El chico del Centro Comercial (1)

23 1 0
                                    

En el mundo, los seres humanos desafortunados tienen que sobrevivir sobrepasando por encima de todos. Lo comparo con los animales. El fuerte, se come a el débil y si el débil no se revela, muere. Aunque, es raro ver al débil rebelarse.

  Vengo de Japón, mi madre es japonesa, mi padre de Venezuela, los padres mi padre eran de Estados Unidos, así que llevo sangre latina, estadounidense, y japonesa (un arroz con mango). A pesar de todo eso, vivo en las calles de Venezuela, raro para un japonés viviendo en las calles en Venezuela.

Cuándo se vive así, uno no tiene amigos, solo enemigos, por eso siempre ando corriendo, pareciera que mi vida no tiene sentido. A mis veinte años no consigo un propósito, este año he decidido que muchas cosas en mí cambiarán. Como no soy un indocumentado ya que tengo mis documentos en regla, tengo varias nacionalidades, y vivir en Venezuela, para los asiáticos hay muchas oportunidades...

Llevo cuatro años en la calle, porque quedé solo. Llegamos hace diez años aquí porque queríamos progresar materialmente, vivíamos muy mal en Japón ya que muchas cosas eran muy costosas, a los cinco años de vivir en Venezuela, a mi mamá la deportaron a Japón por no tener documentos. Un año después que mamá se fue, mi padre logró sacar mis documentos legales, lo que me convirtió legalmente en venezolano.

Papá comenzó a realizar trabajos un poco turbio que le generaba grandes ingresos, así podía enviarle dinero a mamá, estábamos planeando traerla a vivir con nosotros después que le arreglaramos sus documentos, papá y mamá nunca se casaron por lo que mamá no obtuvo la residencia venezolana.

Papá y yo íbamos a comprar una casa pero un mal día una banda enemiga le incautó mucha droga escondida en el lugar donde vivíamos, fue ahí donde me di cuenta del trabajo de papá. Este se opuso e intentó darse a la fuga, pero esos hombres lo asesinó y a mí me golpearon, pero con la ayuda de unos amigos de papá logré huir. Aunque, físicamente me parezco a los japoneses, creo que por eso me dejaron vivir ya que no me acusaron de cómplice ni nada de eso. Desde entonces, vivo en la calle con mucho miedo a la policía.

Mi casa estaba al sur de Caracas, en una vieja fábrica de papeles, por aquí nadie viene.

...

Salí esa noche, como todas las noches. Buscaba una víctima débil, necesitaba dinero para comprar algo de comida, ya estaba muy delgado, no me estaba alimentándo bien. Esa noche estaba anunciando que sería clara. Eran las once de la noche cuando divisé a mi víctima, estaba sentado en una banqueta en una parada de buses. Su mirada estaba perdida, sus ojos rojos y vidriosos, estaba vestido con ropa negra y elegante.

Crucé la calle, ví a los alrededores y no había nadie. Saqué mi arma, lo apunté y le grité diciéndole que me diera sus pertenencias. Él me vió, se levantó, tomó mi arma junto a mis manos, se la llevó al pecho, justo en su corazón y dijo con un grito sollozo.

—Lo más valioso que tengo en estos momentos es mi vida, y ya no la quiero— lloraba.

Sus ojos estaban llenos de lágrimas, creo que escogí a la víctima indebida. ¿Qué hacer en estos casos? Pero insistí:

—No estoy para juegos. Dame tu dinero.

—Te lo pido, me harías un favor si me matas, si no lo haces tú, ellos lo harán.

Eso se estaba tornando misterioso, ví a los alrededores, soledad era lo que había, así que decidí irme y dejar a ese lunático allí. Pero por la carretera venían tres camionetas negras, con los vidrios oscuros, el chico empezó a correr, huia de ellos. Me quedé viendo aquella persecución algo petrificado, hasta que el chico se metió en un callejón y los perseguidores se bajaron de sus carros detrás del chico. Yo, estaba sin palabras y algo nervioso.

El Amor Asesino. Takashi (Completa. Gay)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora