengua lo penetraba, poseyendo su entrada con tal avidez que Roier empezó a gritar su nombre mientras su cuerpo entero se estremecía.
Le introdujo la lengua en su suave entrada, explorando hasta el fondo y lamiéndola con tal desenfreno que a Roier se le cortó la respiración y dejó de gemir. La lengua encontró su prostata y la atacó sin mostrar atisbo alguno de compasión.
Roier lo agarró del pelo, absorto en el intenso éxtasis que su cuerpo estaba experimentando gracias a la misión primitiva y animal que Cellbit se había propuesto: hacerle alcanzar el orgasmo. Un orgasmo de verdad.
Lamía el trocito de carne sin descanso. Cada vez más rápido. Una y otra vez.
Con el cuerpo tembloroso Roier lo empujó de la cabeza para sentir aún más aquella sensual boca en su palpitante entrada.
Le ardían todos los poros de la piel y se estremeció de tal modo que se le arqueó la espalda. El placer era tan extremo, tan intenso que no lo soportaba y trató de apartar su persistente boca, pero él lo sujetó de las caderas para que no pudiera moverse y lo forzó a cabalgar sobre las olas de placer que su boca le generaba. Empezó a gritar su nombre y Cellbit no se detuvo hasta que cesó el último espasmo, que lo dejó totalmente desfallecido.
Entonces, ascendió por su cuerpo para tumbarse a su lado y Roier, que aún no había recuperado la respiración, se acurrucó junto a él dejando el brazo sobre su fornido pecho y enterrando la cabeza en su hombro.
—¿Ya te encuentras mejor? — preguntó con brusquedad aunque obviamente le parecía divertido.
—¿Estabas intentando matarme? — repuso Roier dándole una palmadita en el hombro.
—De placer, Guapito —susurró con pasión.
—Pues entonces lo has conseguido.
Le acarició el pecho con la mano, siguiendo los caminos que marcaban las cicatrices y preguntándose por qué un hombre tan maravilloso había tenido que sufrir tanto. A veces la vida era injusta.
Su mano siguió bajando por el vientre trazando los contornos de sus músculos tonificados. Era como una estatua griega. Solo que él la tenía mucho más grande que esas esculturas de mármol.
—Eres tan atractivo —susurró embelesado mientras acariciaba el camino de seda que dibujaba el vello desde el ombligo hacia abajo.
—Empiezo a pensar que deberías ir al oculista —gruñó encantado.
—Tengo una vista de lince y un perfecto sentido de la percepción. Eres muy fuerte y muy guapo. —Agarró con los dedos su verga empalmada—. Y bien dotado.
Cellbit jadeó cuando Roier metió la mano por debajo de los calzoncillos y pasó la yema de los dedos por la punta de su miembro, extendiendo una gota de semen por la sedosa piel y frotándola despacio con suavidad.
—Me encanta cuando me tocas. Es la mejor sensación del mundo.
Lo sujetó con un poco más de fuerza y comenzó a mover la mano con sensualidad para provocarlo. Cellbit nunca había experimentado algo así porque hasta entonces las personas con las que se había acostado habían tenido que estar atadas. Eso había cambiado. Cellbit jamás sería un amante dócil, pero el hecho de que se sintiera cómodo mientras Roier le tocaba —no solo eso, sino que deseara que le tocara— le hizo sonreír. A pesar de la terrible experiencia que había sufrido en el pasado confiaba en Roier.
Cellbit gruñó y el sonido que salió de sus labios transmitió una sensación entre el placer y el tormento. Puso la mano sobre la de Roier, que era mucho más pequeña.
—Móntame, Guapito. Fóllame hasta dejarme inconsciente.
Se quitó los calzoncillos que acababa de estrenar pero que ya eran sus favoritos y los tiró al suelo.
Roier levantó la cabeza para mirarlo a los ojos mientras él lo rodeaba con los brazos y lo tumbaba sobre su cuerpo.
—¿Estás seguro?
Lo que más quería en el mundo en ese momento era meterse ese gigantesco falo en su entrada y contemplarle gozar bajo su peso, pero le angustiaba mucho hacerle revivir otro mal recuerdo.
—Sí. Quiero ver cómo cabalgas sobre mí. Quiero contemplar tu rostro cuando te corras sobre mi verga — respondió con determinación y necesidad.
Le montó a horcajadas, pero se detuvo vacilante con el corazón a cien por hora. ¿Podría Cellbit hacerlo así? No era necesario.
—No tienes que demostrarme nada. No tenemos que hacerlo.
—Métetela, Guapito. Necesito follarte. Te necesito —bufó con una voz ronca plagada de deseo.
«Te necesito».
Bastaron esas dos palabras para que Roier levantara las caderas, le cogiera el falo empalmado y colocara la punta en la abertura de su húmeda cavidad.
Entonces le invadió una tremenda necesidad de que lo penetrara, un deseo visceral de sentirlo dentro, lo más dentro que pudiera. Apoyó las manos en su pecho y empezó a subir y bajar para metérsela poco a poco. Bajó todo lo que pudo metiéndosela casi por completo y volvió a elevar las caderas para tratar de llegar hasta el fondo.
Sus grandes manos fornidas lo agarraron de las caderas para que descendieran justo en el momento en que él elevaba las suyas, de modo que sus cuerpos chocaron y, por fin, lo penetró hasta el final, llenándolo por completo. Siguió sujetándole de las caderas para estirar y abrir su cavidad mientras sus cuerpos permanecían ensartados con la verga metida hasta el fondo.
—¡Dios mío! ¡Me muero de placer! ¡Lo tienes tan estrechito y caliente! ¡Qué ganas tenía de estar dentro de ti! — exclamó con desenfreno y pasión.
Lo observó con atención, buscando cualquier señal de que la postura lo estaba incomodando, pero lo único que vio en su rostro fue placer. Sus ojos azules se clavaron en los de Roier atrapando su mirada. Cellbit guiaba sus caricias con las manos mientras elevaba las caderas embistiéndolo con fuerza.
Mientras se miraban a los ojos Roier derramó una lágrima al darse cuenta de que no había temor alguno en su rostro y de que reconocía perfectamente a su amante.
—Solo tú, Roier. Tú siempre has sido el único —le dijo mientras su pecho se hinchaba y deshinchaba—. Estás precioso. No te cortes. Cabalga sobre mí. Córrete para mí.
Roier cerró los ojos mientras Cellbit lo empalaba, sujetándolo de las caderas con sus robustas manos. Echó la cabeza hacia atrás para dejarse llevar por las fricciones de su falo, por las embestidas furiosas de sus caderas y por la sensación de que lo hacía suyo una y otra vez. Su cuerpo rebotaba con cada una de sus arremetidas y Roier se sujetó con las manos sus pezones y empezó a pellizcarlos con delicadeza.
—Sí, haz todo lo que quieras, Guapito. Todo lo que necesites —jadeó dándole con más ímpetu y metiéndosela aún más.
Cuando Cellbit lo agarró con más fuerza y sus manos se volvieron más exigentes, Roier empezó a mastrubar su miembro. Lo cabalgó con frenesí, apretando su cuerpo contra el de él y metiéndosela tan al fondo que sintió escalofríos.
Volvió a echar la cabeza hacia atrás e implosionó: los músculos de las paredes de su cavidad se tensaron y destensaron varias veces, exprimiendo el miembro que lo invadía. Mientras se estremecía, Roier sintió que el cuerpo de Cellbit se tensaba bajo su peso.
En el momento en que se corrió sus miradas se cruzaron y Roier se quedó observando a ese ser salvaje, viril y perfecto. Estaba tremendo. Jamás había oído un sonido más bello que el gemido que salió de la garganta de Cellbit.
Una explosión de fluidos cálidos le llenó su entrada y los dos se desplomaron. Roier notaba cómo temblaba Cellbit bajo su cuerpo, que le cubría como una manta.
—Te quiero —masculló Roier suspirando sobre su pecho.
Cellbit lo rodeó con los brazos y lo apretó contra su cuerpo. Estaban sudados y exhaustos, pero se sentía completo y dichoso. Después de un rato logró normalizar la respiración y apaciguar su acelerado corazón y se separó del cuerpo de Cellbit para tumbarse a su lado, pero no le dejó: le dedicó un gruñido y volvió a colocarlo encima de él.
—Quieto.
Debería cabrearse porque le hubiera dado una orden como quien se la da a un perro, pero lo había dicho con tal anhelo que, en lugar de enfadarse, sonrió. Además, estaba tan satisfecho que apenas se podía mover.
Acurrucó la cabeza en su hombro y se dijo que, en cuanto recobrara la energía, se apartaría, porque, de lo contrario, acabaría aplastando al pobre hombre.
Cellbit comenzó a respirar de forma más pausada y regular y, a pesar de que siguió abrazándolo, se le relajaron los músculos.
«Se ha dormido. Acabamos de acostarnos en la postura que lo tenía traumatizado y se ha quedado dormido conmigo tumbado encima».
Le dio un vuelco el corazón y sintió un dolor profundo que le cruzaba el cuerpo entero. Se fiaba tanto de él que podía estar totalmente relajado en la postura en la que más vulnerable se consideraba. Giró la cabeza para darle un beso ligero mientras era consciente de que el amor que sentía por ese hombre desbordaba su pecho.
Un hombre para el que las necesidades de Roier eran lo primero.
Un hombre que confiaba en él.
Un hombre que haría cualquier cosa para complacerlo.
Un hombre del que estaba enamorado.
Siempre valoraría su confianza por encima de todas las cosas y trataría de cultivarla como algo precioso. Pues lo era.
El agotamiento le cerró los ojos y le relajó el cuerpo.
«Quítate de encima, de verdad. Así no podréis dormir».
Su respiración se fue haciendo más profunda hasta que imitó el ritmo de la del hombre que tenía tumbado debajo.
A la mañana siguiente se levantaron en la misma postura. Descansados y a gusto.
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"La Obsesión del Millonario" - // Guapoduo // +18
RomansaMío esta Noche. Él atraviesa el peor momento de su vida. Él tiene una propuesta difícil de rechazar. Pero la pasión no estaba en el trato. El estudiante de enfermería y mesero Roier de Luque no pasa por su mejor momento. Su ya desesperada situación...